Una sociedad desorientada es aquella cuyos círculos más eruditos omiten los modelos teóricos más consecuentes para la comprensión de su realidad. Es comprensible que algunos ignoren los paradigmas que pueden influir en su entorno. Lo que preocupa seriamente es ver como personas que poseen, en apariencia, una amplia formación académica incurren en “levedades” de enfoque sobre la realidad política venezolana.
¿Cuántas veces ha escuchado usted, por ejemplo, que el actual inquilino de Miraflores es ineficiente? Ese es el adjetivo que utiliza la gran mayoría de analistas, intelectuales y afines, ante la desolación que caracteriza hoy a Venezuela. Si por ineficiente catalogamos a una persona discapacitada para ejecutar una tarea de manera adecuada, el más injusto de los calificativos para Maduro -como para cualquier déspota que pretenda implantar el socialismo empobreciendo adrede para dominar holgadamente- es justamente ese: ineficiente.
Para muchos, el fracaso de un gobernante responde siempre a su discapacidad para administrar las funciones de gobierno. La razón de esta perspectiva radica en un aproche miope de las motivaciones que pueden impulsar a un gobernante, basada en un paradigma muy occidental que se remonta a los clásicos helénicos, según el cual el gobernante debe procurar la máxima felicidad posible para sus gobernados. Aristóteles dixit.
Pero, no necesariamente es ese el paradigma que inexorablemente todo político seguirá. En otras palabras, existen modelos ideológicos que no responden a esta idea típica de occidente, sino a la influencia de doctrinas esclavistas que anteponen el bien colectivo por encima del individual, como estrategia perfecta para dominar a los pueblos a través del hambre.
El más exitoso de estos mecanismos es el socialismo. No considero necesario describir sus estrategias: Venezuela funge de escenario ideal para ubicarlas y entenderlas. Todo comportamiento del déspota actual y del anterior, que se considera o haya considerado torpe, inapropiado, contraproducente es y ha sido útil para empobrecer y dominar de manera predeterminada. Los socialistas no trabajan para la felicidad de sus subyugados, sino para esclavizarlos. De no entender, de una vez por todas que los desmanes del actual dictador, así como la ruta y las acciones dictadas por el déspota anterior, han sido muy eficientes para la instauración del socialismo en Venezuela, se seguirá banalizando peligrosamente el problema. Por realizar tan cabalmente su plan de opresión, más que reproches o ridiculizaciones, merecen ser enaltecidos por todos los seguidores de tan infausto credo. Para los demás, seguir con la argumentación de la ineficiencia podría sustentar y justificar futuras tesis de exculpación de todas las violaciones cometidas.