En estos días de intensa lucha, el pueblo de Venezuela ha sabido defender con dignidad su derecho a la protesta, demostrando con ímpetu y su poder soberano esa fuerza histórica redentora, que crece a medida que trascurren los días, al asumir con compromiso enfrentar a la tiranía, para poder devolver a nuestra patria su independencia y su libertad nuevamente.
Pero al mismo ritmo en que esa fuerza popular ha asumido esta misión con determinación, ante los ojos del mundo ha quedado al descubierto la represión y las torturas por parte del Gobierno hacia los ciudadanos, que no han cesado, sino más bien, por el contrario, se han intensificado con el pasar de los días. Desde la embestida por los organismos de seguridad del Estado a protestas pacíficas con bombas lacrimógenas, lanzadas desde helicópteros –y vencidas muchas de ellas- hasta el ataque con armas de fuego a manifestantes; todo parece indicar que al Gobierno no le quedan más opciones, sino las de aplicar la violencia e infundir terror, para asegurar la poca gobernabilidad con la cual cuenta el sistema político.
¿El resultado? 6 personas asesinadas y 538 arrestos, donde de estos últimos, según datos del Foro Penal, ya 32 de ellas fueron privadas de libertad formalmente y sólo 297 han sido liberados. El abuso de las fuerzas del Estado ha invalidado –con hechos comprobados- aquella máxima que profirió el Ministro Vladimir Padrino López en semanas pasadas, sobre las manifestaciones pacíficas y el “ni con el pétalo de una rosa”. Pero a la luz del poderoso aparato comunicacional del Gobierno, nada de eso ocurre: es sólo una ficción. ¡Claro!, es que toda esa represión en realidad es sólo una manifestación de “amor” hacia el pueblo, sólo que los ciudadanos todavía les cuesta comprenderlo.
Mientras tanto, las protestas se intensifican, y se regeneran por una suerte de movimiento y fuerza espontánea, no sujeta a dictámenes individuales sino movido por ese sentimiento poderoso de “amor a la patria” que estimula en los ciudadanos un profundo deseo de luchar por recuperar su auténtica libertad. Y es que desde nuestros orígenes, como República, los deseos morales y políticos de los venezolanos han girado en torno a una sola idea de libertad: este valor político sólo puede materializarse en el desarrollo de un gobierno verdaderamente republicano, donde sus ciudadanos muestren un profundo interés por participar de los asuntos públicos y exista la convicción por amar las leyes y cumplir sus deberes.
Ese patriotismo que llevamos en nuestra sangre, y que recorre nuestras venas, ese sentimiento histórico que se vincula a la cosa pública, por medio del amor a la ley y las instituciones, es precisamente el que hoy también mueve al pueblo venezolano, para defender con un celo inquietante la institucionalidad democrática. Justamente, ese entusiasmo patriota es el que ha hecho que millones de ciudadanos se sientan indignados ante la flagrante violación al ordenamiento legal del país, con el golpe de Estado institucional ejecutado por el Gobierno de Nicolás Maduro a través de su bufete de abogados del Tribunal Supremo de Justicia, responsable de la ruptura del orden constitucional. O ante el silencio cómplice de un CNE que no termina de fijar el calendario electoral definitivo, para canalizar a través de procedimientos democráticos la terrible crisis de gobernabilidad en la cual nos encontramos.
Por amor a la patria, es que debemos defender el derecho a la protesta para rescatar la democracia. Por amor a la patria estamos en la obligación de exigir elecciones, porque es un derecho político consagrado en la Constitución; una institución fundamental para asegurar la vitalidad de todo modelo de gobierno democrático. Varios venezolanos perdieron su vida, literalmente por amor a la patria. No podemos dejar que sus muertes sean en vano, ni mucho menos que los responsables permanezcan impunes. En definitiva, son muchas las razones que nos impulsan a salir a la calle este 19 de abril, a protestar pacíficamente. Ese sentimiento debe ser el más importante motivo que nos inspire a seguir luchando por Venezuela.