Es evidente que el régimen dictatorial que encabeza Nicolás Maduro tiene sus días contados. Eso es una verdad innegable.
Pero su fallecimiento definitivo no termina de ocurrir. Ahora cuando redacto estas notas (martes 18 de abril) apenas a horas de realizarse en todo el país, concentraciones y marchas multitudinarias para rechazar la violación del ordenamiento jurídico y caer en un limbo leguleyo, la tensión se siente en las calles.
Es casi general el rechazo de los ciudadanos a las políticas económicas que han generado hambre y violencia, y mantienen a la población en un vía crucis permanente de peregrinación a los centros de distribución de alimentos y medicinas. A la par de ello, los centros asistenciales, hospitales y ambulatorios, al igual que los promocionados centros de atención integral, están abandonados o sin absolutamente ningún insumo médico.
El riesgo de una hambruna generalizada se cierne sobre la población venezolana mientras los índices de inseguridad colocan a Venezuela como el país más violento del mundo. Caracas, Maturín, Puerto Ordaz y Valencia se encuentran en la lista roja de las diez ciudades con índices de mayor violencia en el mundo.
No creo que sea la política ni los políticos de oposición quienes intentan derrocar al régimen dictatorial. Es la avasallante realidad del hambre y la falta de alimentos, junto con la escasez de medicinas y la violencia por la inseguridad lo que, finalmente, termine por enterrar la barbarie de la burda y truculenta dictadura de Maduro.
Lo trágico es que los afectos que millones de venezolanos rodilla en tierra, mantenían por el llamado chavizmo, nucleados en el psuv, tendrán su alta cuota de reclamos mientras agonizan. Los psuvianos se han estado diluyendo y en estas últimas semanas han acelerado la estampida. Es como si un inexperto chofer se transforme en loco de carretera y lleve el autobús al abismo. Todos los pasajeros tienen que ver cómo hacen para salvarse. Esa es la imagen de estos psuvianos en su autobús rojo-rojito.
A la dictadura de Maduro y sus esbirros aún le queda la represión generalizada y la estrategia de las aprehensiones selectivas, para montar ollas de propaganda mediática y mantenerse en la agonía del poder. Los oficiales militares y policiales deben saber moverse en esas aguas pútridas que llevan a la degradación humana de la represión y la tortura, con delitos de Lesa Humanidad penados por el Estatuto de Roma.
El drama en la agonía de los dirigentes psuvianos es grande porque sus estrategas deben, al mismo tiempo, salvar al partido de la desbandada de su militancia y la decisión de seguir apoyando al chofer de su autobús que está rozando el abismo.
Un dilema casi igual al vivido años atrás por Acción Democrática y Copei mientras la avalancha del cambio de Chávez crecía y nada quisieron ni después, pudieron hacer.
No olvidemos que quienes ayer fueron los ideólogos y financistas sepultureros de la llamada IV república, y después viviendo en las sombras del poder en la V, ahora aparecen con palas y picos, para cavar otra tumba.
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