En medio de gases lacrimógenos y de balas, la oposición se la juega para derrotar a Nicolás Maduro con protestas por todo el país. Su respuesta ha sido armar a los civiles chavistas y denunciar, por enésima vez, un supuesto golpe en su contra.
Por Revista Semana (Colombia)
En este momento Nicolás Maduro tiene una guerra abierta en muchos frentes: contra su propio pueblo, contra Estados Unidos, contra Juan Manuel Santos y, sobre todo, contra la verdad. La guerra verbal con Colombia comenzó cuando el presidente colombiano trinó que hace seis años le habría advertido al entonces comandante Chávez que la revolución bolivariana había fracasado. Maduro reaccionó con una agresividad inusitada. Describió a Colombia como un Estado fallido, amenazó con revelar todos los secretos y grabaciones del proceso de paz, aseguró tener información de inteligencia de que había un plan de exterminio contra guerrilleros de las Farc. Si algo quedó claro es que la temporada del “nuevo mejor amigo” había llegado a su fin.
La declaración de Santos había sido torpe, pero la de Maduro delirante. El gobierno colombiano tiene el derecho a rectificar su posición diplomática en la medida en que el estado de salud de Venezuela pase de ser crítico a la fase terminal. Aun con la deuda de gratitud que el presidente colombiano podía haber tenido con el del vecino país por su apoyo al proceso de paz, la incipiente guerra civil que se está presentando en el vecino país obliga a asumir posiciones más fuertes y acordes con las nuevas circunstancias.
Pero lo único que Santos no podía hacer era decir que él desde hace seis años sabía y le había dicho a Chávez que ese modelo había fracasado. En primer lugar, porque el entonces presidente venezolano está muerto para refutar o corroborar esa afirmación. En segundo lugar, porque muchos creen que si le hubiera dicho eso en ese tono, Venezuela no se hubiera convertido en el aliado estratégico de Colombia para el proceso de paz. Y en tercer lugar, porque si era verdad que desde el inicio del proceso de paz era consciente de que la revolución bolivariana había colapsado, estaría dejando en evidencia que en todos esos años de luna de miel había más hipocresía que respeto.
Hipocresía claro que había. Es parte del arte de la diplomacia y el juego geopolítico de intereses. Lo que pasa es que no tocaba confesarla. No se necesitaba ser un genio para saber que el socialismo del siglo XXI estaba destinado al fracaso. Santos de por sí había sido el primer colombiano en anunciar eso cuando era ministro de Defensa y el mayor enemigo en Colombia del régimen chavista. Fue él quien atizó esa hoguera durante el gobierno de Álvaro Uribe. Una de las causas de la bronca entre ellos dos fue el reversazo que Santos dio cuando llegó a la Presidencia. Esa voltereta era justificable por razones de realpolitik. El antichavismo era rentable como candidato, y una bomba de tiempo como presidente. La pipa de la paz y el manejo prudente que hubo de ahí en adelante, a pesar de sus múltiples críticas, fue acertado. Dio por terminado un estado de preguerra con las implicaciones económicas que esto entrañaba. Frente a lo que representó para Colombia esa reconciliación, habría sido mejor que el presidente hubiera modificado ese libreto gradualmente de acuerdo con las nuevas circunstancias, en vez de presentarse como el visionario que anticipó la tragedia.
A pesar de lo histérica, la reacción de Maduro tiene algo de comprensible. Desde su ángulo, al insulto se le sumaba la ingratitud. Iván Márquez dejó ver ese sentimiento en un trino. “Nos duele en el alma la amarga ingratitud del gobierno Santos hacia Venezuela y su gobierno”, escribió el líder de las Farc. Pero aun así, lo que dijo Maduro no tienen ni pies ni cabeza. Decir que Colombia es un Estado fallido es simplemente una caricatura populista. Fallido estuvo cuando las Farc estuvieron en las puertas de las ciudades al final del gobierno de Andrés Pastrana. Y para los enemigos del proceso de paz, fallido podría volver dentro de unos años con las Farc haciendo política electoral. Pero lo único que no es verdad es que hoy esté en esa condición.
Y en cuanto a los supuestos secretos que va a revelar para demostrar “la burla” al proceso de paz es poco probable que estos existan. El acuerdo de La Habana puede ser criticable por algunos sectores, pero la seriedad del equipo negociador del gobierno es indiscutible. La división de opiniones que pudo haberse presentado entre los diferentes miembros del equipo negociador, de revelarse, serían más una prueba de que les estaban jugando limpio a las Farc y no de que les estaban poniendo conejo. Como Maduro mencionó la palabra grabación habrá que ver si se refería a una grabadora acordada sobre una mesa o a unos micrófonos ocultos debajo de esta. En todo caso, ninguno de los dos escenarios daría pie para juego sucio.
Juego sucio sí es la última acusación de Maduro, la de que hay un plan de exterminio para asesinar a los guerrilleros de las Farc. Sus palabras exactas fueron: “Se está preparando una matanza contra las Farc, tengo información de inteligencia de que se está preparando una matanza contra los líderes que firmaron la paz”. Esa no es simplemente una mentira tipo Donald Trump, sino una afirmación gravísima. Crea pánico en un movimiento guerrillero en el preciso momento en el que está en un proceso de desarme. Aunque el gobierno y la comunidad internacional han hecho sus mayores esfuerzos por garantizar la seguridad de los miembros de las Farc, en un país con los antecedentes de Colombia y en especial con los de la UP en los años ochenta y de los líderes sociales ahora, nadie toma esas frases a la ligera. Es probable que esa afirmación de Maduro tenga el mismo sustento que su descabellada denuncia de que Álvaro Uribe le había enviado un comando de paramilitares para asesinarlo.
La guerra verbal con Colombia, sin embargo, es la menor de las que está librando en este momento. El presidente Nicolás Maduro enfrenta una verdadera batalla contra su propio pueblo. Esta semana, los venezolanos se volcaron a las calles en lo que se conoció como la madre de todas las marchas. El miércoles fue la jornada más sangrienta vivida durante las protestas, que acumulan ya 20 días. El jueves se repitió. En total han muerto 9 personas en las marchas y 11 más en desmanes. Así, han sido 20 las víctimas fatales desde el 1 de abril. Además se han presentado 521 arrestos, según la ONG Foro Penal, para cerca de 1.000 detenciones en 2 semanas. El gobierno ha culpado a la oposición de esa ola de violencia.
En la noche del jueves, Caracas era una caldera. Había protestas y cacerolazos en varios puntos de la ciudad. La Guardia Nacional disparó sustancias lacrimógenas incluso a edificios residenciales. Los gases eran tan penetrantes que el Hospital Materno Infantil Hugo Chávez tuvo que desalojar a 54 niños, aunque el gobierno niega esta versión y culpa a los opositores de planear los sucesos con bandas de delincuentes. El sector privado tampoco se salvó. Movistar fue acusada de conspirar contra el gobierno porque por sus líneas de celular se convocó a la gente y General Motors tuvo que cerrar sus operaciones, después de 35 años, por cuenta de un embargo judicial que ellos califican de “ilegal”.
La imagen de una mujer que al estilo de la icónica fotografía del hombre del tanque de Tiananmén se paró frente a uno de los enormes artefactos que salieron a reprimir a los manifestantes, se convirtió en el símbolo de la resistencia. También el rostro cansado y sudoroso de Henrique Capriles al final de la jornada. “Frente al salvajismo y la represión, más democracia (…). El que tiene la razón y el que tiene la verdad, no tiene por qué sentir miedo. Miedo tiene Maduro”, dijo en medio de los manifestantes. El pasado 9 de abril, el líder opositor –quien era una de las fuerzas para enfrentar a Maduro en la contienda electoral- fue inhabilitado para hacer política por 15 años.
A los venezolanos no les faltaba razón para salir a las calles. Con el fin de contener la ola de indignación que se vive en el vecino país, el gobierno de Maduro ha presentado ese exceso de fuerza como una defensa para una hipotética invasión de Estados Unidos, lo que marca un cambio de tono con la administración de Donald Trump, que había sido curiosamente cordial. Lo afirmó el martes, horas después de conocerse que donó 500.000 dólares para la investidura del magnate. Sin embargo, para la oposición se trata más bien de la conformación de una fuerza paramilitar para la batalla final del chavismo contra la oposición interna.
El presidente venezolano ha combinado tres conceptos para esa estrategia: combate, milicias y la necesidad de armar a la población. El día de la marcha Maduro llamó al pueblo a alzarse. “Ha llegado la hora del combate compatriota, alerta pueblo… estamos en horas cruciales del destino de nuestra patria… y yo voy a estar al frente”, dijo eufórico. Días antes ya había hecho público que su plan de contingencia era aumentar las milicias bolivarianas armando con fusiles a 500.000 civiles.
Como dijo el excanciller Julio Londoño Paredes, en un análisis para Semana.com, ese anuncio de los 500.000 milicianos, bajo sus órdenes directas, puede haber sido un harakiri para Maduro. Por un lado, porque armar al pueblo genera un ambiente de confrontación interna que no es conveniente para ningún gobernante. Durante muchos años ha habido permanentes recelos y diferencias entre el Ejército, la Marina y la Aviación Militar de Venezuela, con la Guardia Nacional. En ese escenario, es previsible que esas fuerzas no vean con buenos ojos un nuevo cuerpo armado, por más madurista que sea.
No menos importante fue el impacto que ese anuncio de armar 500.000 civiles generó en la comunidad internacional. De inmediato, la presión sobre el gobierno de Maduro comenzó a crecer. El viernes, nueve naciones de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México, Paraguay, Perú y Uruguay) condenaron los hechos violentos que se viven en Venezuela. El jueves, el mismo secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, había hecho un fuerte llamado para reducir la polarización y asegurar la “paz social” y la democracia en ese país. La Unión Europea llamó a detener el deterioro de la situación. Luis Almagro, secretario general de la OEA, le pidió al gobierno convocar elecciones y condenó la represión que se vive en las calles. En el mismo tono escribieron antes de la manifestación 21 expresidentes de Ámerica Latina y España quienes calificaron la situación que vive el país de una crisis humanitaria. Firmaron, entre otros, José María Aznar (España), Vicente Fox (México), Rafael Ángel Calderón (Costa Rica) y Luis Alberto Lacalle (Uruguay); por Colombia César Gaviria, Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.
Después de los hechos de esta semana, Venezuela queda en un limbo peor al que ha estado en los últimos meses. El sábado está convocada una marcha del silencio. Se espera que miles de ciudadanos salgan a las calles de nuevo. Hay quienes dicen que este puede ser el principio del fin del chavismo. Pero la verdad es que Venezuela es un país tan atípico y convulsionado que no se sabe bien qué puede venir. Y eso es lo grave.