No cabe duda que Venezuela vive el momento más decisivo y definitorio de su historia republicana. Ha vuelto sobre nosotros el tiempo en que el pueblo debe plantarle la cara a su destino. Nada inédito. En el pasado nuestros muertos ya lo hicieron y, en medio de las más crudas contiendas, fueron dejándonos este país que es el todo de nuestras vidas, pese a esa infortunada secuencia de los violentos atavismos que desencadenaron nuestras revoluciones desde 1810 hasta hoy. Nuestra historia no es un hecho vacío, no se realizó nunca en vano. Al final la carga que toda historia tiene se acumula y nos permite sobreponernos a la catástrofe que profetiza el colapso trágico, se ha despertado y lo constatamos en la heroica, muy heroica, resistencia que viven nuestras calles.
Venezuela se ha puesto de pie y nada la detendrá. No es el empeño terco de una minoría. Es la decisión de una sociedad que no aguanta más la peor de todas las humillaciones infligidas en su historia. Esos, los indeseables delincuentes chavistas, saben que no podrán, por eso se desesperan.
El chavismo no significó nunca la esperanza. Por la violenta naturaleza de su irrupción en la historia, es la realización plena de la barbarie. No llegó Chávez en diciembre de 1998, cuando consumó, sobre las ruinas de la democracia civil, su asalto al poder. El 4 de febrero había llegado, con la complicidad de tantos, y desde esa madrugada sangrienta se instalaba un proyecto que a todas luces amenazaba con la esencia y la vida de la República. La amenaza dejó de ser y la República de Venezuela fue desmantelada.
No hubo jamás un proyecto revolucionario, como algunos pueden creer. Quienes asaltaron el poder y mantienen secuestrada a la nación, no son más que un grupo de resentidos sociales (¿víctimas del sistema?) que pudieron vengar desde el poder todo aquello que sus propias incapacidades mentales no les permitió realizar. Vengar digo porque la saña con la que actúan no es otra cosa sino venganza. Es odio en su máxima expresión.
El chavismo, de comprobada naturaleza totalitaria, ha decidido aferrarse, aun sabiendo que ya no hay más qué hacer. Que su final está escrito. No significando esto que será rápido, que será fácil, mucho nos costará, pero la justicia saldará cuentas a esos delincuentes comunes. Cada ciudadano asesinado por el chavismo es la mayor derrota a nuestra historia, pero es al mismo tiempo la más grande señal esperanzadora: estamos en dolores parto. Van 37 asesinados cuando escribo esto y la brutal represión continuará, el pueblo no va a ceder. Véanlo en la estoicidad de los miles que resisten cinco y más horas en nuestras calles en esa quijotesca guerra de las piedras contra los gases, de las barricadas contra las balas.
No es en vano nuestra lucha, tampoco nuestro destino. Bienaventurados los venezolanos que tienen hambre y sed de justicia. Bienaventurados todos. El sueño impostergable de tener una Venezuela libre, de todos, para todos y por todos, se realizará. No podrán quienes se han empeñado en sostenerse sin pueblo. Siempre ha sido así y está vez lo será. Maduro y todo el sistema de narcotraficantes y delincuentes que él representa ha llegado a su final. Ojalá la Fuerza Armada sepa entenderlo, para que mañana la tanqueta de la libertad y la justicia no los aplaste por su aberrante maridaje con la barbarie y el odio.
Robert Gilles Redondo