Lo que se promete como solución no lo es. Es esta larga lista de ensayos de controles lo que tiene a este país incendiado. Quizás el más emblemático el más largo, y vicioso, es el control de cambio.
Venezuela necesita en este sentido una gran dosis de realismo, y ausencia miedo a la imperativa realidad de introducir correctivos muy profundos y de largo plazo. Como saben durante el régimen chavista, los socialistas lograron desaparecer el mercado cambiario a fuerza de múltiples prohibiciones, discriminaciones absurdas y miles de impedimentos.
La desarticulación del mercado de las divisas fue total, con un valor sobre el dólar forjado arbitrariamente por el gobierno. En el mes de diciembre de 2016, el bolívar la moneda oficial, se depreció significativamente respecto del dólar en el mercado paralelo.
En sólo 15 días el bolívar perdió más del 30% de su valor respecto al dólar. Aproximadamente entre el 20% y el 25% de las importaciones totales de Venezuela se realizaban a la tasa de cambio del mercado negro, ya que solo una camarilla de protegidos empresarios podría obtener los dólares baratos del gobierno. Por tanto con un dólar más caro, los precios de los bienes se dispararon, colocando a Venezuela a las puertas de una inflación sin precedentes.
El alza del dólar o equivalentemente la caída del bolívar, se explicaba porque los venezolanos, tratando de escapar de una inflación superior al 500%, optaron por proteger sus ahorros comprando bienes y dólares. Eso suele suceder en las economías donde la gente no confía en su moneda porque ésta es objeto de devaluaciones sucesivas, tal como ha sucedido con el bolívar.
La solución la organiza un mercado cambiario libre y legal, donde la gente pudiera vender y comprar libremente sus dólares sin la intervención del gobierno, pero el régimen prefiere mantener el control como una extorsión al país.
Todo ello provocó la peor crisis que se ha vivido fuera de la guerra. La inflación es descomunal, la más grande del mundo (y eso es mucho decir) por mercado negro.
El gobierno culpa a un portal de internet de todo aquello. Pero no. Esa no es la verdad. Es la ausencia de un mercado cambiario la real causa. El gobierno había cometido el crimen de haber cerrado las casas de bolsas en el año 2010, encarcelando a algunos de sus miembros, acusándolos de que estaban conspirando contra la estabilidad del bolívar y que estaban propiciando su devaluación, así como incentivando la inflación.
Al adoptar esa medida de cierre de casas de bolsa, dejaron al mercado sin alternativas, entonces la gente comenzó a buscar alternativas y las encontró en Cúcuta, en Colombia, donde la gente llevaba bolívares con los que compraban pesos colombianos, y al final, con los pesos colombianos compraba dólares a una tasa de cambio muy elevada.
Ahí había varias situaciones. Una de ellas era la propia situación de Colombia, pues el precio del peso colombiano se había venido depreciando con respecto al dólar, con lo cual el precio del bolívar se había venido devaluando también.
Cuando usted quiere ver lo que le pasa a un precio que está subiendo, tiene que consultar sus variables: cómo está la oferta, cómo está la demanda, y cómo están las expectativas. Y si usted tiene un control cambiario, usted seca el mercado.
Y eso inmediatamente acaba el sistema financiero, como dije antes, las personas son conscientes que si tienen 1 millón de bolívares o 4 millones de bolívares, es una locura ponerlo en un banco a 12% de intereses, pues se arruinan.
Entonces con 1.000 dólares que podrían comprar 4 millones de bolívares (en 2016 el dólar llegó a 4.500 bolívares), la gente se protegía de la inflación. Entonces, eso explicaba la debacle del bolívar, que era la debacle de un modelo económico, el modelo instaurado por los colectivistas populistas.
Si alguien en 2016, le hubiera dicho a la gente que el dólar iba a llegar a 4.000 o a 10.000 bolívares, esa persona hubiera dicho que era una locura. Pero en Venezuela llegó a esos niveles y en Chile de Allende el dólar llegó a 3.500 escudos. Eso quiere decir que el precio del dólar puede ser cualquiera, siempre y cuando haya bolívares, escudos, pesos o lochas para comprarlos. ¿Entonces quién suministra esos billetes para comprar esos dólares? Los gobiernos.
Las autoridades venezolanas socialistas decían durante el gobierno de Nicolás Maduro, que el dólar paralelo era una aberración, y no era un marcador real de la economía. Pero, oiga, quienes decían eso parecía no ver la realidad. Todo el mundo lo veía, menos las autoridades. Uno de los atributos del precio es que te transmite información. Y la información era entonces una gran crisis de dólares. Y una gran demanda por los dólares.
Venezuela debe tener como prioridad devolver a la moneda efectividad y credibilidad como medios de pago. Y esto por supuesto implica la necesidad de generar un mercado de capitales con cierto grado de desarrollo y autonomía.
Luego, en política fiscal las soluciones tienen que ser radicales. Por el lado del ingreso el objetivo inicial debe ser ordenado el sistema tributario y separar la correlación –a la larga perversa- entre ingresos y gastos. Se necesita un sistema tributario con pocos impuestos, eficientes y neutros, que no afecten seriamente el desarrollo de las exportaciones, ni el ahorro, ni la inversión.
En la actualidad se calcula que aproximadamente la mitad del déficit del gobierno está generado por las empresas públicas, con tarifas distorsionadas, establecidas con intervenciones abiertamente demagógicas. La solución no pasa solo por ajustes de precios y tarifas. En unos habrá que hacer un proceso de reorganización pero la medida más inteligente es privatizar.
Algunas de estas empresas deben ser privatizadas, devueltas a sus legítimos dueños, en el caso de las que el Estado obtuvo a través de expropiaciones.
Pienso que a Venezuela le tocará como a Chile durante el gobierno de Pinochet sacar un decreto que impida a las empresas públicas incurrir en cualquier gasto extra o contraer cualquier deuda por encima de ciertos montos si antes no se obtiene el permiso de un ministro. Repito, esto en un periodo breve, mientras el país se abre libremente a una economía moderna.
Toda esta crisis venezolana parece de una improvisación muy criolla, en realidad no lo es. Este caos durante años ha cumplido rigurosamente el mismo libreto ejecutado en todos los socialismos desde Checoslovaquia a Cuba, desde Zimbawe a Nicaragua. La estrategia, en el fondo, es muy siniestra: potenciar y magnificar el poder político del aparato estatal a como dé lugar. Controlar las empresas, expropiarlas o intervenirlas. Destruir el sistema de precios vía la inflación demencial, todo ello con el último propósito de debilitar el derecho de propiedad. Al final confiscar, estatizar y controlarlo todo. Ya no solo la estructura productiva, ya no solo las cosas, sino también las personas.
Destruyendo el mercado, el resto de las libertades pasan a ser nominales.
Para mucha gente puede ser incómodo admitirlo, pero en realidad nada de lo que hizo o dejó de hacer el socialismo bolivariano en Venezuela, era enteramente distinto a la evolución que tenía el país desde 1958. El Partido Socialista Unido de Venezuela, puede haber extremado esas prácticas y tendencias, no hay dudas, pero los caminos que utilizó para estatizar, confiscar, expropiar y reprimir al sector privado ya estaba abierto por la socialdemocracia y el socialcristianismo.
Tales prácticas y tendencias, no eran exclusivas de Venezuela, eran una tendencia en el continente, solo que nuestro país llegó en este camino muy, pero muy lejos.
Cuando escucho las clásicas cosas que dicen nuestros políticos, la mayoría de ellos de partidos nuevos, que yo llamo neosocialdemócratas, estoy consciente de que Venezuela puede salir del chavismo y entrar a algo peor o más trágico, saltar atrás. Eso sería como sobrevivir a un voraz incendio, para que le caiga una lápida en la cabeza una hora después.
Jesús decía que la verdad nos hará libres. Cuando Pilatos le preguntó si era el Mesías, él calló, cuando volvió a preguntarle; Jesús sólo contestó: «tú lo has dicho».
A la gente le encanta la mentira, aunque critica a los embusteros. Y el estatismo es eso, humo, mentira.
Existe un nexo oculto entre el estatismo como ideología y las aspiraciones de resguardo y seguridad que alienta a la gente común.
El estatismo populista se aprovecha de estas aspiraciones. Ofrece como anzuelo la seguridad de que las cosas no van a cambiar para peor, que nadie perderá su empleo, que ninguna fábrica cerrará por ineficiente, que ningún competidor externo pondrá un pie en el mercado doméstico, que nadie podrá vender más barato, que habrá jubilaciones generosas para todos. El estatismo congela el futuro, frena los cambios, elude los desafíos de innovación.
Queridos amigos, el país, puede cambiar, pero no es con los populistas y sus recetas fracasadas. No tengamos miedo. Demos el paso al frente.