Este día permite evocar aquella hermosa profecía de Arthur Rimbaud, el célebre poeta francés: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades). Evocarla sobre las propias tristezas que acompañan a nuestra Venezuela, la patria flagelada por el aberrante totalitarismo chavista. Una evocación profética que nos da garantía de victoria en esta noble y heroica resistencia que desde el pasado abril iniciamos para decir ¡ya basta! a la más vergonzante humillación que nos han hecho.
Difícilmente en Occidente y guardando las distancias incomparables con el horror nazi, haya un episodio más doloroso que el de la Venezuela secuestrada por el narcochavismo. La realización plena del absurdo nos convence que, al menos en todo el continente americano, no hay referencia histórica a lo que vivimos los venezolanos hoy. Jóvenes torturados sin pudor alguno, tanquetas militares pasando por encima de manifestantes, presos políticos condenados a una muerte en vida, mujeres desesperadas hurgando en la basura para dar de comer a sus hijos, hospitales bañados en lágrimas por la impotencia de no haber medicamento alguno, millones de personas hundidas en la más absoluta miseria. Todo ello frente a un grupo de delincuentes, de baja ralea, que se empeñan en sostener un proyecto fracasado, derivado en totalitarismo, a cualquier precio sólo para salvar sus intereses pues, fuera del poder que ocupan, no hay más nada para ellos.
Quizá entonces la principal lección que la memoria del 8 de mayo de 1945 puede trasmitirnos a los venezolanos de hoy es que no van a poder con nosotros. Por encima de todos y de todo lo que se empeñe en mantenernos en este callejón sin salida, Venezuela va a sobrevivir.
El narcochavismo, no hay otra definición, que hizo de Venezuela una República fallida, no tiene más opciones. Naufraga ya en sus propias contradicciones, en su propio desespero, en el proceloso océano de su odio. Porque sí es odio, sólo eso pueden sentir. Miren las calles reprimidas y lo confirmarán. Estos delincuentes están obligados por su propia necesidad irracional a resistir y atrincherarse en los últimos reductos que ya exhiben, por cierto, fracturas inexpugnables. Por eso ante el desespero de ellos, la impaciencia no puede ser nuestro sentimiento.
Venezuela está en dolores de parto y esa es la buena nueva. El estoicismo de los ciudadanos nos confirma que nada podrá detener el cambio. Y para ello debemos seguir preparándonos. Es necesario que nuestra país viva, sin temor alguno, un quiebre definitivo en el establishment que nos ha hundido en esta tragedia histórica, que por ser histórica no es definitiva. Nada en la historia ni en la vida es definitivo, sólo aquellos amores que cantan con lágrimas el never more de Edgar Allan Poe. Y nuestra nación es de esos amores irrepetibles que no conoce el nunca, una y otra vez nos sobrepondremos a todo. Una y otra vez seremos libres.
Robert Gilles Redondo