He citado anteriormente a Plinio Apuleyo Mendoza y su definición de las constituciones: “Líricos catálogos de felicidad colectiva”. De las constituciones nuestras tengo especial afecto por las de 1811, 1830, 1864, 1936, 1947 y 1961, sin duda esta última la más extraordinaria de todas. Alrededor de estas cartas magnas hubo un empeño en que se cumplieran por parte de los actores políticos que las impulsaron. La de 1999 no la incluyo entre mis predilectas porque ha sido la más ultrajada. Especialmente sus derechos humanos. Por lo demás nunca me ha gustado el formato liliputiense con que se la presenta. Hay que decir, noblesse oblige, que las más democráticas por confirmación popular han sido las de 1947 y la bolivariana. La corrección de 1961 corrió a cargo del ilustre maestro Angel Rosenblat. La del 99 tiene una redacción cuestionable y peñascosa. Resultó criticada por la Real Academia de la Lengua y su estilista fue Vinicio Romero Martínez. Mi afecto por la del 36 viene dada porque amplía la noción de policía política ante los comunistas con el inciso VI. Huelga decir que López Conteras además de cuerdo era sabio. Nunca nadie lo sorprendió dialogando con bestias de corral.
Escribir una constitución equivale a regresar al estado de la naturaleza. La sociedad se deshace de sus fundamentos y vuelve a pensar en el contrato social y en la cesión de soberanía individual hobbesiana. Esa operación es desaconsejable y terrible. La redefinición integral de lo que somos y aspiramos no es fácil y suele agregar traumas cuando se excluye. Me he opuesto a quienes arguyen la necesidad de rescribir nuestro pacto societal. Con la actual andamos a pesar de sus cojeras.
La convocatoria hoy es inconstitucional, ilegal y fraudulenta. Porque propone como protagonistas y redactores a lo que no existe: el poder popular y las comunas, una ensoñación política que no ha aterrizado en el derecho constitucional. Las comunas son los sóviets, algo tan extraño a nuestra cultura como los arenques noruegos o los iglús. Además del hecho de que el pueblo -es decir todos- tenemos que confirmar como en 1999 si la queremos o no. Voté por el “no” aquel año y nunca me he arrepentido. Tengo un ejemplo para que se entienda esta atrocidad estalinista: equivaldría a que mi equipo el Magallanes le pidiera a sus fanáticos redactar unas nuevas reglas del beisbol en las que siempre a pesar de las carreras del contrario, ganaran inequívocamente los Navegantes. La oposición no puede cohonestar este mutante írrito y negador de nuestro republicanismo. Señora Fiscal, señores del TSJ, señores del CNE: ¿Seguiremos siendo Venezuela o pasaremos a ser una unión de comarcas bolcheviques por la voluntad tiránica de unos pocos?
@kkrispin