Cuando consideramos que en mes y medio de protestas contra este régimen han fallecido más de 50 venezolanos y de ellos la inmensa mayoría jóvenes, debemos concluir que este movimiento no tiene vuelta atrás. No lo tiene no solamente porque sabemos que estamos cercanos al fin de esta pesadilla y por ello debemos asestar el golpe de gracia, sino que no nos está permitido que la muerte de estos valientes jóvenes, de estos mártires, sea en vano. En su nombre debemos concluir el mandato del pueblo que no es otro que darnos una nueva gobernabilidad y una nueva esperanza para reconstruir nuestro bien amado país. La historia reivindicará el heroísmo y la entrega de estos valientísimos jóvenes a los que no les importó poner su vida en riesgo para darnos un país en libertad. A sus familias, a sus amigos, el reconocimiento por su entrega y desprendimiento. El país siempre tendrá una deuda impagable con ellos. Todos conocemos alguna madre que perdió a su hijo en estas jornadas históricas pero definitivas. Nos embarga la tristeza por esos padres o hermanos que han experimentado la pérdida de un ser querido en la flor de la vida, sin haber podido realizarse como personas en un país libre que les brindara oportunidades y materializara sus sueños.
Si el gobierno piensa que arreciando la represión detendrá la protesta, se equivoca como se equivocó creyendo que con eliminar RCTV, comprar Globovisión o cerrar CNN, aumentaría su control sobre los venezolanos. La experiencia demostró lo contrario y hoy un pueblo sublevado clama por la salida de Maduro. Los pronunciamientos, casi simultáneos, de la Unión Europea y de los EEUU, este último en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, resaltan la gravedad de la crisis venezolana y su impacto mundial; sobre todo la preocupación por una escalada del conflicto y la posibilidad de que ocurra algo similar al horror de Siria. El gobierno sabe que ha perdido la batalla en el seno de la opinión pública internacional y que ya no puede mentir como antes. Ni siquiera cuentan con un apoyo abierto de Rusia y China; esto sólo lo logra con Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Bielorrusia. Por lo demás, ninguna otra nación apoya a este régimen represor y dictatorial.
Aunque las protestas están variando en intensidad y todo apunta a su sostenimiento, los rusos también juegan. Se está notando la presencia en sitios públicos como el Metro, de personas humildes que en alta voz manifiestan su descontento contra las protestas, argumentando que limitan el libre tránsito, impiden el trabajo, causan el descuento por nómina de los días no trabajados, dañan el aire que respiramos, generan zozobra e intranquilidad y que impiden que la gente de pocos recursos pueda levarle al pan a sus hijos, todo lo cual generaría un rechazo que se puede volver en una lucha del pueblo contra los protestantes. Esto podría ser una queja genuina, que por supuesto no deja de tener su base, pero como conocemos las artimañas del gobierno y del G2 cubano, no parece descabellado suponer que es parte de una estrategia de desinformación que busca confundir a la gente y desmotivar la protesta.
En todo caso, la variación de los sitios de protesta y del horario de la misma, así como de su intensidad, indican que la MUD está monitoreando bien el tiempo político; sin embargo, ni la cuota de sacrificio de los venezolanos ni su paciencia, es infinita; hay que definir hitos que supongan una progresión de la protesta y articular la incorporación efectiva de los sectores populares en la lucha contra el régimen para propiciar su salida.
Mientras más tardemos en desalojar al régimen del poder, más personas inocentes morirán. En esto el gobierno ha sido astuto y gradual, como siempre ha sabido hacerlo. La contabilidad macabra de los muertos es de más de uno por día, pero se cuidan de elevar el promedio para no generar un rechazo visceral de la población. Su intención clara es desmotivar y causar un terror controlado.
Miguel Méndez Rodulfo
Caracas 18 de mayo de 2017