El pasado 11 de mayo acompañé a mi hijo Alberto, alumno de 4to año de Loyola, y a decenas de amigos y familiares cercanos a Miguel Castillo a un sentido homenaje por su injusta partida de esta tierra. Un joven ignaciano cargado de pasión y amor por su país quien fuera ajusticiado por pedir libertad y democracia. Lloré, sentí la muerte de alguna manera cercana y pensé en sus familiares y me vino a la mente el dolor de una madre quien pierde a su hijo, así como mi madre, quien en 1974 perdió a su hijo Memo en un accidente aéreo cuando este estaba cursando 3er año en el Colegio La Salle La Colina. Para ese entonces yo solo tenía 5 años y es poco lo que puedo recordar de aquel trágico momento que marcó a nuestra familia para siempre. Lo que sí es un hecho es que nuestro colegio y en especial los hermanos de La Salle fueron para mi familia un bastión de amor, fortaleza y formación y una pieza clave en el soporte de una familia que se desvanecía por el dolor. Es increíble la cantidad de La Sallistas de aquella época que me consigo en la calle y que al solo decirles que soy Guinand me hablan maravillas de mi hermano Memo, entre las cosas que lo caracterizaban era su habilidad para jugar baseball, un shorstop de lujo, igual que Miguel quien jugaba pelota y repartía batazos por todo el campo.
Loyaltarras y La Sallistas tiene una histórica rivalidad que no solo se remite a Venezuela. Dos instituciones educativas creadas por dos personas excepcionales, dos Santos que dedicaron su vida justamente a la formación, al progreso, a la justicia, a la libertad y al desarrollo del ser humano como personas integras de alma, cuerpo, corazón y mente. Hoy más que nunca nos hacen faltan San Juan Bautista de La Salle y San Ignacio de Loyola. Hoy más que nunca necesitamos cientos de instituciones que formen personas con capacidad y con humanidad. Hoy nos hacen falta Memo, Miguel y los muchos jóvenes que se nos van sin haber terminado de vivir.
Aun siendo La Sallista de formación son muchos los vínculos que me unen al San Ignacio. Muchos de mis amigos de niño y juventud son Ignacianos, con quienes he mantenido una amistad de toda la vida. Varios de mis primos trabajan o han trabajado directamente con los Jesuitas como Ani y Bernardo Guinand. Mis socios, en negocios formados y establecidos en y para Venezuela son ignacianos, de esos que viven su colegio con pasión, entre ellos Keke Palacios, Roberto Picón y Julio Bustamante.
Especial amistad me une al padre Ignacio Castillo SJ a quien conocí en Choroni hace mas de 30 años en su imponente obra de Agua Fuerte. El Padre Ignacio, que no por casualidad lleva el mismo nombre del fundador de la Compañía de Jesus, es un ser excepcional, con quien me topé en el año 1985, mientras limpiaba el monte que tapaba la gran edificación de la antigua planta hidroeléctrica de Agua Fuerte en Uraca, Edo Aragua. Desde ese momento me enganché con su obra, La Fundación Agua Fuerte, un espacio de cultura y arte en medio de una gran planta electica fundada por el General Gomez en 1922. Un espacio mágico sumergido en la selva nublada del Henry Pittier y a escasos kilómetros del mar Caribe, recuperado y enaltecido por este padre jesuita quien organizaba encuentros de músicos, poetas, pintores, escritores y bailarines con toda la comunidad. Muchos años después su obra fue cerrada por un gobierno que le teme al progreso, a la libertad y a la cultura, un gobierno mezquino y resentido, el mismo gobierno que hoy nos reprime con odio, el mismo gobierno que asesinó a Miguel. El Padre Ignacio ha sido un guía espiritual para mi, celebró mi matrimonio con Denise, bautizó a mis 4 hijos, uno de ellos allá mismo en el Rio de Choroni frente a su amada Agua Fuerte y hace apenas un año acompañó a mi padre en su enfermedad y a bien morir.
Hace unos días lloraba mientras oía a los cientos de amigos ignacianos cantando sus himnos en honor a Miguel, en el patio del colegio que hoy es también de mi hijo. Mientras eso sucedía, erizado pensaba en todo esto que escribo, pensaba en mi mamá, cuando recibió la medalla de bachiller que hubiera correspondido a mi hermano en la graduación de La Salle que llevaba el nombre de “Promoción Memo Guinand” en su honor, pensaba en los demás caídos injustamente por esta dictadura sin alma y sin cerebro, pensaba en un país libre donde las diferencia son normales, así como loyaltarras y lasallistas son panas del alma a pesar de las diferencias en el terreno de juego.
Y sin bien es cierto que aun hoy de mis pulmones solo puede salir con pasión un “… sin vacilar nuestro grito será LA SALLE LA SALLE doquiera triunfará” no menos cierto es que al ver a mi hijo cantando a todo gañote, abrazado de sus panas “… y el capitán grita que VIVA LOYOLA” me emociono al extremo y pienso que sí tenemos un inmenso futuro.
Juan Carlos Guinand.
La Sallista de formación, jesuita de convicción.