La Real Academia de la Lengua Española define al cómplice como la “persona que, sin ser autora de un delito o una falta, coopera a su ejecución con actos anteriores o simultáneos”. Nicolás no actúa solo. Su círculo de allegados y todos los que cogobiernan con él, avalan con sus actuaciones u omisiones, esta gestión; aun cuando corran rumores de que muchos no comulguen con su estilo o se diga que hay fracturas internas. Si existen o no diferencias las disimulan; porque, sólo así, pueden salvarse de los juicios a los que tendrán que asistir cuando retorne la democracia a nuestro país.
En estos largos –y penosos- años de Revolución Bolivariana, la banda de cómplices ha crecido y, sus integrantes han adquirido cada vez más experiencia. Son una mafia engrasada. Crimen organizado en células que antes conocíamos con el nombre de instituciones del Estado. El desgobierno se ha hecho de unos secuaces que cooperan entre sí para darle cuerpo a las aberrantes ideas con las que permanecen en el poder. Pretenden acallar protestas; intentan ocultar la verdad. Se ensañan contra la ciudadanía que se los opone con el morbo del torturador sediento de sangre y dolor. Entonces, no solamente Maduro deberá comparecer en el Tribunal de la Haya cuando esta situación se resuelva. Junto con él, comparecerán cada uno de los cómplices de los que se valió para sembrar en Venezuela esta miseria y destrucción sin precedentes. Nicolás tendrá que responder por qué se empeñó en convertirnos en Cuba, mucho más rápido que su difunto antecesor.
Porque Nicolás sigue, a grandes zancadas, con su Constituyente Corporativa, sin respetar la voluntad de la ciudadanía. Atropellando a todos los venezolanos que nos oponemos a él, a su régimen y cada una de las actuaciones de sus cómplices. Porque bien lo explicaba mi apreciada y respetada amiga, la doctora Adriana Vigilanza, con quien conversé recientemente, y explicó lo que quiere hacer Maduro cuando, sin la consulta que establece la ley, pretende redactar una Nueva Constitución. Para Vigilanza estamos frente a un golpe de Estado, dado por el propio Estado. Y me permito transcribir parte de su tesis: “En este punto, vale la pena recordar también que históricamente, un Golpe de Estado es la acción para derrocar el Estado de Derecho, hecha por quienes detentan la autoridad. Así lo entienden los comentaristas más “modernos”, como Malaparte (1933) y Pérez Serrano (1937). Esta nota de ser los titulares del poder quienes lo usan para derrocar al Estado y sus instituciones, perdió vigencia en la mente de académicos y, por consiguiente, del vulgo. Por eso, los Golpes de Estado son hoy, para la mayoría de las personas, únicamente las asonadas militares. Gravísimo error. Nosotros los venezolanos no hemos explotado debidamente el aspecto jurídico de la traición a la patria (artículo 128), ni el aspecto político de estar presenciando un Golpe de Estado, de parte de las instituciones, únicas que en verdad pueden darlo. En cambio, la obra de Curzio Malaparte, “La Técnica del Golpe de Estado”, fue libro de cabecera de Fidel Castro y del Che Guevara. Esperemos que los lentes correctivos lleguen a tiempo a las Rectoras del CNE, que pueden parar la Constituyente y que al resto de los americanos los haga comprender que deben contribuir al resurgimiento de la democracia en la región, perdida o gravemente amenazada, por la técnica del Golpe de Estado que Fidel Castro aplicó al pie de la letra y en Venezuela está a un tris de consolidarse”.
Advertencia que concuerda, en muchos aspectos, con lo que dijo en días pasados el expresidente de Colombia, Alvaro Uribe, quien señaló que aquí, en Venezuela, “poco a poco están montando otra Cuba, no de 11 millones de habitantes sino de casi 30, con petróleo, en alianza con potencias nucleares de Oriente, que está eliminando la independencia entre instituciones, la empresa privada y la creatividad. Y que tiene confianza de que no fracasará, como los viejos comunismos, porque la diferencia la hace el petróleo”.
@mingo_1