Cuando en el año 2014 se planteó la tesis de la “salida” y en algunas capitales de estado se fomentó el método de lucha llamado “guarimba”, escribí un artículo donde alertaba sobre el riesgo, de continuar in crescendo esa protesta, de una guerra civil y relaté una anécdota, recordada esta semana por Sergio Dhabar, que me hizo volver sobre el tema.
La anécdota fue la siguiente: en vísperas del estallido de la guerra civil, el filósofo español Julián Marías cuenta que cuando era estudiante iba a su facultad en tranvía y en una ocasión “subió una mujer espléndida, de gran belleza y atractivo, elegante y bien vestida. El conductor volvió los ojos para ver si los viajeros habían terminado de subir y así reanudar la marcha, pero a la bellísima mujer la miró con odio inconfundible. Me recorrió un estremecimiento de sorpresa y consternación: tuve una especie de iluminación, y pensé: estamos perdidos, pues cuando Marx puede más que las hormonas, no hay nada que hacer”. Cuando veo a mucho macho venezolano mirar con odio a María Corina o a Marypili, me parece que las hormonas no están prevaleciendo. Eso me aterra.
Aquí en Venezuela, aquel año del 2014, las guarimbas opositoras fracasaron por lo que no produjeron ninguna guerra, pero ahora el gobierno para no quedarse atrás, en el empeño de incentivar la crispación, decreta la inconstitucional convocatoria de una “Constituyente” lanzando así un bidón de gasolina al fuego de la legítima protesta ciudadana. Al contar con el respaldo de su obsecuente CNE, Maduro y su régimen ha decretado los prolegómenos de una guerra civil que ha dado como resultado la muerte de 80 jóvenes, a quienes se les acabó la vida y a sus familiares el futuro y sus ilusiones.
La pregunta al gobierno es la siguiente: ¿van a seguir reprimiendo, con esa saña, para imponer una “constituyente” que rechaza el 90% de los venezolanos? Hay que frenar el carro de la guerra fratricida y hay que ver por el retrovisor de la historia la tragedia acontecida en nuestra madre patria, para no repetir aquí lo acontecido allá.
En la guerra civil española ocurrió una masacre de más de 500.000 muertos, aunque José María Gironella autor de la famosa obra Un Millón de Muertos sostiene, en su aclaratoria sobre la cifra, lo siguiente: “el título de la obra Un Millón de Muertos, podría llamarse a engaño, porque la verdad es que las víctimas, los muertos efectivos, los cuerpos muertos, en los frentes y en la retaguardia, sumaron, aproximadamente, quinientos mil. He puesto un millón porque incluyo, entre los muertos, a los homicidas, a todos cuantos, poseídos del odio, mataron su piedad, mataron su propio espíritu”.
Además de la matanza de 500.000 seres humanos y de los 500.000 homicidas que agrega Gironella, es menester añadir que hubo alrededor de 450.000 exiliados y después de la guerra hubo aproximadamente 120.000 muertos por hambre y enfermedad. Unas 50.000 personas fueron ejecutadas una vez acabada la guerra. A esto se le suma las que murieron por las pésimas condiciones de las cárceles. Estamos, entonces, hablando de más de dos millones de víctimas.
Después de estas macabras estadísticas, se añade la consecuencia de haber tenido que soportar, el noble pueblo español, una dictadura durante 35 largos años. Ah, pero después vino la reconciliación y la transición dirigida por algunos de los más radicales durante el conflicto, como Santiago Carrillo y Manuel Fraga Iribarne, quienes se hicieron sus autocríticas correspondientes, pero… y ¿los muertos? Nada, se pasó la página y solo quedó el desgarrador trauma de sus familiares.
Entiendo que “negociar” con tramposos es harto difícil, pero si hay fiadores – la Santa Madre Iglesia, con su milenaria sabiduría, sigue allí – vale la pena intentarlo y así evitar una cainita guerra civil. Se puede y debe evitar, para que nunca tengamos que colocar en nuestro país el epitafio de Mariano José de Larra: “Aquí yace media España, murió de la otra media” o aquel otro, no menos terrible, de Antonio Machado: “Españolito que vienes/al mundo te guarde Dios/ una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Estamos a tiempo de evitar la guerra civil: el gobierno debe retirar la convocatoria de esa “constituyente” que es una regresión histórica y la oposición seguir presionando por un cronograma electoral. Solo la consulta al pueblo es procedente cuando el juego está trancado. Lo otro sería quedarnos echándonos las culpas mutuamente, como pasó en España, dicho por Julián Marías: “No querían una guerra, pero aceptaron dividir el país en buenos y malos, identificaron a los otros con el mal, y esto llevó a la guerra civil”.
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Antonio Ecarri Bolívar