La madre murió, el hermano emigró y nadie lleva flores a la tumba de uno de esos tantos jóvenes cubanos que perdieron la vida en las llanuras africanas. Su fallecimiento sirvió para edificar el régimen autoritario de José Eduardo dos Santos en Angola, un caudillo que desde 1979 mantiene en un puño a una nación de enormes recursos y pocas libertades.
Con 74 años, Dos Santos sabe que el final está cerca. Su salud se deterioró en los últimos meses y ha anunciado que se retirará de la política en 2018, el mismo año en que Raúl Castro abandonará la presidencia de la Isla. Ambos pretenden dejar atada y bien atada la sucesión, para proteger a sus respectivos clanes y evitar terminar en un tribunal.
Durante décadas, los dos gobiernos se han apoyado mutuamente en foros internacionales y mantenido una estrecha complicidad. Los une la historia de colaboración, con más de 300.000 cubanos desplegados en territorio angoleño durante la guerra civil, financiados y armados por la Unión Soviética, pero también los conecta su talante antidemocrático.
La longevidad en el cargo es otro de los signos que comparten Castro y Dos Santos.
El angoleño, apodado Zedu, es un miembro “ilustre” del club de caudillos africanos que siguen aferrados al poder. Un grupo al que pertenecen hombres como el impresentable Robert Mugabe, que lleva al frente de de Zimbabwe 37 años, y Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, que gobierna desde hace casi 38 años Guinea Ecuatorial.
La contraparte isleña les supera y lleva casi seis décadas en la sala de mando de la Plaza de la Revolución, ya sea como ministro de las Fuerzas Armadas o, tras la enfermedad de su hermano, como presidente. Ni Zedu ni Castro toleran la oposición política y han reprimido con fuerza cualquier disidencia.
Los angoleños viven también rodeados por la omnipresencia de la familia real. En los billetes, el rostro de Dos Santos comparte espacio con el de Agostinho Neto y en la propaganda política se le representa como el salvador de la patria. Una de las tantas tretas de los sistemas populistas, pero muy alejada de la realidad.
Lo que realmente ha ocurrido es que la familia y los aliados más cercanos del presidente africano se han labrado fortunas colosales. El mayor exportador de petróleo en África, actualmente, ha alimentado esa oligarquía que, por ironías de la historia, fue levantada sobre el esfuerzo de miles de cubanos que se dejaron la vida o la cordura en su territorio.
Isabel dos Santos, apodada por sus compatriotas la Princesa, no ha perdido tiempo en aprovecharse de las prerrogativas que le otorga su padre. La revista Forbes la considera la mujer más rica de África, con una fortuna que ronda los 3.100 millones de dólares, y el pasado año fue nombrada al frente de la petrolera estata Sonangol, el más importante pilar económico del país. Controla también la telefónica Unitel.
Se asemeja a Mariela Castro en el gusto por dar declaraciones a los medios extranjeros y presentarse como alguien que ha logrado todo “por esfuerzo propio”. Proyecta una imagen de empresaria moderna y cosmopolita, pero todos sus negocios prosperan gracias a los privilegios de los que goza por ser hija de quien es.
Apalancado económicamente está también el hermano, José Filomeno de Sousa dos Santos, a la cabeza del fondo soberano angoleño que gestiona 5.000 millones de dólares. Un émulo de Alejandro Castro Espín, a quien muchos señalan detrás de la impresionante voracidad que ha llevado a que los militares cubanos se apoderen de sectores como la gestión hotelera.
Sin embargo, Zedu ha preferido optar por un títere como heredero al cargo de presidente y al frente del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA): el ministro de Defensa de Angola, João Manuel Gonçalves Lourenço. Una figura que pondrá la cara mientras los verdaderos delfines pretenden seguir chupando -cual voraces sanguijuelas- los recursos de un país que no atraviesa un buen momento.
Gonçalves Lourenço es tenido como un moderado, al igual que su émulo isleño, el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel. Hombres que intentará darle un lavado de cara a ambos sistemas personalistas para acallar las voces de quienes aseguran que la “generación histórica” no quiere abandonar el poder. Ninguno de los dos ha sido elegido por su capacidad sino por su confiabilidad y mansedumbre.
Gonzalves llegó a La Habana a mediados de mayo con un mensaje del presidente Dos Santos para Raúl Castro. En Angola trabajan en la actualidad 4.000 cubanos en sectores como salud, educación, deportes, agricultura, ciencia y tecnología, energía y minas. Es uno de los países más apetecidos por los profesionales de la Isla por sus ventajas económicas.
El viaje, seguro, incluyó también un compromiso de seguir apoyándose y, tal vez, alguna promesa de crédito o ayuda petrolera para aliviar los complicados momentos que vive la Isla. Muy probablemente el heredero del trono vino a decirle al envejecido monarca que pierda cuidado, que Angola seguirá contándose entre sus aliados. Son palabras que puede llevarse el viento ante el futuro incierto que aguarda a ambos países.
Durante años el régimen angoleño se benefició de importantes inversiones extranjeras y de los altos precios del petróleo, principal fuente de ingresos. Sin embargo, la caída en el valor del crudo en el mercado internacional ha complicado el día a día de los ciudadanos sometidos a recortes económicos, una subida del coste de la vida y una disminución de la inversión pública. La inconformidad se palpa a flor de piel.
En la Isla, no pasa una semana sin que un obituario recuerde la realidad de que los históricos se están muriendo. El deshielo con Estados Unidos está al borde de un frenazo y el mastodóntico aparato estatal no acaba de adaptarse a los nuevos tiempos. La doble moral, la corrupción y el desvío de recursos lo minan todo.
Ni Castro ni Dos Santos saldrán del poder en el contexto que soñaron. Uno se va enfermo, después de haber negado en la práctica sus raíces ideológicas, e intuye que la historia destrozará su supuesto legado. El otro pierde el control sobre Venezuela, esa mina de recursos que prolongó la vida del castrismo. Su peor pesadilla es que a los jóvenes cubanos les importa más Juego de tronos que la épica revolucionaria.
Publicado originalmente en 14yMedio