“Mire y vi un caballo bayo.
La que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el infierno lo seguía:
Y les fue dada potestad sobre una parte de la tierra,
para matar con espada, con hambre, con mortandad
y con las fieras de la tierra”
Libro del Apocalipsis (6: 7-8)
Los poemas malditos
Cuando el país se entere de algunas de las malandradas que le hice a Chávez se reirá a carcajadas conmigo. Lo saben pocos chavistas y lo sé yo. Algún día lo sabrá el mundo, por ahí alguien me sugiere una película. Al menos el guión está escrito.
Sí, mientras el sátrapa se dedicaba a maltratar y humillar a Venezuela, yo me dedicaba a maltrarlo y humillarlo a él. Y lo hice con gusto metafórico.
Mis poemas a una Primera Dama estaban malditos.
El secreto
Como todo poeta provenzal, contestatario aunque inconcluso (todavía falta), luego de enterarme de las intimidades del palacio -¡y qué intimidades!- la vida no sería fácil. El secreto de alcoba por más de alcoba que fuera desmoronaba el más costoso y ruinoso mito político que haya conocido la historia latinoamericana: el de Hugo Chávez. El secreto era peligroso, peligrosísimo. Y por cosas del destino -y de mi maldición poética- ahora yo lo conocía.
Amenazas de muerte, persecución, golpizas (varias), bombas e incendios en casa, acusaciones delirantes: conspirador, desestabilizador, “golpista suave”, terrorista; más amenazas de muerte, dos intentos de secuestro, disparos, un sangriento palazo en la cabeza, varios asaltos totales en casa (totales: papeles, archivos y computadoras, exceptuando una que estaba guardada en México por recomendación de mi confidente), entre otras nimiedades desnudaban el pánico de que fuera descubierto el secreto.
Era obvio, con el secreto los tenía agarrados por su par de cobardías, los tenía capados y asfixiados del terror.
¿Ahora entienden por qué me llaman “terrorista”?
¿Poeta maldito o maldito poeta?
Por más inverosímil que me pareciese el secreto -al principio no le di ningún crédito, fue hasta el desenlace último del sátrapa que entendí lo “picarón” del comandante-, dadas las consecuencias, los ataques demenciales, el frenesí y la abultada rabia contra un irreverente activista de la maldición poética (contra mí), había que intuir que los verdugos chavistas entendían que de conocerse el mismo quedarían abochornados por los siglos de los siglos. Claro, el secreto (y sus bailes ruinosos) se convertiría con el tiempo en una fatalidad devastadora para la nación: Nicolás Maduro.
¿Qué inexplicable fascinación guardaba Chávez por semejante tarado político? De ser su chofer lo hizo constituyentista, diputado, canciller (conocieron el mundo juntos), vicepresidente y luego nos lo legó como su dictador. Se han preguntado ¿por qué? Yo lo sé.
Artaud, Baudelaire y Rimbaud habían obrado su maldición en un poeta -salvaje- latinoamericano. Octavio Paz, en su “La llama doble”, espléndida disertación sobre la historia del amor y el erotismo, ofrecería la hoja de ruta a mi curiosidad para iniciar la investigación, sólo restaba escarbar y descubrir la verdad, que ni ofende ni teme, a veces hiere.
Es ahí cuando un poeta que usa toda la fuerza de su maldición verbal -la palabra como flecha- se gana la más bendita de todas las maldiciones de su tiempo: la del “maldito poeta” que le adjudica el chavismo. Maldición que ganará más insignias a mi pecho después de esta entrega.
Lo vislumbro, lo presiento.
Delcy, la canciller del Apocalipsis chavista
No sé si en algún lugar de las Américas la calidad femenina de amazona posea alguna connotación distinta a la que le daré en mi entrega, no lo sé ni lo averiguaré, que cada quien interprete como quiera la alegoría. A fin de cuentas un poeta maldito no se convierte en maldito poeta por esquivar el lenguaje sino por usarlo.
Pero la imagen de Delcy Rodríguez, alias “Sapita Roja”, mejor conocida en el planeta chavista como “La Canciller”, montada sobre un desbocado y mecánico caballo rojo de bar gringo, despelucada y frenética pero estática (sin avanzada), ebria de placer montaraz, chillando histéricamente (chilindrina apocalíptica) mientras cabalga su éxtasis catastrófico, insultando a diestra y siniestra, defendiendo -a gritos- la hambruna, la mortandad, la corrupción, el narcotráfico o a las fieras verdes de la Guardia Nacional y a los colectivos, me hizo pensar en ella como la más flamante y figurada canciller del apocalipsis chavista.
¿No les parece o son tan sólo vainas alegóricas que se le ocurren a un maldito poeta?
Lo demencial, lo delirante, lo psiquiátrico
La canciller del apocalipsis chavista ha sido la mejor aliada que ha tenido la oposición venezolana en el ámbito internacional. Desde que se montó a cabalgar al desbocado caballo chavista, lo demencial, lo delirante, lo psiquiátrico, es lo cotidiano y por supuesto ha demolido todo a su paso. Ni los más acérrimos aliados dan crédito a la capacidad de errar y destruir de la amazona. Gracias a ella, el chavismo ha quedado completamente aislado a nivel mundial, es visto como la dictadura criminal y narcotraficante que es, hiede apestosamente en todos los escenarios internacionales. Los detestan (tanto como a ella).
Me preocupa -debo confesarlo- que la amazona del apocalipsis chavista nos amenace con que va a renunciar y que se apartará pronto de su despelucada cabalgata en un momento tan crucial como el que vivimos. Sin duda, la necesitamos en este galope final. Es urgente que siga sobre su caballo desbocado.
La reunión de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) es una oportunidad capital para observar a Delcy en su mejor versión de amazona apocalíptica montada sobre el destartalado caballo mecánico chavista: brincando, chillando, rasguñando, cacheteando, mentando madres de frenesí y goce dictatorial.
No nos la perdamos, acaso sea su último grito “histérico” (¿debí escribir placentero?)
Como notarán, también puedo ser un exegeta maldito.