Una vez más, Venezuela se nos llenó de héroes. La larga lista de muchachos que liberó a media América durante el azaroso siglo XIX, parece no haber terminado. Los de hoy no son menos meritorios que los generales de ayer, a pesar de no mostrar vistosas casacas o brillantes botas, ni tener la oportunidad de posar para que el pincel del artista inmortalizara su grandeza.
Los de hoy son muchachos con escudos de latón y corazón de acero, capaces de enfrentar arrogantes al robocop de la Guardia Nacional, al policía ladrón y al colectivo homicida. La magia digital nos ha permitido verlos en acción y arrobar al mundo entero con su valor e intrepidez, pues desde tierras lejanas les llegan mensajes laudatorios, consejos acertados y ovaciones sonoras. Gracias a ellos, Venezuela, como hace dos siglos, ha incitado la mirada del mundo.
Llegará el momento en que todas estas heroicidades serán historia, mas como dijera Thomas Jefferson «me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado». Por tanto, vamos a ello:
El chavismo, necesariamente, desaparecerá de la faz de la tierra y, aun antes, el régimen que asola a nuestro País desde hace más de dieciocho años; pero no basta con que la ruindad gobernante desaloje el poder y deje espacio a caminos medianamente democráticos. En este aspecto debemos ser ambiciosos cual más y exigir a todo pulmón y con gesto airado que el principio fundamental de la democracia –su alfa y omega– la soberanía popular, deje de ser un paquete chileno y devenga en realidades concretas y no en botín para políticos electoralmente exitosos.
La distancia entre la soberanía realmente ejercida por el pueblo y la realidad de los regímenes transcurridos desde 1958, está en un sistema electoral viciado donde el ciudadano vota, pero no elige, donde élites partidistas, omnímodas y omnipotentes, lo deciden todo, de acuerdo a sus más particulares intereses.
Pronto será hora de devolverle al pueblo lo que nunca ha dejado de pertenecerle en justicia; para ello debemos empezar por asir una gran verdad que –seguramente– tratará de ser desvirtuada o escondida por los aventureros de siempre: la heroína en esta gesta fue la gente, el ciudadano común, los jóvenes, hombres y mujeres, viejos y ancianos, sin militancia partidista alguna, que se resistieron a ser esclavos, a vivir entre la miseria de la bolsa CLAP y el peligro de la boca del arma empuñada por el delincuente.
Si por torpeza o ambición los políticos –con sus malas artes– nos llevan a una democracia de medio pelo, donde la forma prevalezca sobre la sustancia y el querer de partidos políticos que no abarcan el diez por ciento de la población, determine el camino a seguir, estarán echando las bases de una nueva tragedia y nosotros permitiéndolo.
La solución de nuestros males está en la actitud vigilante del ciudadano para que sea cierta la soberanía ejercida por él. Haremos de este un gran País, solo en la medida en que participemos efectivamente en la toma de decisiones y, para ello, debemos ser electores antes que votantes y rechazar con coraje toda intención de birlarnos la soberanía mediante la elección de nuestros representantes.
Constitución tras constitución hemos repetido que la soberanía reside en el pueblo, pero la torturante realidad de este país desde 1958 para acá, es que la soberanía reside en los partidos. Los ciudadanos hemos sido relegados al anodino lugar de votantes, tristes convalidadores de decisiones ajenas tomadas en partidos políticos renuentes al ejercicio interno de la democracia. Ello ha traído, como necesaria consecuencia, la formación de roscas, la eternización de dirigentes, negociados de todo tipo y, lo que es peor, la desvinculación del ciudadano de la actividad política, con lo que los partidos se han convertido en vertederos sociales que, a la larga, terminan gobernando al País.
Esto debe y puede cambiar. Todos los cargos de elección popular, desde el Presidente de la República hasta el concejal del pueblo más apartado, deben pasar por el cedazo de la elección primaria. Es menester permitirle a pequeños grupos de ciudadanos que propongan sus candidatos y a los propuestos obligarlos, de esta forma, a vincularse con el pueblo. No se me ocurre mayor, más trascendente y hermoso homenaje a los que se inmolaron por la libertad, ni reconocimiento más alto a nuestros caballeros andantes sin monturas y con escudos de latón.
turmero_2009@hotmail.com
@DulceMTostaR
http://www.dulcemariatosta.com