En el pueblo rural donde nació Hugo Chávez, militares resguardan una inmensa estatua del fallecido líder venezolano mientras que activistas de la oposición sueñan con derribarla, reseña Reuters.
La escultura donada por Rusia que inmortalizó a Chávez con el puño alzado en una plaza de Sabaneta, cerca de donde nació en una humilde casa de barro, ha soportado los casi tres meses de protestas y disturbios antigubernamentales que convulsionan a Venezuela y durante los cuales han muerto unas 70 personas.
“Caerá algún día pronto, ya verán”, dijo el activista opositor Ángel Dorante. Destacó el vandalismo y la destrucción que ha alcanzado a estatuas y símbolos de Chávez en otras partes del país petrolero sudamericano.
Sabaneta, rodeada por llanuras fértiles y hogar de casi 40.000 personas, es un lugar políticamente sagrado para el “chavismo” gobernante, ahora dirigido por el presidente Nicolás Maduro. Pero no ha sido inmune a las manifestaciones que demandan la celebración de elecciones anticipadas para acabar con el mandato socialista.
Residentes de Sabanetas han golpeado ollas y sartenes durante algunas noches en símbolo de protesta y recientemente tomaron las calles durante un corte de energía. Las fuerzas de seguridad los dispersaron con gas lacrimógeno, dijeron testigos.
En Barinas, la desvencijada capital del estado, donde Chávez estudió y vivió de joven, el problema ha sido mucho peor. Muchos le han dado la espalda al gobernante Partido Socialista Unido (PSUV), en una región humilde que alguna vez fue uno de sus centros de apoyo más fuertes.
Aunque gran parte de la atención se ha concentrado en la capital Caracas, Barinas ha visto parte de lo peor de la agitación política. Hechos violentos entre el 22 y el 23 de mayo dejaron siete muertos, cientos de tiendas saqueadas y a una población de medio millón de habitantes traumatizada.
Con algunos negocios cerrados, los manifestantes opositores tendieron barricadas en las calles y se enfrentaron con soldados de la Guardia Nacional, contaron testigos.
Bandas de civiles armados progubernamentales se unieron a la contienda y, según las autoridades locales, unas 500 tiendas fueron saqueadas y una multitud de unas 2.000 personas llegó a apoderarse de una importante base policial.
“Aquí hubo una explosión social. Hicieron desastre”, dijo el opositor José Luis Machín, el alcalde de Barinas, describiendo cómo algunos empresarios contrataron a pistoleros para que desde los techos de sus negocios disuadieran a los saqueadores.
En escenas impensables durante los 14 años de mandato de Chávez, en Barinas asaltaron y quemaron la sede del PSUV, apedrearon una casa donde el difunto líder vivió en su juventud y desfiguraron carteles de él en las calles.
Unas semanas más tarde, los soldados vigilan las gasolineras, los tribunales y otros edificios gubernamentales, a la vez que muchos negocios permanecen cerrados con carteles que dicen “ya saqueado” y trabajadores repintan el edificio del Partido Socialista.
Todavía hay protestas esporádicas y el miedo es omnipresente.
Activistas de derechos humanos dicen que decenas de manifestantes han sido detenidos, algunos golpeados salvajemente en las rodillas con bates de béisbol y uno de ellos cubierto de excremento y orina mientras estaba bajo custodia.
“No tenemos comida”
La ira en Barinas, como en otras partes de Venezuela, es alimentada por el hambre y la escasez generalizada de comida, alimentos y bienes de primera necesidad después de cuatro años de brutal recesión. Hay una amargura especial en el estado natal de Chávez, donde sus residentes afirman que debería ser una tierra próspera debido a sus potencialidades agrícolas.
“No tenemos comida para nuestro bebé, por eso mi esposo salió a manifestar, como cualquier otro venezolano”, dijo Arianna Espinoza, de 20 años, cuyo esposo, Yorman Bervecia, de 19 años, salió a las calles el 22 de mayo a protestar cerca de un comando de la Guardia Nacional, la policía militarizada.
Nunca volvió a casa, fue abaleado en el pecho.
“Ahora soy yo con las ganas de salir a manifestar”, agregó Espinoza mientras abrazaba a Lucas, de 1 año de edad.
Además de las elecciones, los manifestantes exigen soluciones a la crisis económica, el fin de la corrupción desenfrenada, la libertad de los activistas políticos opositores encarcelados, ayuda humanitaria extranjera y la autonomía de la Asamblea Nacional ganada por la oposición en 2015.
El rechazo de Barinas al “chavismo” data de esa elección, cuando los votantes eligieron a cinco legisladores de la oposición para seis escaños.
Maduro llama a sus opositores “terroristas” empeñados en buscar un golpe de Estado violento y se resiste a adelantar la próxima elección presidencial programada para fines de 2018. En su lugar, está promoviendo una Asamblea con poderes para rescribir la Constitución y anular otras instituciones.
La elección para escoger a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente está fijada para el 30 de julio. La oposición dice que está amañada para garantizarle una mayoría a los aliados de Maduro, por lo que están boicoteando el proceso.
A pesar del declive económico y las protestas y disturbios que sacuden toda la geografía del país, desde los Andes hasta el Amazonas, Maduro conserva una base de apoyo firme y su popularidad se mantiene encima de un 20 por ciento, respetable en comparación con algunos de sus pares de Latinoamérica.
Eso refleja la profunda reverencia de los pobres por Chávez, que ven a muchos líderes de la oposición como representantes de una elite desconectada con las mayorías y desprecian la violencia que desencadenan las protestas.
Denny Frías, de 43 años, un pariente lejano de Chávez que cuida los jardines alrededor de su estatua en Sabaneta, dijo que todavía es “100 por ciento chavista” y que siempre le agradecerá al Gobierno por su trabajo y su casa, provista por el Estado.
“Chávez luchó y dio su vida por el país. Maduro es el hijo de Chávez, está haciendo su trabajo igual, por eso lo apoyo”, dijo Frías a la sombra de la estatua, vistiendo una camiseta roja con el rostro de Chávez.
“Los guarimberos (alborotadores) han tratado de venir aquí. Son personas pagadas. Les dan comida por guarimbear. Pero no pueden tocar esta estatua. No los dejaremos”, añadió.
Por Andrew Cawthorne/Reuters
Fotos Reuters