Los regímenes autoritarios siempre se esconden detrás del concepto de soberanía para pretender excusar sus crímenes de lesa humanidad.
Acuden entonces a un concepto de soberanía anacrónico y absurdo, propio de los feudos y las monarquías de siglos atrás, pero no del actual mundo globalizado donde la democracia tiende a ser un sistema planetario y la defensa de los derechos humanos no conoce fronteras.
Sin embargo, según estos regímenes autoritarios, su concepto de soberanía significa que ellos pueden hacer lo que les dé la gana en sus respectivos países, y nadie de afuera –o de adentro– puede entrometerse.
Obviamente, ese concepto de soberanía ya está periclitado. Hoy día ningún gobernante puede hacer lo que quiera en contra de los ciudadanos de su país, sin incurrir en violaciones de los articulados de la Declaración de los Derechos Humanos, los Tratados Internacionales y el Derecho de Gentes.
Hoy día los mandatarios tienen límites en el ejercicio de sus gobiernos, y ningún país puede permanecer indiferente a la suerte de otros en donde, por ejemplo, se conculquen los derechos humanos, se cometan crímenes de lesa humanidad o se desconozcan los principios democráticos.
La soberanía, pues, no existe en los términos concebidos por las dictaduras y los gobiernos que aspiran a convertirse en estas. Y es lógico que así sea: no puede utilizarse la soberanía para excusar crímenes y delitos de gobiernos genocidas, forajidos, terroristas, narcotraficantes y antihumanitarios.
Por lo tanto, frente a esos crímenes de lesa humanidad, la comunidad internacional tiene perfecto derecho a intervenir, bien por las vías diplomáticas, jurídicas y económicas o, incluso, por las vías de hecho. Ningún gobernante puede pretender, a estas alturas de la historia, convertir a su país en un coto cerrado para atentar contra su pueblo o contra los demás, para violar los derechos humanos o para poner en peligro la paz y el orden internacional.
El moderno concepto de soberanía respeta, desde luego, la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en sus asuntos internos. Pero el Derecho Internacional ha evolucionado de tal manera que los derechos humanos están por encima de cualquier consideración, visto que hoy día se persigue la protección de toda persona, independientemente del sistema jurídico a que esté sometido. En otras palabras, el sagrado respeto a la persona humana trasciende a cualquier Estado de cualquier país, lo que implica, sin duda, una gran conquista para el desarrollo de toda la humanidad presente y futura.
Esa soberanía que tanto gusta a los mandatarios delincuentes y terroristas sólo busca evadir el castigo de sus crímenes, tarea que hoy día no conoce fronteras de ninguna naturaleza. Ya no existe la famosa inmunidad que antes los protegía, lo cual permitió, por ejemplo, que el dictador chileno Augusto Pinochet fuera detenido y procesado en Inglaterra hace varios años y que el tirano yugoslavo Miselovic fuera juzgado en La Haya por una corte internacional.
Hay que detenerse a pensar, por ejemplo, qué habría sucedido si la comunidad internacional hubiese actuado tempranamente contra Hitler, Stalin o Mao durante sus respectivas dictaduras, bajo las cuales murieron, en su conjunto, 60 o 70 millones de personas. Para ejecutar libremente tales prácticas criminales y perversas, todos ellos alegaron la soberanía de sus Estados y detrás de ella escondieron el trágico final de esos millones de hombres, mujeres y niños que murieron en los campos de concentración nazis, en los gulag soviéticos de Siberia y durante la descomunal hambruna china en los años cuarenta del siglo pasado.
Ese concepto utilitario, desnaturalizado y cínico de soberanía es el mismo al que hoy apela el régimen chavomadurista para intentar tapar la tragedia humanitaria que nos afecta (sin comida, ni medicinas), casi un centenar de asesinatos de adversarios políticos por la brutal represión contra protestas pacíficas, así como sus miles de presos políticos, sus sistemas de torturas y detenciones sin fórmula de juicio –todos crímenes de lesa humanidad–, sus violaciones reiteradas a la Constitución, a los convenios internacionales y a los derechos humanos.
De allí que la estrategia hoy en ejecución sea la de alzarse en contra de la comunidad internacional, desconocer sus organismos y decisiones y encerrarse en las fronteras del país –al estilo de Castro en Cuba– para impedir ser castigados.
Pero, al final, no lo lograrán: una vez fuera del poder deberán ser juzgados por sus crímenes, y será muy difícil que puedan escapar a la justicia universal. Ya no hay lugar seguro para los ex gobernantes tiránicos o autoritarios.
@gehardcartay
El Blog de Gehard Cartay Ramírez