Como partícipes de una sesión de espiritismo, todos invocamos al 350 con tanto fervor que pareciese que estuviésemos llamando a un espíritu o un santo milagroso que de una u otra forma va a acabar con todos nuestros problemas. Pero en realidad, ¿nos hemos detenido a analizar o comprender el alcance de tales acciones?
Tal cual como si fuese una especie de panacea, todos nos refugiamos en que al fin llegó el momento del 350. Desobediencia civil lo llaman algunos, obediencia constitucional he oído como referencia de otros, pero en realidad, el 350 junto al 333 constitucional, pudiesen llegar a ser una verdadera utopía si no se le da la conducción necesaria para su aplicación.
Uno de mis padres en el derecho y la vida, el Dr. José Antonio Bouzas, constantemente dice que “el derecho no puede contra la fuerza”, cuestión que siempre he compartido. Sin embargo, podemos darle al derecho o a la ley un uso que abarque el desconocimiento hacia aquellos que ocupan por la fuerza el poder, sin caer en un terreno en donde con el uso de la fuerza bruta puedan silenciar lo correcto y lo legal.
El 350 no es anarquía, es la priorización de los derechos que reclamamos con respecto a las obligaciones que tenemos. Los derechos a la vida, a la libertad, a la salud no pueden estar nunca por debajo del derecho al libre tránsito o a nuestra obligación de pagar impuestos como contribuyentes. Y sí debemos trancar una calle o dejar de pagar impuestos, pues es una forma de construir país desde la no violencia.
El 350 no es un espíritu, pero lleva en sí el espíritu de libertad que todos debemos enarbolar. Organicemos y ejerzamos nuestro derecho, marquemos un hito en la historia del mundo desconociendo a una mafia que secuestró a nuestra Venezuela, pero sobre todo entendamos muy bien cuáles son nuestras prioridades y nuestros deberes.