En los más de tres meses de protestas en Venezuela destacan el ensañamiento y la violenta alevosía de la policía y de la Guardia Nacional Bolivariana contra los manifestantes. Lo prueban no solo el elevadísimo número de arrestos por protestas y actos represivos entre abril y julio de 2017, sino también de heridos –un promedio de 300 cada día– y los asesinados por balas, bombas lacrimógenas o de perdigones disparados a quemarropa.
Especial nytimes.com /
ero lo que más llama la atención ha sido el silencio militar ante lo que está ocurriendo. El ejemplo más reciente es el feroz ataque perpetrado por una gavilla de paramilitares contra la Asamblea Nacional ante la mirada indiferente pero cómplice de la GNB.
Esto es algo muy grave, pero, sobre todo, sorprendente, porque en 2002 por mucho menos que eso, el Alto Mando Militar le exigió al presidente Hugo Chávez la renuncia a su cargo. Hace poco, Vladimir Padrino, mayor general del Ejército y ministro de la Defensa, reconoció las graves violaciones a los derechos humanos por parte de la GNB y exhortó al cese de las “atrocidades”, pero estas han continuado ocurriendo como si nada.
La explicación más común sobre la apatía castrense es que los militares venezolanos están “comprados”. Sus miembros, en efecto, no padecen las penurias comunes a los ciudadanos porque el gobierno chavista se ha ocupado de mimarlos con toda clase de prebendas –bienes, recursos, carros, viviendas y dinero– que en la cada vez más deprimida economía venezolana solo están al alcance de una casta de privilegiados. El Ministerio de la Defensa venezolano goza de un presupuesto nueve veces mayor que el Ministerio de Alimentación y está también muy por encima del Ministerio de Salud.
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