Me gusta ver buenas películas. Trato de no perderme la de los festivales españoles, italianos o alemanes que proyectan cada cierto tiempo. El otro día, por cierto, en un ciclo de clásicos, vi West Side Story, Amor sin Barreras –como la titularon en español- protagonizada por Natalie Wood y Richard Beymer; pero, además, con la sabrosa y candente actuación de Rita Moreno. Legendaria la escena donde la guapa latina baila América, con la imponente música de Bernstein. Unas horas de oxigenación, con una buena película, lo recomiendan hasta los psiquiatras; esos mismos que alertan que el equilibrio mental y emocional de los venezolanos, en estos últimos meses, está en jaque mate.
Sin embargo, a pesar de la excelente música de Bernstein, las maravillosas actuaciones de Wood, Moreno y Beymer, la trama del musical, inspirada en la historia de Romeo y Julieta, me hizo pensar en el país: dos pandillas rivales que pelean para imponer su autoridad. Nuestro país, como ya he dicho en otras ocasiones, está cargado de dramas por cada una de sus esquinas. Dramas que serían el delirio de guionistas, compositores y poetas. Los venezolanos somos los protagonistas de nuestra propia película. No somos reparto, ni actores secundarios, ni relleno. Cada uno de nosotros tiene un rol estelar en este largometraje que se llama Venezuela y que, desde hace 18 años, salta del drama al terror, del suspenso al horror; con muy poco de romance y comedia.
Si me preguntasen por cuál escena va nuestra cinta, les diría que estamos en el momento crucial, donde los malos se ven –y se saben- acorralados. Por eso, no les queda otra opción que gritar, extorsionar, amenazar y mostrar más violencia para asustar a los rehenes que mantienen encerrados, hambrientos o enfermos. A algunos de los secuestrados que se han atrevido a alzar la voz, los han asesinado. Y mientras sus madres los lloran; ellos celebran, cantan y bailan. Los secuestradores de mi país, en la retención más larga de la historia reciente, están rodeados. El entorno los está cercando. No ha sido fácil. Pero, ahora ellos cuentan con muy pocos recursos. Los que antes eran sus aliados, sus amigos o benefactores, ahora se alejan. Otros, juzgados y próximamente encarcelados. Están nerviosos; se nota por las decisiones desafortunadas que toman. Quieren negociar. Para ello, llaman a los expertos que se encargan de establecer las condiciones. Exigen salvoconductos, helicópteros, extradiciones, dinero. Dentro de la banda delictiva, comienzan las fracturas: algunos creen que no es momento de flaquear, sino de arremeter. Si no retienen el poder –a como dé lugar, así tengan que usar las armas- saben que la cárcel será su nuevo domicilio.
En los largometrajes, los malos muy pocas veces se salen con las suyas. “El crimen no paga” era el título de una película americana de finales de los años 40, protagonizada por Humphrey Bogart. También el nombre de un programa radial venezolano, transmitido –si mal no recuerdo- por Radio Rumbos. Los criminales que han tenido secuestrado al país, más temprano que tarde, pagarán la destrucción, la miseria, la escasez, las muertes que, sus 18 años de reinado de horror, han dejado. Cuando la desesperanza amenaza con invadirme, pienso en los estudiantes de nuestras universidades que han dado la batalla y, pese a no conocer otro modelo de gobierno sino el actual, no están dispuestos a aceptarlo, no se doblegan y exigen cambios. Y no admiten negociaciones. Saben que este es el momentum y que lo que está en juego no son cargos, sino la vida de un país estrangulado.
Los “malos” saben que el final se acerca. Es el resultado de haber convertido a Venezuela en una hacienda de narcotráfico, terrorismo y violencia. Son las consecuencias de permitirle a los “malhechores” y a los traficantes de otras naciones el libre tránsito por nuestro territorio. El caos que generaron se les revierte y comienza a desandar los caminos, para llevarlos por un nuevo trayecto que, indeteniblemente, los conduce hacia el patíbulo. Ha sido tanta la putrefacción que, la necesidad de sanearnos los supera y, por tanto, los condena. Por eso, ellos saben que les llegó la hora de negociar la vía de escape, igual que en las películas donde los ladrones del banco, le exigen a la policía que les tengan un avión en el aeropuerto para poder escapar. Están acorralados porque los “rehenes” somos mayoría. Y estamos azuzados por unos jóvenes valientes que no nos permitirán posturas blandengues o falsas. Les debemos a nuestros muchachos el futuro que los secuestradores del país se niegan a proporcionarles. Son horas aciagas porque los criminales que mantienen confiscada a Venezuela, no sienten ningún respeto por la vida, sino por las cuentas bancarias que han venido engordando. Son horas peligrosas porque, los “narcodólares” que los alienan y los drogan, los impulsa a lanzar sus últimas dentadas y zarpazos letales.
Hoy somos una película de suspenso y horror. Con grupos que se odian y oponen como los Capuleto y los Montesco de Shakespeare. O como las pandillas de los Jets y los Sharks de West Side Story. Pero, amigos, ¡no nos perdamos el desenlace! Somos protagonistas de esta historia. Y de nosotros dependerá el giro de la trama.
@mingo_1