Paula está tirada en el asfalto. No puede levantarse porque la bota del guardia le presiona por la espalda. Éste la empuja contra el borde del soporte de concreto. Delante de ella está una botella de vidrio partida y a los lados, esparcidos, trozos de restos de otros pedazos de objetos filosos y cortantes.
En otra imagen que tomó el fotógrafo Miguel Gutiérrez de la agencia EFE, a Paula la rodean poco más de 20 militares, todos en motocicletas y fuertemente armados. A ella se la ve, desde que está en el suelo, solo con una bandera de Venezuela cubriendo parte de su rostro.
Paula es menor de edad, apenas tiene 17 años, y es estudiante de Derecho en la Universidad Central de Venezuela. La joven fue capturada y llevada detenida. Al caerse se cortó una de sus manos y le suturaron con 7 puntos.
Otra imagen, captada por el fotoperiodista Fernando Oduber, muestra a un anciano corriendo por una acera en San Antonio de los Altos, con su nieto en brazos, mientras detrás, muy cerca, un guardia lo persigue y no es, precisamente, para saludarle.
Las imágenes de la represión en la Venezuela de la Resistencia, que sobrepasa los cien días en protestas, están registrando lo más escabroso, dantesco y sádico de una dictadura: la vocación criminal de toda dictadura para reprimir a una población civil desarmada y evidentemente, en inferioridad de posibilidades para defenderse frente a un régimen que usa su poder, incluso garrotes, piedras y tubos, además de armas de fuego letales, bombas lacrimógenas vencidas, para frenar el descontento popular que reclama su derecho a la alimentación, medicinas, seguridad, y sus derechos políticos.
En esta escalada represiva las imágenes que los reporteros gráficos han captado van dibujando un escenario desde todo punto de vista, digno de una temporada en el Infierno. Pero eso ocurre en la Venezuela del llamado socialismo Siglo XXI. Donde el Estado, por acción, incapacidad u omisión, se niega a aceptar la ayuda humanitaria de organizaciones internacionales, como Cáritas. Permitiendo que la desnutrición aumente hasta los bordes del 9,45% en la población infantil. O impidiendo el suministro de insumos médicos para patologías extremas, como VIH, insulinodependientes, o en personas trasplantadas, o para diálisis o cáncer.
Las imágenes de la represión en Venezuela escandalizan a la opinión pública mundial. El holocausto tropical se está viviendo también en el silencio de los centros de reclusión psiquiátricos, hospitales, asilos para ancianos y cárceles venezolanas.
Las imágenes de esa violencia son escabrosas. Muchas de ellas casi imposibles de digerir. Producen náusea y repulsión.
Si la fotografía de Paula genera rechazo y rabia, al ver a una joven rodeada por más de 20 militares que la humillan. La atrapan. La manosean. Y finalmente la someten. Las imágenes de enfermos dementes, en claroscuros, donde apenas se ven sombras, es lo que produce escalofrío y duele. Es un dolor al centro del pecho que nos conmueve hasta las lágrimas.
En medio de esto, al comandante general de la Guardia Nacional Bolivariana, mayor general Sergio Ramírez Marcano, solo se le ocurre declarar: “Hay algo que nos preocupa, es que en las inmediaciones del distribuidor Altamira se encuentran una serie de reporteros gráficos, periodistas, y aparentemente ellos sabían que el artefacto explosivo estaba ahí, veían pasar a los GNB cerca del artefacto y no les alertaron que iban a ser atacados por ese artefacto explosivo. Por el contrario en las gráficas que filmaron ellos, pareciera que más bien se acomodan para tener la primera plana de lo que iba a pasar. Pareciera que estos reporteros son profetas del desastre.” (en https://youtu.be/VxnHiilnhlc )
Peligrosa y temeraria afirmación la de este militar porque pudiera entenderse como una estrategia para inclinar la opinión pública a una posible justificación de represión abierta contra los comunicadores sociales y, especialmente, los reporteros gráficos. No es un hecho fortuito, entonces, lo que ocurre en Barquisimeto, donde hay una campaña “anónima” para mostrar a fotógrafos que cubren las protestas, como terroristas.
Existen evidencias de persecución, represión y detenciones arbitrarias contra fotógrafos. No solo son humillados, vejados y golpeados. También roban sus costosos equipos donde reposan los rostros, ángulos, primeros planos. La luz en blanco y negro o a todo color. Esa forma que da cuerpo a lo mucho que vale una imagen. Esa que defiende el derecho a informar y grabar el delito contra una sociedad que se niega a estar de rodillas frente al opresor. Los fotógrafos somos los ojos de los ciudadanos que reclaman su derecho a vivir en libertad.
(*) camilodeais@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1