Pensando en nuestra penosa y angustiosa circunstancia política, cuyo desenlace desconocemos aunque lo sintamos próximo, he llegado a sentir que los odios y la venganza están tomando pavoroso vuelo, y que eso nos podría conducir al infierno.
Las escenas de represión aterradoras, la saña de los militares y otros cuerpos de seguridad que nos muestran las redes sociales a diario, nos reafirman esos escalofriantes temores.
Sí, pensando en tal probabilidad, recordé uno de los últimos discursos de un gran estadista europeo, ya ido: François Mitterand, ex presidente de Francia.
A él –permítanme una referencia personal- tuve la suerte de verlo y oírlo de cerca, en una reunión en Miraflores, en su visita a finales de los años ochenta del siglo pasado. Me había tocado participar en la negociación de un convenio bilateral con el Ministerio de Finanzas de Francia, que fue firmado en tal encuentro en Caracas con el presidente C. A. Pérez.
Había seguido por mucho tiempo, la trayectoria de este gran político, cuya figura estuvo presente por muchas décadas en la política de su país, colocado en posiciones cimeras y decisorias. Sentí siempre una admiración por el político que fue, más allá de lo ideológico. Reconocer su valor es obligado, y ante su sabiduría y experiencia no se podía ser indiferente.
Decía que de él evocaba una intervención pública ante el Parlamento Europeo un día de Enero de 1995, en la cual tocó el tema de las guerras europeas que a su juicio eran producto, sobre todo, de los nacionalismos exacerbados, el de creerse, desde una nacionalidad cualquiera, superiores a los otros. Es célebre su frase, expresada de manera enfática en tal ocasión: “¡El nacionalismo es la guerra!”.
En el discurso en cuestión decía que había pasado su infancia con familias desgarradas que lloraban sus muertos y guardaban un rencor y odios contra el que había sido su enemigo.
Sin embargo, Mitterand afirmaba que a pesar de tanto dolor, separación y muerte debía dejarse de transmitir el odio, y más bien habría que abrir la posibilidad de la reconciliación entre las naciones. “Uno tiene la audacia de imaginar lo que podría ser un porvenir más brillante fundado en la reconciliación y la paz.”
Era un hombre que había podido experimentar el horror de la guerra; de allí su rechazo inequívoco a ella. Pero no había sido en ésta -afirmaba- en la que había alcanzado tal convicción, sino en su propio hogar, donde las virtudes de la benevolencia y la humanidad le fueron inculcadas.
En momentos en que nuestro país pudiéramos estar bordeando la posibilidad del espanto que podría traer una guerra fratricida, como consecuencia de la conducta de unos gobernantes bárbaros e inconscientes, habría que recordar la experiencia amarga de otros pueblos para evitar, así, sumergirnos en un infierno similar o peor.
Sé que tal eventualidad no depende sólo de los que queremos solucionar nuestra crisis de manera pacífica.
Hemos demostrado hasta con la ofrenda de vidas de decenas de jóvenes, nuestra voluntad de resolver nuestra tragedia por las vías civilizadas.
La pérdida de esas valiosas vidas y las consecuencias emocionales que conlleva, no son fáciles de asimilar y superar. Comprendemos el dolor, la rabia y la impotencia que genera llevar tal carga.
No obstante, ese profundo pesar no puede hacernos caer en lo que unos gobernantes enloquecidos quieren, consciente o inconscientemente: la aniquilación del adversario político, mediante una guerra. No son pocos los que desde fuera de nuestro país están viendo un peligro de conflicto violento entre nosotros.
Estamos obligados política y moralmente a rechazar esa deriva demencial, agotando todos los recursos y medios (diálogos, negociaciones, mediaciones) para impedirla, antes de que sea muy tarde.
Imaginemos, mas bien, con Mitterand, un futuro brillante de reconciliación y paz, sin que ello comporte renunciar a defender y ejercer nuestros legítimos derechos, y luchar por un nación próspera y pacífica.
Pero poniendo por delante todas las salvaguardias que cierren el paso a la violencia de todos contra todos. Simplemente, no dejemos que la lógica del odio y de la muerte se impongan en una sociedad que merece otro destino.
F. Mitterand
«Resulta que los azares de la vida quisieron que yo naciera durante la Primera Guerra Mundial y que hiciera la segunda. Así que me pasé mi infancia con familias desgarradas que lloraban sus muertos y guardaban un rencor y a veces odio contra el enemigo de ayer. ¡El enemigo tradicional! Aunque éste, señoras y señores, ¡lo hemos cambiado siglo tras siglo! Las tradiciones siempre han cambiado. Ahora tengo la ocasión de decirles que Francia ha luchado contra todos los países europeos, a excepción de Dinamarca, y uno se pregunta ¡por qué! Pero mi generación completa su curso, estos son sus últimos actos, este es uno de mis últimos actos públicos. Por eso es absolutamente necesario transmitirlo. Ustedes mismos han conservado la enseñanza de sus padres, que han padecido el sufrimiento de su país, que han conocido la pena, el dolor de la separación, la presencia de la muerte, todo ello simplemente por la enemistad de los hombres de Europa entre sí. Se debe transmitir no el odio, sino más bien la posibilidad de la reconciliación que debemos, cabe decirlo, a los que desde 1944-1945, desangrándose entre sí, desgarraban sus vidas personales demasiado a menudo. Uno tiene la audacia de imaginar lo que podría ser un porvenir más brillante fundado en la reconciliación y la paz. Esto es lo que nosotros hemos hecho.
No he adquirido mi propia convicción por casualidad. No he ganado en los campos alemanes donde era un prisionero, o en un país que fue ocupado tantas veces. Pero tengo recuerdos de una familia donde todavía se practicaban las virtudes de la humanidad y benevolencia, practicadas también por los alemanes, de quienes hablamos con animosidad.
Me he dado cuenta de que yo era un preso durante la huída. Conocí a los alemanes y luego me pasé algún tiempo en Baden-Württemberg, en la cárcel, y las personas que estaban allí, los alemanes con los que hablé, me di cuenta de que amaban Francia más de lo que nosotros amábamos Alemania. Digo esto sin querer abrumar a mi país, que no es más nacionalista que cualquier otro, sino para entender que todo el mundo ha visto el mundo desde donde estaba, y estos puntos de vista han sido generalmente distorsionados
Deben superar sus prejuicios.
Lo que pido aquí es casi imposible, porque se debe superar nuestra historia y, sin embargo, si no se supera uno debe saber que una norma prevalecerá, señoras y señores: ¡el nacionalismo es la guerra! La guerra no es solo el pasado, puede ser también nuestro futuro, ¡y son ustedes, señoras y señores, que ahora son los guardianes de nuestra paz, de nuestra seguridad y de su porvenir!»