Ya no son dos sino tres los eventos que hacen dictador a Nicolás Maduro. Dos son pecados originales. El tercero, el último, el celebrado este domingo 30 de julio. La elección de la Asamblea Nacional Constituyente. El fraude. La consumación de la dictadura, del Estado totalitario. El primer pecado original: La operación montada entre finales de 2012 y principios de 2013 desde la Asamblea Nacional y el TSJ para confirmarlo en la presidencia a la muerte de Hugo Chávez. El segundo, el robo de las elecciones en abril de 2014. ¿A quién le caben dudas hoy?
Por Juan Carlos Zapata en Al Navío
La confirmación como mandatario sucesor se saltó toda la norma. Diosdado Cabello, entonces presidente de la Asamblea Nacional, se había comprometido con el moribundo presidente Hugo Chávez a llevar adelante la operación, apoyando a quien sería el garante de que continuara el proceso chavista. La oposición en minoría en el Parlamento -no en la calle- no pudo impedir el atropello. Y fue así como el vicepresidente Ejecutivo de Venezuela, Nicolás Maduro, pasó a ser Presidente y luego candidato a la “reelección” frente a Henrique Capriles Radonski.
Pero no ganó. Capriles lo dijo esa misma noche. Se robaron las elecciones. Te robaste las elecciones. Más tarde, Leopoldo López, desde la cárcel, explicaba en entrevista a Boris Muñoz -Prodavinci- “que ese 14 de Abril (2013) ganó Henrique Capriles, pero no se pudo o no se supo cobrar el triunfo”. López era el coordinador de campaña. Contaba con los números del estrecho margen. También estaba el ambiente postelectoral. Yo vi la resaca del chavismo al día siguiente. Fui a la Plaza Bolívar de Caracas y en vez de alegría había tristeza entre los grupos de militantes duros, colectivos habituales de la zona. No había razones para celebrar. Sabían que perdieron, y le achacaban el desastre al candidato, a la crisis económica que ya asomaba, a la corrupción y a la falta de compromiso -desagradecido- del chavista beneficiario por la política clientelar durante más de una década. Agregaba López: “Cuando evaluamos los resultados y las irregularidades que se estaban presentando, como el abuso puntual en las mesas, casos de usurpación de identidad, manipulación de los cuadernos de votación, ventajismo mediático y violencia, estaba muy consciente de que en esta oportunidad, la trampa podía hacer la diferencia en votos y cambiar los resultados, como en efecto ocurrió”. Expertos electorales, al cabo del tiempo, han constatado lo que dijo López en su momento. Capriles se abstuvo de lanzar la gente a la calle a reclamar el triunfo, gente que sabiéndose ganadora, estaba decidida a reclamar el triunfo a todo lugar. Fue una decisión responsable de Capriles, quien quería evitar un choque y con ello una masacre. La posición de Capriles hoy está más que justificada. Argumentaba, como lo argumentó un año después en los eventos de La Salida (manifestaciones de 2014), que primero había que construir una mayoría evidente. Y es que la Venezuela de ese momento electoral aún era un país partido en dos.
Estos dos pecados capitales llevaron a otro colateral inmediato. El de la oportunidad perdida de Maduro de actuar como estadista. Sabiendo que el triunfo era exiguo, comenzó a gobernar como si hubiera sido holgado, amplio, mayoritario, contundente. Pero poder es poder. Presidencia es presidencia. Presidencia en manos de alguien formado en el esquema cubano, en el modelo autoritario de Hugo Chávez, en el modelo totalitario de Fidel y Raúl Castro. Así, el sectarismo lo lleva clavado en el alma. Y también la vocación de poder, lo cual es más que una evidencia en estos cuatro años de gestión. Maduro comienza aquí la deriva de lo que es hoy. El que Chávez lo escogiera como sucesor respondió a una estrategia montada por el grupo civil que consideraba inconveniente a Cabello en la presidencia. Me lo declaró el exgobernador del estado Aragua, Rafael Isea, y me lo ratificó quien en la adolescencia había sido el mentor político de Maduro, y a quien este identificó en acto público celebrado en el Tribunal Supremo de Justicia con el fin de que fuera aplaudido y reconocido: Román Chamorro. El asunto fue este. El grupo civil no solo conocía de la enfermedad de Chávez antes que Cabello, sino de la gravedad del cáncer. Desde entonces, y con ayuda de La Habana, resuelven intrigar contra Cabello al tiempo que destacaban las bondades del Maduro que era canciller.
Proclamado Maduro en 2013, no podía desconocer que fuerzas internas le auguraban una administración con problemas. El ministro Jorge Giordani le recomendaba recortar el gasto, ajustar la economía. En vez de actuar con amplitud, se cerró. El sectarismo también estaba dirigido contra los suyos. Maduro comienza a sentir que el poder le pertenece, que se lo ha ganado, que es el hijo de Chávez, el nuevo pupilo de Fidel Castro, predestinado por la historia. De modo que sacó a Jorge Giordani del gobierno y con este partieron también otros exministros de Chávez. Visto en perspectiva, Maduro efectuó una temprana purga interna que incluyó, al cabo de un año, al expresidente de PDVSA, Rafael Ramírez, quien también estaba empeñado en reconducir la economía. Hoy Maduro paga ese accionar. Ha nacido el chavismo crítico, alimentado por muchos de esos liderazgos que él desestimó y atacó en público. Ha nacido el chavismo no oficial. El que no fue a votar y lo dejó solo en el plan tiránico. Lo ha dejado solo a él, y al grupo que lo apoya, a saber: Cilia Flores, Elías Jaua, Tareck El Aissami, Tibisay Lucena, Jorge Rodríguez, Delcy Rodríguez, Iris Varela, entre otros.
El punto final de la democracia
Si Maduro se comportó así con los suyos, ¿qué no haría con la oposición? Se demostró en La Salida, en 2014, la solución liderada por Leopoldo López para provocar el cambio, la salida de Maduro del poder. La arremetida represora fue brutal. Aún persiste la polémica de si el tiempo de la propuesta de López era el preciso o si jugaba adelantado. Pero lo cierto es que el Maduro que no había ganado las elecciones, ahora estaba obligado a demostrar que el poder le era consustancial. De allí la represión, los muertos, los heridos, los presos políticos, incluyendo a López. Aquí desaprovechó otra oportunidad de avanzar en un escenario de diálogo con resultados. Hizo lo contrario. Porque la naturaleza del régimen se confirmaba en los elementos. Antes, hacia finales de 2013, a Leopoldo López no le cabían dudas de que se trataba de una dictadura, y en La Salida, todo el poder, con Maduro, Cabello, la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, la policía política, con Miguel Rodríguez Torresa la cabeza, el TSJ, reaccionan en consecuencia. Maduro hace un amago de diálogo en mayo de 2014, pero la convocatoria, concretada en un debate en el Palacio de Miraflores, produce un doble efecto. Por un lado gana tiempo. Por el otro, la dirigencia opositora lo desnuda en lo que es, lo que pretende, cómo gobierna, con quién gobierna. Ya el militarismo lo envuelve. Lo arropa. Y él se deja. Alaba a Cabello como un dirigente duro, y de ello se ufanan ambos. De ser duros. Implacables. Es a raíz de La Salida que se estructura el plan para hacer de la Guardia Nacional una maquinaria represiva sin precedentes en América Latina: 90.000 efectivos armados hasta los dientes, de los cuales 20.000 son de dudosa procedencia. Todos sin escrúpulos. Apoyados por Maduro. Bendecidos por el régimen. En esta última etapa de la historia, desde abril de 2017, no solo el saldo de muertos, heridos, presos políticos, robos, ataques a la propiedad privada, etc., definen el perfil del cuerpo represor, sino algo todavía más grave: la crueldad, la maldad, la mentira. Hitler. Stalin. Castro. Chávez. Estos constituyen el patrón a seguir. Pero en sí mismos, Maduro y Cabello se conforman en modelo. Ambos compiten y ambos se completan. Ninguno es más cruel ni más radical que el otro. Juntos son el proyecto. La supervivencia en el poder les impone seguir juntos. Al menos en esta etapa. Mientras juegan a la hegemonía. Después, ya se verá qué hace cada quien.
Al abandonar el Gobierno, Giordani había lanzado esta advertencia: En el Palacio de Miraflores hay un vacío de liderazgo. Era peor que eso. La conseja en círculos privados, en despachos gubernamentales, en la calle, en la empresa privada, en los cuadros del Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, entre militares, era que el Presidente es ignorante, de poco vuelo, de verbo errático, y también blando, gobernado por la esposa, Cilia Flores, principal operadora política. Entonces, ante la imagen dura y firme de Cabello, ¿qué hacía Maduro? Exhibirse también implacable. Y el implacable va construyendo la figura del dictador.
Los meses siguientes le brindan a Capriles Radonski argumentos a favor. La crisis va deteriorando al gobierno de Maduro y al mismo tiempo van confirmando la mayoría opositora. La verdad es que en las elecciones parlamentarias de 2009, con Chávez vivo, la oposición ya comienza a asomar el músculo mayoritario. Pero la cirugía que aplica el Consejo Nacional Electoral, CNE, a los circuitos electorales impide que la mayoría se concrete en curules. En la elección Capriles-Maduro de abril de 2013, se despeja el hecho mayoritario, pero insuficiente para reclamar la victoria y el poder. En diciembre de 2015, la oposición gana la Asamblea Nacional de manera aplastante. Y Maduro pierde una nueva oportunidad. No lee el resultado. Y si lo lee, ya no quiere, no puede, dar marcha atrás a lo que es en esencia como poder. Así se pone en marcha desde la Asamblea Nacional, Cabello es presidente, la operación para hacer del TSJ un poder completamente apegado al Ejecutivo, a un Maduro a quien la fachada democrática se le termina de derrumbar. El periodo 2016-2017 es conocido. Ese TSJ le rebana la mayoría absoluta a la Asamblea Nacional que ha ganado la oposición. Asume poderes que corresponden al Parlamento. Se da el choque de poderes. El dictador -ya lo es- decide blindarse ante lo que significa una mayoría política y social en contra, y entiende que la oposición, agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, legitimada en el Parlamento, representa el mayor peligro hasta ahora visto, que puede conducir a la pérdida del poder. La MUD comete el error de dejar ese propósito en evidencia cuando le da plazo de salida al Gobierno. Así, el régimen reacciona como reaccionan las dictaduras. Es minoría pero arremete. Apela a los mecanismos de poder. A la falsa legalidad. Declara en desacato a la Asamblea. Dicta sentencias. Una tras otra. Vuelve al diálogo con la mediación de José Luis Rodríguez Zapatero y el Vaticano. Incumple. No le cumple al Papa Francisco. Gana tiempo, evitando contarse en elecciones. Hasta que ya, de manera abierta, rompe el hilo constitucional, y roto, no se plantea otra opción que cerrar el cuadro con la Constituyente. Y con la Constituyente, divide al chavismo. Y es el propio chavismo el que lo deslegitima este domingo negándose a votar.
Pensar que la oposición no le negaba elogios a Maduro. Algunos se hicieron ilusiones cuando fue él y no Cabello el escogido. Lo veían como un tipo entrador, componedor, amplio, que perteneció al Grupo Boston de diputados, especie de club de parlamentarios para tender puentes, armar espacios de convivencia. Era así hasta que se alza con la presidencia, y cambia, muta. Levanta la voz, amenaza, insulta, interviene empresas, pide poderes habilitantes, empeñado en ganar autoridad, empinarse en liderazgo, necesitado de imponerse sobre los adversarios internos y externos y sumar “legitimidad”. Y se impuso. Se ha impuesto. Purgó a Giordani y a Rafael Ramírez, a Miguel Rodríguez Torres, y anuló o controló a Adán y Argenis Chávez, hermanos de Hugo Chávez. Se desentendió de su amigo el exgobernador de Aragua, Rafael Isea, y de Juan Barreto, exalcalde Metropolitano. Ahora irá por la fiscal general, Ortega Díaz, quien desde su posición certificó que se había roto el hilo constitucional, que sigue roto, y lo que viene desde este lunes es un Estado totalitario, el punto final de la democracia.
Hay que decir también que en este juego de poder han subestimado a Maduro y porque lo han subestimado ha sobrevivido. ¿Podía imaginarse hace cuatro años haciendo lo que ha hecho? Por ejemplo, reprimiendo, ufanándose de ello. Diciendo que sería peor que el dictador turco Recep Tayyip Erdogan, la única promesa que ha cumplido. Como Chávez se ufanaba de enviar opositores a la cárcel. Ahí están los presos políticos y los muertos de 2014 y 2017. Allí la violencia. El accionar de los colectivos. Allí la Guardia Nacional. De allí que le entregara más poder a los militares pese a que asomó devolverlos a los cuarteles, propuesta que fue apoyada en su momento por el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López. Y Maduro asume su condición. Cuando amenaza. Cuando grita que a un opositor le tiene reservada una celda. Y señala que no le temblará el pulso. Y habla de paz ejerciendo la violencia. Y habla de diálogo, rompiendo los acuerdos. Todos los sectores son sus enemigos. La comunidad internacional. Mariano Rajoy, Juan Manuel Santos, Pedro Pablo Kuczynski, Luis Almagro. La Iglesia. Los partidos. Los empresarios que, según dice, le montaron una guerra económica. No es la política económica. No es él. No es el Gobierno. Son otros los culpables de la crisis. Los terroristas de la oposición, de Voluntad Popular, de Acción Democrática, de Primero Justicia. Son ellos, Freddy Guevara, Henry Ramos Allup, Julio Borges, Leopoldo López, Henrique Capriles. Ahora dispone del arma. El arma de la Constituyente con la que arrasará a esa oposición, a la fiscal, a los sectores que le digan no a su condición de dictador. Hoy es lunes negro en Venezuela con Maduro dictador.