Minutos antes de que llamen a los últimos pasajeros para abordar el autobús empiezan a aguarse los ojos por doquier. Muchos se limpian las caras enrojecidas del llanto y abordan sin mirar atrás. Otros se despiden y se despiden, tantas veces puedan. Con una maleta en el hombro, pero sin el icónico Cruz Diez bajo los pies, los pasajeros se montan en un autobús que los sacará de Venezuela por tierra, a emprender un viaje de tres, cinco o siete días, los que sean, solo para cruzar las fronteras que los harán sentirse a salvo, publica El Nacional.
Por GABRIELA ROJAS GROJAS@EL-NACIONAL.COM
“Tenemos dos meses preparándonos para el viaje, igual cuando llega el día es durísimo. Pero más duro es que se quede. Aquí uno no puede ni dormir en paz ni vivir con un mínimo de tranquilidad, por eso lo apoyo para que se vaya. Aquí no hay futuro”, dice Carolina, sin quitar la mirada de la ventana en la que va sentado a su hijo de 20 años de edad, quien acaba de abordar el autobús rumbo a Guayaquil, Ecuador, para después seguir ruta terrestre hasta Lima, donde lo espera una tía que se fue hace apenas dos meses.
Es el segundo día de las tres salidas programadas cada semana en el terminal de autobuses Rutas de América que tiene más de 47 años viajando por tierra a través de la ruta andina suramericana. El destino final de esta línea es Ecuador, por lo que históricamente la mayoría de sus pasajeros eran ecuatorianos residentes en Venezuela que iban a su tierra natal de visita. Pero en los últimos dos años, la proporción cambió. “La mayoría de los que están saliendo son venezolanos, muchos ni siquiera conocen a nadie allá, los ecuatorianos que viajan ahora son muy pocos”, dice Carmen Larrea, encargada del terminal de esta línea que funciona en Caracas.
El espacio del terminal se hace cada vez más reducido por la cantidad de personas que llegan a preguntar, a comprar boletos, a montarse en el autobús o a despedirse de los que se van. El pasaje que se paga en moneda venezolana ronda los 120 dólares, que a pesar de fluctuar vertiginosamente según el mercado paralelo, aún resulta mucho más accesible de pagar que un boleto de avión.
“Cada vez hay menos opciones y los precios se me estaban haciendo impagables, cuando vi que más aerolíneas se estaban yendo del país comencé a desesperarme, vendí unas cosas que tenía y decidí irme por tierra, ya no me importa la comodidad ni echarme más de tres días de viaje”, cuenta Maura Lobo, una joven de 28 años de edad que tiene boleto para viajar a Quito dentro de 10 días. “Me voy porque ya esto no es un asunto de si eres político o millonario, quedarse es un peligro porque a cualquiera lo meten preso o le dan un tiro. Ahora hasta se meten en las casas, tumban rejas y de verdad me asfixia quedarme”.
Esa sensación de asfixia se repite en muchas voces, en especial durante los últimos meses en los que se ha intensificado el conflicto político, social y económico. La socióloga Laura S. Leret lo define como “un escape”. La especialista explica que se han agregado ingredientes adicionales de angustia: “La gente huye de la delincuencia, del hambre, nos sentimos asfixiados al no ver solución ni un cambio. Por ejemplo, muchas personas apuraron su ida antes de que ocurriera la constituyente y mientras aumentan las manifestaciones (de calle) la vida diaria se hace más difícil, la gente está obstinada, cansada, tiene que lidiar con el altísimo costo de la vida y, en esta situación, te sientes cada vez más encerrado porque además de la inseguridad hay muchas incertidumbres adicionales que aparecen todos los días”.
Esa y otras razones se conjugaron cuando Susan Dubois, de 24 añosde edad, decidió irse a Chile por tierra hace 10 meses. “No tenía trabajo, no podía ni pagar la universidad, había un caos total y estaba frustrada, angustiada. Desde ese momento (octubre 2016) hasta ahora el país ha empeorado una barbaridad y no creo que regrese”. Decidió irse a Santiago sin conocer a nadie y sin pensarlo demasiado, tomó sus maletas y emprendió un viaje por carretera durante 7 días desde que salió de Maracay y cruzó a lo largo del territorio de Colombia, Ecuador, Perú hasta llegar a Chile. “Tengo una amiga que hace poco se vino por barco desde Brasil, duró 17 días”.
Enfrentar el adiós
La decisión de salir del país depende de muchos factores, que en el caso venezolano parece que se conjugan indistintamente, según el relato de los entrevistados: el alto costo de la vida, la dificultad para conseguir comida o medicamentos y la inseguridad aparecen en los tres primeros lugares. Pero luego el factor político toma peso en la decisión. Muchos mencionan la inestabilidad del país asociada a la pérdida de libertades, los allanamientos y detenciones en zonas residenciales y las presiones políticas en los lugares de trabajo son otras características que en testimonios recientes se concentraron en una fecha: el 30 de julio, cuando se concretó la Asamblea Nacional Constituyente.
Julieta Casó, psicóloga social, explica que desde la comunidad internacional muchos gobiernos han señalado este evento como un punto de ruptura pero las medidas que han tomado son un castigo dirigido al gobierno, no a la población que es la más afectada.
“Colombia, Perú y Argentina, por ejemplo han abierto redes de solidaridad y aunque siempre hay que leer las letras chiquitas, las medidas que han tomado son institucionales pero no responden a más restricciones migratorias para la población. Las otras redes de solidaridad son la que crean los otros venezolanos que ya se han ido y tratan de servir de puente para los que se van quedando aquí, no solo familiares sino amigos e incluso a través de grupos en redes sociales”, señala.
Por donde sea. El corte de alas al que se han visto sometidos los venezolanos por el cese de operaciones de 12 aerolíneas en rutas internacionales –5 de ellas en lo que va de año– abrió posibilidades que hace unos años eran impensables: por tierra y por mar el éxodo que busca las fronteras de países cercanos ha aumentado de tal forma que las autoridades migratorias de naciones vecinas comenzaron a tomar medidas, especialmente Colombia, que durante las décadas de los ochenta y los noventa enfrentó el éxodo, pero a la inversa.
En las primeras 24 horas de entrada en vigencia de la resolución firmada por la canciller colombiana María Ángela Holguín en la que anunciaba la entrega del Permiso Especial de Permanencia (PEP), más de 22.000 venezolanos lo solicitaron. Había pasado apenas una semana desde que el gobierno de Colombia decidiera otorgar este documento con el que se calcula se benefician cerca de 150.000 venezolanos que ingresaron legalmente a Colombia, pero que ya habían superado el tiempo permitido de permanencia, sin contar los 60.000 que tienen visa de turismo y aún no se les había vencido, pero planean quedarse.
Las autoridades migratorias de Colombia registraron en días recientes –las semanas antes y después de que se realizara la elección de asamblea nacional constituyente– un aproximado de 560.000 ciudadanos venezolanos que solicitaron una tarjeta fronteriza para entrar al país vecino, según indicó en declaraciones a diferentes medios, el director de Migración de Colombia, Christian Kruger: “Desde un comienzo concebimos este documento como un medio para facilitar la movilidad en la frontera sin descuidar la seguridad”.
Datos registrados en el estudio académico La voz de la diáspora venezolana, coordinador por Tomás Páez, muestran que el reporte oficial de emigrados que ya viven en Colombia ronda los 50.000 ciudadanos, lo que lo ubica en el primer país de América Latina (quinto en el mundo) como destino de los venezolanos que dejan el país a través de esa frontera. Pero hay un número importante y aún sin determinar con exactitud de cuántos ciudadanos se quedan en Colombia y cuántos siguen hacia otros países de Suramérica como Perú, Argentina y Chile, que están recibiendo una significativa oleada de venezolanos debido a la flexibilización de sus requisitos migratorios.
Hasta febrero, el Departamento de Extranjería de Chile registraba más de 23.000 venezolanos que solicitaron acreditar y legalizar su residencia en ese país.
Perú, por ejemplo, entregó en febrero un primer grupo de 5.000 documentos de Permiso Temporal de Permanencia para venezolanos que habían entrado a ese país hasta entonces. Luego 11.000 nuevos documentos fueron entregados cuando el período de entrega fue extendido por órdenes del presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, quien anunció el viernes 28 de julio que el permiso sería autorizado para aquellos venezolanos que habían ingresado a Perú hasta el 31 de julio.
Migrantes de avión
Aún sin datos precisos que puedan mostrar las dimensiones del éxodo, hay varias características que diferencian las salidas de los últimos seis meses con las oleadas migratorias de los últimos cinco años. La psicóloga social e investigadora de la migración venezolana, Julieta Casó, señala que antes emigrar era un proyecto, pero ahora es “vamos a escapar, a salir corriendo”. Precisa que para el venezolano la migración es una válvula de escape y que comienza a notarse más cuando la gente decide irse por tierra porque tradicionalmente “éramos una migración de avión”, ya que se trataba de una decisión más planificada.
“Uno sabe que va a pasar trabajo afuera, pero aquí también pasamos trabajo parejo. El que diga que come bien se está cayendo a mentira”, dice Jean Luis Gómez, venezolano y mecánico que se va a Colombia por la frontera de Cúcuta dentro de una semana. “Así tenga que irme caminando”, remata. Esa determinación de salir sin mirar atrás ya está marcando efecto en los vecinos.
Un trabajo publicado por la revista Semana reseña que el Departamento de Migración de Colombia registra un promedio diario de 25.000 emigrantes que ingresan por los 7 cruces fronterizos en los 6 departamentos limítrofes con Venezuela, aunque Cúcuta sigue siendo el principal. Los datos recopilados revelan que el Hospital Universitario Erasmo Meoz de Cúcuta ha asumido un número importante de venezolanos que llegan en busca de asistencia, especialmente mujeres embarazadas que paren a sus hijos en este centro de salud aunque luego regresen a Venezuela. Los registros del hospital señalan que durante todo el año 2016 atendieron a 2.300 venezolanos, pero nada más en el primer semestre de 2017 el número había llegado a 2.400, lo que significó un costo extra que ronda los 6.000 millones de pesos y como el hospital de Cúcuta depende de la Gobernación del Norte de Santander, no pudieron asumir ese gasto y trasladaron la cuenta al presupuesto del gobierno nacional, lo mismo ocurrió con hospitales de Bucaramanga, Arauca y La Guajira por lo que el Ministerio de Salud emitió en mayo el Decreto 866 en el cual el gobierno colombiano asume esos gastos.
“La característica común es que se trata de una situación de huida. Hay una sensación de incertidumbre e inseguridad personal altísima, pero eso tiene una implicación importante porque es una migración azarosa con índices de fracaso muy alto porque no se planifica. Pero como la percepción es que Venezuela no tiene futuro, entonces no importa que tan mal te vaya en otro lado porque lo que importa es salvarse”, define Casó.
Esa idea le ronda la cabeza a Susan Dubois, que lleva nueve meses en Chile, pero asegura que por más que quisiera volver a Venezuela siente que ya no es posible. “Nunca imaginé salir de Venezuela así, a mudarme definitivamente. Pero para los venezolanos que han salido cualquier país es bueno aunque no sea así, porque la desesperación nos hace ver que en cualquier lugar vamos a estar mejor que allá, y eso es porque por lo menos se puede vivir con normalidad”.
Extender la mano
El Centro de Migraciones Diocesano, dependiente de la Diócesis de Cúcuta, mantiene un programa de ayuda desde enero de este año en el cual han brindado alojamiento y comida a más de 851 desplazados, deportados, retirados y migrantes colombo-venezolanos. De ese grupo 556 son venezolanos y los otros 295 son colombianos.
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