Juan Manuel Santos: Lloramos por ti, Venezuela

Juan Manuel Santos: Lloramos por ti, Venezuela

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos (Foto: Reuters)
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos (Foto: Reuters)

 

La cuna del Libertador; el país con las mayores reservas petroleras del mundo; una nación libre, rica, con gente maravillosa; el destino durante décadas de millones de migrantes colombianos que huían de la violencia y buscaban una mejor vida, hoy por desgracia se desmorona en lo económico, en lo social y en lo político.

Colombia es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en nuestra hermana república. Nos unen todos los lazos que pueden unir a dos naciones: la historia, la cultura, la geografía, la economía, más de 2.200 kilómetros de frontera viva… Por eso siempre hemos deseado que a Venezuela le vaya bien. En estos últimos tiempos hemos hecho hasta lo imposible, al igual que el propio Vaticano y tantos otros Estados y líderes del mundo, para acercar al Gobierno y a la oposición alrededor de una salida digna a la grave encrucijada en que se encuentran.





Cuando Hugo Chávez fue elegido, con el apoyo de buena parte del empresariado, pocos lo confrontaron. Desde mi modesta tribuna periodística, fui uno de esos pocos. Me convertí en uno de sus más duros críticos desde Colombia, hasta cuando fui elegido presidente de los colombianos. Tomar las riendas de una nación produce algo parecido a cuando se tiene el primer hijo: se afina el sentido de la responsabilidad. Arreglar la situación con los vecinos (con Ecuador tampoco teníamos relaciones diplomáticas ni comerciales) era lo que más le convenía al interés nacional. Además, era una condición necesaria para lograr un gran sueño de los colombianos: la paz después de medio siglo de guerra con las FARC, la más antigua y numerosa guerrilla del continente.

Arreglar la situación con Chávez no quería decir que tuviéramos que estar de acuerdo en la forma como cada cual pensaba o manejaba su respectivo país. Eso era imposible. Nuestras visiones eran como el agua y el aceite. Simplemente teníamos que respetarnos las diferencias y trabajar sobre lo que les convenía a los dos pueblos. Así fue.

La cuna del Libertador; el país con las mayores reservas petroleras del mundo; una nación libre, rica, con gente maravillosa; el destino durante décadas de millones de migrantes colombianos que huían de la violencia y buscaban una mejor vida, hoy por desgracia se desmorona en lo económico, en lo social y en lo político.

Colombia es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en nuestra hermana república. Nos unen todos los lazos que pueden unir a dos naciones: la historia, la cultura, la geografía, la economía, más de 2.200 kilómetros de frontera viva… Por eso siempre hemos deseado que a Venezuela le vaya bien. En estos últimos tiempos hemos hecho hasta lo imposible, al igual que el propio Vaticano y tantos otros Estados y líderes del mundo, para acercar al Gobierno y a la oposición alrededor de una salida digna a la grave encrucijada en que se encuentran.

Cuando Hugo Chávez fue elegido, con el apoyo de buena parte del empresariado, pocos lo confrontaron. Desde mi modesta tribuna periodística, fui uno de esos pocos. Me convertí en uno de sus más duros críticos desde Colombia, hasta cuando fui elegido presidente de los colombianos. Tomar las riendas de una nación produce algo parecido a cuando se tiene el primer hijo: se afina el sentido de la responsabilidad. Arreglar la situación con los vecinos (con Ecuador tampoco teníamos relaciones diplomáticas ni comerciales) era lo que más le convenía al interés nacional. Además, era una condición necesaria para lograr un gran sueño de los colombianos: la paz después de medio siglo de guerra con las FARC, la más antigua y numerosa guerrilla del continente.

Arreglar la situación con Chávez no quería decir que tuviéramos que estar de acuerdo en la forma como cada cual pensaba o manejaba su respectivo país. Eso era imposible. Nuestras visiones eran como el agua y el aceite. Simplemente teníamos que respetarnos las diferencias y trabajar sobre lo que les convenía a los dos pueblos. Así fue.

Colombia es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en la hermana república

¿Cómo pasamos en lo personal de la agresividad a la cordialidad? Con el humor… y la historia, tan útiles en las relaciones entre las personas y en la diplomacia. Le propuse lo mismo que Reagan a Gorbachov cuando se reunieron por primera vez para discutir la disminución del arsenal nuclear. Reagan le dijo a su colega soviético que ni él se iba a volver un comunista ni esperaba que Gorbachov abrazara el capitalismo, pero que podían trabajar juntos por un objetivo superior como era salvar al mundo de un desastre nuclear. Tampoco yo me iba a volver un revolucionario bolivariano, ni Chávez un demócrata liberal. En nuestro caso el objetivo superior era la paz de Colombia con sus altos beneficios para toda la región. En ambos casos funcionó.

Con humor rompimos el hielo y con humor mantuvimos una relación cordial hasta su último día, a pesar de nuestras profundas diferencias. Chávez tenía un gran sentido del humor. Nos tomábamos permanentemente del pelo sobre nuestras diferencias. Yo le repetía que su revolución bolivariana iba a dejar muy mal a Bolívar porque iba a fracasar. Él me decía que Santander, el otro gran héroe de nuestra independencia, era un oligarca neoliberal igual que yo. Pero, tal como lo hicieron Reagan y Gorbachov, nos propusimos no criticar nuestros respectivos modelos (el socialismo siglo XXI versus la tercera vía), para dejar que la historia rindiera el veredicto final. Pues bien, los hechos son tozudos: la historia se pronunció.

El veredicto es contundente. Solo menciono algunos de sus apartes: mientras Colombia en estos últimos años ha crecido muy por encima del promedio latinoamericano, tiene una inflación por debajo del 4%, es campeona en la región en reducción de la pobreza, en nivel de inversión y en generación de empleo, obtuvo y mantuvo grado de inversión, ha modernizado su infraestructura y ha fortalecido la educación como nunca antes, para solo citar algunos datos relevantes, Venezuela se convirtió en el país más endeudado y con la inflación más alta del mundo, la pobreza supera el 82%, la contracción de la economía es cercana al 40%, la inseguridad se disparó, la muerte de pacientes en los hospitales se multiplicó por 10 y de recién nacidos, por 100. Y, como si fuera poco, hay escasez crónica de divisas, de medicinas y de alimentos. La gente se está adelgazando por física hambre y emigrando en busca de una mejor vida.

Maduro ha querido culpar a Colombia por su debacle económica. Se molestó mucho porque mencioné que le había advertido hace siete años a Chávez de este fracaso. ¿Es que acaso no ha sido un estrepitoso fracaso?

Lo más grave, sin embargo, es que, a la par de la economía, a la democracia también la han destruido. Infortunadamente, la corrupción se convirtió en la voz cantante del régimen y el respeto por los derechos humanos dejó de existir.

Hasta cuando murió Chávez las formas democráticas se mantuvieron. Incluso durante Maduro, se reconoció a regañadientes la mayoría que obtuvo la oposición en las últimas elecciones legislativas. Pero, a partir de ese momento, le han propinado golpe tras golpe a la institucionalidad democrática hasta llegar al tiro de gracia: una Asamblea Constituyente ilegítima. “El poder constituyente está por encima de todos los demás poderes constituidos”, manifestó el régimen.

Nuestra posición, como la de la mayoría del continente, ha sido la de ayudar a buscar una salida negociada, democrática y pacífica a la encrucijada venezolana. Últimamente las posiciones se han endurecido en la medida en que se iba destruyendo la democracia. Y ahora, frente a la dictadura, hay que endurecerlas más.

Maduro me tilda de traidor porque Colombia ha protestado y se ha opuesto a las crecientes violaciones de los derechos humanos y democráticos en su país. Tal vez pensaba que, por habernos ayudado en el proceso de paz, nos íbamos a tapar los ojos y a ser cómplices de sus arbitrariedades. El necesario pragmatismo en las relaciones internacionales no da para tanto. A Chávez y al propio Maduro nunca dejaré de agradecerles su aporte a la paz de mi país. Pero nunca podré estar de acuerdo con la supresión de las libertades y la violación de los derechos ciudadanos en Venezuela… o en cualquier lugar del mundo.

Los países de la región y de la comunidad internacional que defienden los valores de la paz y la libertad deben seguir presionando, cada vez con más fuerza y con acciones efectivas, por un rápido restablecimiento, ojalá pacífico, de la democracia en esa gran nación que llevamos en nuestros corazones. No puede entronizarse y perpetuarse una dictadura en el centro de América Latina. Sería nefasto para el continente recién declarado el continente de la paz. Mientras tanto, lloramos por ti, Venezuela.

Juan Manuel Santos es presidente de la República de Colombia.

Publicado originalmente en El País (España)