Con al menos 90 muertos y más de dos millones de damnificados en el sur del país, la tragedia causada por el poderoso terremoto que sacudió México el jueves se recrudece con las horas pese al llamado a la calma y el arribo de ayuda a las zonas más afectadas.
Martí Quintana / EFE
Este domingo, el gobernador del estado de Oaxaca, la región más castigada y una de las más pobres, confirmó el fallecimiento de 71 personas y la afectación de unas 800.000 en su entidad, así como 324 escuelas con 42 daños totales.
Los municipios con más daños son Juchitán de Zaragoza, Unión Hidalgo e Ixtaltepec, aunque reconoció que se están evaluando otras localidades que también tuvieron “impactos importantes”.
El estado de Chiapas, frente a cuyas costas se originó el sismo de magnitud 8,2, registra al menos 40.000 viviendas afectadas, y la cifra de decesos se mantiene en 15.
Aunque hay reporte de daños en 122 municipios, la mayor parte se concentra en 82 localidades. Tonalá, Cintalapa, Parral, Venustiano Carranza y Pijijiapan son algunos de los municipios con más afectaciones.
El Gobierno estatal mantiene que hay alrededor de 1,5 millones damnificados, 70.000 de los cuales continúan en albergues. Además hay 980 escuelas y 48 centros médicos con daños en infraestructuras.
En estas dos entidades se mantiene la suspensión de clases por seguridad y revisión de infraestructuras, mientras que operarán las escuelas del resto de estados -fueron 11 en total- que cerraron el viernes tras el terremoto, informó el ministro mexicano de Educación, Aurelio Nuño.
En el estado de Tabasco, la cifra de fallecidos se mantiene en cuatro, elevando el número total a noventa. No obstante, el dato es preliminar y puede seguir creciendo, a tenor de cierto descontrol que se intuye en el manejo de cifras.
En Juchitán, la población con más muertos, el número pasó de 37 a unos 60 en las últimas horas, según varios reportes. De estos, el ayuntamiento confirmó a Efe que solo tiene 24 plenamente identificados -todos oaxaqueños-, lo que alimenta el rumor en el pueblo de que podría haber extranjeros entre las víctimas.
Paralelamente a los trabajos de búsqueda de sobrevivientes y remoción de escombros -todavía incipientes-, arrancaron varias campañas de donación y envío de ayuda a las zonas más afectadas por parte de autoridades federales, estatales y municipales.
Instituciones y entidades civiles han instalado numerosos centros de acopio en el país, pues las zonas más afectadas llevan días sin agua, la luz es intermitente y hay escasez de comida por el cierre de negocios.
Ixtaltepec, en el Istmo de Tehuantepec, da fe de ello. Además, el pueblo padece el problema de ser relativamente pequeño -unos 15.000 habitantes- y no haber captado la atención como sí hizo Juchitán, donde el despliegue de Ejército, Marina, Policía Federal y cuerpos de rescate y Protección Civil es reseñable.
Fuera de los reflectores, en Ixtaltepec celebraban hoy la llegada de reporteros. Tenían alguien a quien contar su historia, que les escuchara.
La peluquera Gloria Núñez enseñaba lo que quedaba de su vivienda que compartía con sus dos hermanos. “En Ixtaltepec fue lo peor”, dijo a Efe entre lágrimas.
Si bien el escenario de destrucción no es tan escalofriante como en Juchitán porque las viviendas son más bajas, mucha gente lo ha perdido todo y duerme en la calle por temor a réplicas, que se han repetido por centenares desde que el sismo, el de mayor magnitud desde 1932 en México, impactara al filo de la medianoche del jueves.
Ante este escenario, vecinos y allegados se aprestaban a ayudar. Unas mujeres de la vecina Ixtepec daban arroz con leche y un grupo de adventistas ofrecía de desayunos.
Con lágrimas en los ojos, María Rosa López cedía su vivienda, completamente intacta, a quienes necesitaran un refugio; vecinos como el campesino Óscar López, quien removía los escombros de lo que una vez fue su casa en búsqueda de alguna, cualquiera, de sus pertenencias.
Como el resto, exigía más ayuda de las autoridades, que aunque aparentan normalidad, por la magnitud de la tragedia han de estar desbordadas.
Lo que enciende la crispación: “El Ejército no nos apoya, nada más pasa como si fuera un desfile. Lo que se requiere de ellos es que nos ayuden a remover escombros”, decía al ver pasar un convoy repartiendo bolsas con agua, 3.000 unidades de dos litros cada una en un pueblo que sigue sin servicio. EFE