Por razones que no vienen al caso detallar -aunque el lector puede suponer- todo este año no he podido disponer de mi vehículo. Aunque siempre me he considerado ” un hombre de a pie”, en su acepción más general, este tiempo lo he sido literalmente. El espacio disponible no me permite relatar las peripecias de un peatón, o más bien, de un pasajero del Metro y de camioneticas; que ocasionalmente regatea el precio de una carrera a un taxista “pirata”, porque en algunos casos ellos suelen resultar más económicos.
No puedo dejar de mencionar la generosidad de amigos y compañeros que con periodicidad facilitan mi traslado, para así poder cumplir con obligaciones y compromisos adquiridos.
En el Metro me he acostumbrado en las “horas pico” -ahora son casi todas- a entrar después que pasan dos o tres trenes donde es imposible ingresar. Corre el rumor entre los empleados que algunos están fuera de servicio por falta de repuestos y mantenimiento. El comportamiento de los usuarios y el sistema en general esta colapsado, no tiene nada que ver con el que alguna vez existió. El deterioro es un reflejo de la situación del país.
No hay vagón -igual ocurre en las camionetas- donde no ingrese un vendedor de barrilete de menta o de coco, es también reflejo de la crisis; tienen un discurso único – en eso se asemejan más al gobierno que a la oposición- en los siguientes términos: “Buenas días…buenas tardes Venezuela, gracias por su buena educación…para que refresque su aliento tengo los barriletes de menta tan solo por cien bolívares…por acá quien quiere etc.
En los dos medios de transporte los vendedores tienen un mínimo de organización, un acuerdo para ingresar, con alguna frecuencia se plantean disputas cuando alguno no respeta lo convenido. Entrar o salir de la estación de transferencia Plaza Venezuela constituye un verdadero suplicio. Hay que preparase con anticipación, para no salir a empujones o entrar de la misma manera.
En medio del caos del sistema de transporte subterráneo hay cambios para bien, ya desde hace algún tiempo el color dominante en la vestimenta no es el rojo y en las frecuentes discusiones que se presentan el rechazo al gobierno es abrumador. Presencié una polémica donde la inmensa mayoría de los pasajeros del vagón discutieron airadamente con un defensor del gobierno, cuando los ánimos se caldearon un miliciano uniformado, discretamente le pidió preventivamente al chofer que le permitiera ir a su lado.
Las conversaciones normalmente están referidas a la situación económica, la escasez, inflación y la inseguridad. El viernes pasado se concentró en el aumento de salarios, la mayoría de quienes opinaron estaban en desacuerdo, la experiencia le enseñaba que tal como se venían decretando generaban más inflación.
Recientemente en una camioneta que se dirigía a Petare me correspondió sentarme al lado de un pasajero joven,delgado y con muletas, vestía de franela y bermudas conversaba en voz alta con otro que no detallé, sobre su situación física; ambos habían recibido varios disparos que provocaron sus lesiones. Lo hacían con mucha naturalidad, como algo perfectamente normal mostraron las cicatrices para asombro del resto de los presentes. No sabíamos si la charla era la preparación para uno de los atracos que frecuentemente se producen en ese medio, o era parte del discurso que para intimidar pronuncian los que solicitan ayuda argumentando acaban de salir de prisión y no tienen como trasladarse al interior. Afortunadamente la tertulia no tenía esos propósitos. A diario los caraqueños que usan el transporte público viven las experiencias más insólitas, donde se hace realidad el slogan de lo extraordinario como cotidiano. Las consecuencias del deterioro de la calidad de vida experimentado en los últimos diez y ocho años la sufren a diario quienes para trasladarse en la ciudad usan estos medios viviendo en su día a día una verdadera odisea.