A dos semanas de las sanciones financieras impuestas por el presidente Donald Trump al régimen venezolano, que prohíben al sistema financiero estadunidense realizar transacciones nuevas con los bonos de la Republica y PDVSA, Nicolás Maduro respondió con la implantación de “un nuevo sistema de pago internacional” con la creación de una “canasta” con distintas monedas que sirvan como alternativa al dólar.
Maduro, en su “delirio de persecución”, dijo: “si nos persiguen por el dólar, vayamos a jugar con el rublo ruso, con el yuan, con el yen, con la rupia, con el euro, pues con el sucre, también, pero a nosotros no nos van a asfixiar”. Resulta que la falta de “oxigeno” en la economía venezolana no es por las sanciones de Trump, sino por la política de controles a la que ha estado sometida por los últimos catorce años. Unas políticas que han destruido la creación de valor económico, y desde 2014 han conducido a la contracción económica. De hecho la exportaciones no petroleras han caído desde 2012 hasta 2016 en 69% y con respecto al año anterior (2015) en 37%.
Asimismo, las exportaciones petroleras representan 95% de los dólares que ingresan a la economía venezolana -la moneda oficial del mercado petrolero. Y los clientes de PDVSA están en Europa, Estados Unidos, Asia y Pacífico, Latinoamérica y el Caribe y África.
La estatal petrolera PDVSA exportó del total de su producción en 2016: 3,50% España; 33,15% a EE.UU.; 32.57% a India; China y Rusia; 30,49% a los países de Petrocaribe, y Alba, Cuba y Curazao, según el Boletín Estadístico Anual 2017 de la OPEP.
En un ejercicio de “imagineering” se podría asumir que los rublos, yuanes y rupias provengan de los ingresos por las exportaciones petroleras a Asia y el Pacífico, y los dólares, de la compra de crudo y productos por parte de las refinerías americanas del Golfo. Porque las sanciones financieras de Trump no los limitó, es “business as usual”.
Sin embargo, “no todo lo que brilla es oro”. Porque todo lo que se exporta -por ende ingresos en dólares- no entra en caja. Una parte del crudo y productos refinados exportados es utilizada para cancelar los préstamos otorgados por China y Rusia al régimen venezolano, otra para cubrir el financiamiento concedido por PDVSA a los países Caribeños y del Alba. Y por último, la parte que el régimen de Maduro “no cobra” a Cuba. Para el período 2012-2016 este monto ascendió a $73.353 millones según los datos de la Administración de Información de Energía de Estados Unidos (EIA en inglés).
El cierre de la brecha entre la exportación total y los ingresos netos obedece fundamentalmente a la variación en el precio del barril de petróleo, ya que los volúmenes de crudo y/o productos enviados a China se mantuvieron hasta el año pasado, cuando China aceptó reestructurar la deuda. Los volúmenes de exportación a Cuba se han mantenido casi constante durante ese mismo lapso.
Con las condiciones actuales del mercado petrolero, en el que el precio del barril WTI mantiene un nivel entre $45 y $50 promedio año, en un escenario de doce meses, la propuesta de Maduro de “jugar” con otras monedas parece poco probable. Porque los ingresos por las exportaciones a India, Rusia y China no generan pagos en efectivo, excepto por un remanente que queda de los envíos manejados por China.
India que venía pagando “cash” a través de la refinería Essar Oil, acaba de ser adquirida por petrolera rusa Rosneft que, también, suministrará los volúmenes de crudo de PDVSA, al ser parte de la forma de pago de la deuda que mantiene la estatal petrolera venezolana con la empresa petrolera rusa. Por otro lado, el Banco de Desarrollo de China (CDB, por su sigla en ingles) continuará recibiendo los embarques de petróleo para amortizar los préstamos tanto del Fondo Chino como de Gran Volumen y Largo Plazo. A propósito, del empréstito al Fondo del Gran Volumen, $10 mil millones fueron en yuanes para comprar productos acabados a China. Es decir, que no fueron utilizados para apalancar la economía venezolana sino la china.
Cabe recordar que hace 3 años, PDVSA solicitó a sus clientes pagar en dólares o euros, las exportaciones de crudo y derivados, a la cuenta que había abierto en el Citic Bank en China. Dicho movimiento se debió al cierre de las operaciones del Banco Espíritu Santo de Portugal.
Por lo tanto, el régimen de Maduro lo único que tiene y tendrá seguro son los dólares que pagan los refinadores de la costa del Golfo de Estados Unidos. Este año representará un ingreso neto de $10 mil millones de dólares. El resto es puro cuento.
Además, en la cuenta del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela (Bandes) que tiene en el CDB queda un remanente en dólares, después que el banco cobra el servicio de la deuda de los préstamos del Fondos Chino y de Gran Volumen y Largo Plazo. Ese monto es luego transferido a la cuenta en dólares de PDVSA.
Si bien es cierto que el 30 de noviembre 2015, el FMI adoptó la divisa china, yuan o renminbi, en la cesta de moredas que conforman los derechos especiales de giro (SDR, por sus siglas en ingles) y los Bancos Centrales pueden ser portadores de su papel de divisa de reserva internacional, todavía no es moneda de reserva.
Estos elementos hacen del “delirio de percusión” de Maduro algo irreal, al tratar de sustituir el dólar por una cesta de monedas. Lo cierto es que no puede seguir usando la divisa americana para lavar el dinero procedente de las actividades ilícitas y de la corrupción, producto de la administración del Estado. Una actividad clave para su régimen. Porque al final, ¿con qué se sienta la cucaracha?.
Antonio de la Cruz
Director Ejecutivo de Inter American Trends @iatrends