Gustavo Tovar-Arroyo: Rafael Lacava, el enano del circo…

Gustavo Tovar-Arroyo: Rafael Lacava, el enano del circo…

Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr
Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

 

Las estrellas circenses
Me hechizaban los circos, no me perdía uno de niño. Esas carpas itinerantes me parecían espacios únicos donde el embrujo y la fascinación lo cercaban a uno en un mundo de excentricidad y magia electrizantes desde el mismísimo momento en que nos internábamos en sus graderías. El color, el aroma, la tensa tonalidad que nos invadía cuando penetrábamos sus toldos eran tan peculiares como fantásticos. No había nada en el planeta que me extasiara más –nada, ni el fútbol– como un circo. Tragafuegos, payasos, trapecistas, temerarios domadores de leones, hombres bala, malabaristas, escapistas, fortachones, magos, contorsionistas, motorizados de fuego, acróbatas, personajes inconcebibles, jirafas, osos, panteras, pumas, perros bailarines, monstruosidades, adefesios, extrañezas, osadías inverosímiles, todas en vivo. Fui un niño anonadado ante ellos.
Con el tiempo descubrí las inclemencias –cruel realidad– que padecen las estrellas circenses y los abominé; pero ése es otro tema.

El circo de los hermanos Chávez

Los rumanos y los rusos en Europa, los colombianos y los mexicanos en América, eran los mejores circos. Yo prefería los latinoamericanos porque, además de malabares y contorsiones, presentaban mayores monstruosidades y extrañezas: la vaca con tres cabezas; el gato con patas de conejo; la jirafa del cuello corto; o los humanos: el hermafrodita de la Polinesia; el hombre con cuerno de unicornio; el niño con cola de serpiente; la mujer con siete senos. Recuerdo todavía con algo de morbo la tensa competencia entre los circos de los hermanos Flores y los hermanos Rodríguez, con el de los hermanos Chávez de Sinaloa. Aunque todos eran fenomenales, sin duda el circo de los Chávez era el superior. Dicen que era financiado por el narcotráfico, de ahí su espectacularidad, pero uno de niño ni idea tiene de lo que sea eso. Fuese la que fuese la causa de su predominio, cada nueva temporada, cada nuevo espectáculo, el circo de los hermanos Chávez nos embobaba y admiraba más; con él nunca perdimos la capacidad de asombro.
¿Qué habrá sido de aquel circo?


¿Y los enanos?

Era un niño y como tal era conmovido y deslumbrado muy particularmente por los enanos. Debo reconocer –cosas de niños– que por un lado me deslumbraban, pero por otro me entristecían y aterrorizaban. Para mí eran los todopoderosos del circo. Recapitulo: los enanos siempre hacían travesuras, burlaban a los payasos, interrumpían a los tragafuegos o retaban a los musculosos, alguna vez, recuerdo con imprecisión escarbando en el deshilachado cofre de mi memoria, un enano fue el hombre bala que salió estornudado por un cañón de guerra dejando al público boquiabierto y maravillado. Andaban, los enanos, de un lado para el otro sin observar reglas, eran –si no recuerdo mal– los únicos autorizados (a veces con los payasos) para participar en todos los actos del circo, salpicándolos con su simpatía, inyectándoles tensión o animando al público para que aplaudieran a malabaristas y acróbatas con el objeto de lograr que sus hazañas fuesen culminadas con éxito. Era un niño, entiendan, evítense peroratas, sabemos que cada niño fantasea y percibe el mundo a modo. Mi manera de fantasear y de percibir el mundo quizá haya sido algo desestabilizadora y retorcida, por eso tanta atención a los enanos. Quizá de niño me faltó castigo, quizá debí de ser vendido a un circo para que conociera en carne propia sus inclemencias. Quizá todavía soy parte del público de un gran circo.
Lo cierto es que todos los circos tenían sus enanos, ¿cómo habríamos evitado sorprendernos ante ellos?





Rafael Lacava, el enano del circo chavista
No sé ni entiendo cómo me vino a la mente esa curiosidad humana, Rafael Lacava, cuando en estos días me acordaba de mi inquietante fascinación por los circos. ¿Será porque vi a la hiena Jorge Rodríguez andar en dos patas? ¿Será por el tongoneo chistoso del cerdito Cabello en una tarima? ¿Será por la repugnancia que ocasiona la arpía inhumana Cilia Flores cada vez que aparece en escena? ¿Será por la domada vigorosa que le dieron al hermafrodita Carvajalino que lo sentó de culo? No sé, la verdad, no lo sé, pero cuando observé el último acto de esa extrañeza socialista –Lacava– instantáneamente pensé: ¡Coño, éste es el enano que le faltaba al circo más tenebroso de nuestro siglo: el chavista! La fascinación ha derivado en espanto, ahora soy capaz de observar las crueldades con que los dueños del espectáculo someten a sus empleados.

¿Quién duda que este circo macabro es financiado por el narcotráfico?