No se busca acabar con lo existente para construir una nueva sociedad, más justa y solidaria.
Hola que tal mi gente, todas las generaciones estamos marcadas por obsesiones absurdas. A principios del siglo pasado, los positivistas aseguraban que la ciencia y la técnica habían desplazado a Dios. En la década de los 60, los hippies creían, como mantra, frases como prohibido, prohibir. Exijamos lo
imposible.
Hoy quiero compartir con ustedes unas impresiones de mi colega Kimberly Armengol las cuales leí en ciudad de Mexico.
Este siglo ha traído la obsesión por el cambio. Reventar las instituciones, que las viejas estructuras desaparezcan por el poder de la nube. Cualquiera que sea disruptivo es adorado como un revolucionario.
Quienes creen que Twitter es equiparable a la convicción de Abraham Lincoln; los memes tienen el mismo efecto que los discursos de Fidel Castro o hacer una cadena de WhatsApp es tan poderosa como la guerra de guerrillas del Vietcong.
Una generación, extendida por todo el mundo, espera su primera revolución con las redes sociales, ¿no fue la primavera de Egipto?, ¿no el invierno rojo de Ucrania? Julian Assange asegura que el referéndum que ofrece convertir a Cataluña en una suerte de Albania (paradójicamente es más grande que la región autonómica) es la primera revolución del Internet.
Una generación obsesionada por el cambio, pero sin orden ni idea. Desprecio por los políticos que en sus fases más primitivas permitió que Hugo Chávez llegara al poder en una elección en contra de una exreina de belleza de Venezuela.
La misma que permitió a Donald Trump descoyuntar no sólo al Partido Republicano, sino a toda la clase política de Estados Unidos. Uno de los atributos más poderosos que le encontraron los votantes, especialmente aquellos blancos mayores a 45 años, fue, que rompía con las formas del Capitolio. Un hombre que, desde el discurso, parecía muy atractivo puesto que no hablaba como político ni actuaba como tal.
A pesar de que parecen estar en las antípodas, Barack Obama compartía los mismos atributos de verse como una fuerza disruptiva, un agente de cambio. El actual mandatario con un fuerte acento al populismo nacionalista, su antecesor tenía una inclinación hacia los hipsters.
La locura, que algunos confunden con valor ciudadano, que se vive en Guatemala por acabar con los políticos: sea quien sea es un corrupto. Sea quien sea debe ser perseguido. Sea quien sea debe justificar hasta el último centavo por hordas irracionales quienes, con pensamiento mágico, están convencidos que en el momento que alguien entra a la política se vuelve corrupto.
La misma oleada que le dio una gran popularidad a Boris Johnson en Londres y quien fue de los primeros en arrepentirse del referéndum para sacar a Reino Unido de la Unión Europea.
Esta generación está marcada por una obsesión irracional por el cambio, porque no es un cambio con ideales o con una visión de futuro. No se busca acabar con lo existente para construir una nueva sociedad, más justa y solidaria, sino que se busca derrumbar lo establecido como si fuera un capricho adolescente.
El primer cuarto de este siglo será recordado por las intenciones disruptivas sin un plan de futuro. Algo similar a lo que vivieron los hippies con un movimiento total y absolutamente insostenible por irracional.
Es necesario el cambio como parte de una evolución natural hacia mejores estadios de bienestar para la mayoría; no obstante, eso jamás podrá llegar con una actitud simplemente disruptiva y sin mayores propuestas.
@joseluismonroy