La alternativa electoral, insisto, nunca puede ser dejada de lado en ninguna lucha, y menos en la que ahora se está dando para liberar a Venezuela.
No podríamos abandonarla, aún cuando existan otros métodos al respecto, entre ellos, el combate en las calles o los dispositivos constitucionales para reemplazar al actual régimen.
Que se sepa, aún en las circunstancias más difíciles frente una dictadura, la utilización de la vía electoral ha sido un mecanismo siempre a la mano de quienes las han combatido. Lo fue en 1952, cuando la dictadura perezjimenista convocó una Constituyente. Lo fue en 1957, al realizarse un plesbicito igualmente diseñado por la misma tiranía para perpetuarse en violación a su propia Constitución, aprobada en 1953. En ambos eventos, por cierto, el voto silencioso derrotó entonces la dictadura, aunque el último proceso fue determinante para su caída.
En octubre de 1988 la unidad opositora democrática de Chile derrotó la tentativa plebiscitaria de Pinochet para continuar su régimen tiránico y acabó así con aquella tiranía. Dos años después, en 1990, también con resultados exitosos, la dictadura sandinista fue vencida en las urnas electorales por Violeta Chamorro, la candidata presidencial de toda la oposición democrática en Nicaragua.
Son ejemplos recientes y cercanos geográficamente. Por eso conviene tenerlos en cuenta y recordárselos a quienes se muestran escépticos en el caso venezolano. Que hasta ahora no hayamos obtenido resultados similares no quiere decir, bajo ningún respecto, que no podamos alcanzarlos en el corto plazo.
Por eso hay que insistir en que las venideras elecciones de gobernadores, programadas para el 15 de octubre –si es que el régimen no las suspende ante su evidente descalabro–, son otra oportunidad para infringirle una nueva derrota, al igual que la de diciembre de 2015. Si esta última, junto a la lucha vigorosa en las calles, amplió el respaldo mundial a la oposición democrática venezolana, la de ahora puede terminar de aislarlos y minar aún más los raquíticos soportes que al día de hoy sostienen la dictadura de Maduro.
A nadie, pues, debería escapar la importancia de este objetivo: mediante el ejercicio del voto castigo hay que convertir las elecciones de gobernadores en una nueva ocasión para que el pueblo venezolano manifieste una vez más su rechazo al régimen madurista. Y es que, en este momento, más que unas promesas electorales ciertas o engañosas, la gran mayoría sabe que la solución de la descomunal crisis que nos agobia sólo es posible sacando a la caterva de ineptos y ladrones que hoy mandan en este país.
Sólo así podremos hacer posible una mejor calidad de vida, es decir, comida, medicinas, seguridad, empleo, servicios públicos, progreso, paz y desarrollo, así como rescatar el sistema democrático, el respeto a los derechos humanos y las instituciones republicanas.
Las elecciones en sí mismas casi nunca han sido la solución automática de los problemas, pero constituyen un instrumento irrenunciable para los demócratas. Por lo tanto, participar en ellas, no como el simple acto mecánico de votar, sino como el mecanismo de movilización y activación de millones de venezolanos, constituye un derecho y un deber de todos. Quienes consciente o ingenuamente estimulan la abstención escogen un camino que sólo conduce a la pasividad estéril, la cual, a la larga, termina convirtiéndose en una actitud cómplice de los torvos propósitos del régimen madurista.
En ese sentido, constituyen otro mecanismo importante para seguir movilizándonos en contra del régimen, contactando a los sectores populares con mayor profundidad y entregando a cada venezolano un mensaje de libertad y justicia, tan necesarios ahora, y esenciales para las políticas de reconstrucción nacional que debe adelantar el venidero gobierno.
Por lo demás, hay tres cosas no deben olvidar los candidatos unitarios de la oposición y sus comandos de campaña frente al proceso electoral que se avecina. Uno: no caer en el triunfalismo, ni subestimar al adversario. Dos: ampliar cada vez más su base de apoyo, desterrar el sectarismo y no dejarse aislar por su círculo más próximo. Y tres: buscar los votos y cuidarlos, evitando el fraude, porque candidato que lo permite más nunca vuelve a levantar cabeza.
Finalmente, insisto en destacar la importancia del voto castigo contra Maduro y su claque. Ese puede ser el gran estímulo para vencer el abstencionismo opositor y movilizar a las mayorías a votar este 15 de octubre, convirtiendo el triunfo de nuestros candidatos regionales en la antesala de la derrota final del chavomadurismo.