Una maleta de 25 kilogramos y un bolso con la comida necesaria para cinco días de viaje es todo lo que lleva consigo Dayarit Zerpa, que dejó una bebé de año y medio de edad y partió en autobús desde la capital de Venezuela rumbo a Quito, con la esperanza de forjarse un futuro fuera de su país.
Por Jessica Querales / EFE
“Uno llega con una mano adelante y una mano atrás”, dijo a Efe Zerpa, una frase que los venezolanos utilizan para referirse a la vulnerabilidad o al riesgo de tomar decisiones sin saber con certeza si el resultado será positivo o negativo.
Ella tiene 27 años y su destino es Cuenca, en Ecuador, y allí la recibirán unos primos a quienes, dijo alegre, “les ha ido excelente”.
A pesar de lucir nerviosa, afirma estar “dispuesta a todo” para salir adelante en el lugar que eligió para empezar de cero y donde espera establecerse para llevarse “pronto” a su hija y familia.
“Como soy la más joven tengo más oportunidades de hacer dinero afuera”, dijo con seguridad, o como ella lo llama “con fe”.
Mientras esperaba para abordar el autobús, contaba que decidió irse porque no tiene “oportunidades” en Venezuela, ni para ella ni para su hija, y criticó el sistema económico, social y político de su país: “No hay comida, ni medicinas; no se puede vivir con tanta delincuencia (…) Aquí no hay Gobierno”.
“Mi papá tiene una enfermedad que necesita de tratamientos que son oncológicos y aquí no los hay”, agregó.
Esta joven estudiante de Educación pagó 2.500.000 bolívares por su pasaje y alega que le costó “muchísimo” reunir el dinero.
El costo del boleto equivale a 18 salarios mínimos en el país caribeño (136.544 bolívares, unos 40 dólares según la tasa de cambio oficial más alta).
Otra “agencia” de viajes en Caracas cobra los boletos en dólares -en un país donde el Estado tiene el monopolio de las divisas-, y estos deben pagarse a través de transferencia bancaria o en efectivo en la localidad colombiana Cúcuta.
Bajo esta modalidad las personas pueden “apartar” su pasaje en moneda local con 90.000 bolívares (27 dólares) y, una vez que crucen la frontera colombo venezolana, cancelar el resto del boleto.
Así, viajar hasta Bogotá o Medellín tiene un costo de 90 dólares, hasta Quito 150 dólares; 240 hasta Lima, y entre 380 y 525 dólares hasta Santiago de Chile o Buenos Aires.
Y aunque no en plan turístico, los venezolanos recorren Suramérica por vía terrestre en búsqueda de alimentos, salud, seguridad y “un futuro”.
La travesía que están dispuestos a recorrer con tal de encontrar las oportunidades que su país no les brinda oscila entre un día y medio y once días, dependiendo de qué tan al sur quieran llegar.
Esto se debe a la casi inexistente presencia de aerolíneas internacionales en la nación petrolera, que han cesado sus servicios por deudas del Gobierno, y también a los altos costos de los boletos aéreos de la reducida oferta de destinos que aún quedan.
Por ejemplo, un boleto de Caracas a Bogotá oscila los 3.500.000 de bolívares (25 salarios mínimos, unos 1.040 dólares), y es uno de los pocos destinos que aún se ofertan en moneda local, por lo que su disponibilidad es limitada.
A todas luces, el venezolano de bajos recursos se ve en la necesidad de emigrar por tierra.
Pero no solo ellos toman el riesgo. Extranjeros que llegaron a Venezuela buscando un mejor porvenir también están retornando a sus lugares de origen por la crisis que atraviesa la nación caribeña.
Miguel Vélez llegó a Venezuela proveniente de Ecuador hace 35 años y ahora analiza la posibilidad de ir a su país por unos meses a probar suerte.
Además, ya ha despedido a buena parte de su familia que, aunque muchos nacieron en tierra caribeña, ahora forman parte del éxodo que vuelve a casa.
Vélez dijo a Efe que de un total de 50 parientes, unos 40 ya se han marchado del país caribeño.
Es el caso de María Escalante, comerciante peruana nacionalizada venezolana, que a sus 30 años se devuelve a Perú con su hijo de 8 años, con la ventaja de contar ya con legalidad en su estatus migratorio.
Como Escalante y Zerpa, un promedio de 50 personas se movilizan a través de estos terminales improvisados, algunos tres veces a la semana, otros acumulan los pasajeros y parten solo fines de semana, pero todos con destinos suramericanos, más allá de la frontera venezolana.