Celso Núñez, un empleado de la planta de Ford en Venezuela desde hace 21 años, esperó diez meses un llamado para volver a la ensambladora donde armaba camiones de carga.
La convocatoria para trabajar unos días llegó en septiembre pero en el ínterin, y percibiendo sólo 50.000 bolívares semanales (unos 2 dólares a la tasa del mercado paralelo), hizo mudanzas con su desgastada camioneta del 2011 en la ciudad industrial de Valencia e intentó revender materiales de construcción para llegar a fin de mes.
Como él, miles de empleados de transnacionales como Fiat Chrysler (FCA) o Nestlé en Venezuela esperan meses y hasta años por la reactivación de decenas de fábricas que parecen muertos vivientes: detenidas o trabajando al mínimo por falta de materia prima, en medio de la profunda escasez y recesión económica que sufre el país petrolero.
Así, unas 150 multinacionales que permanecen en el país han minimizado su presencia ante el deterioro económico del país.
Para seguir a flote, han reducido sus portafolios o se enfocan en presentaciones más baratas y fáciles de fabricar, operando en modo de supervivencia, según dijeron a Reuters sindicatos, gremios y los portavoces de las firmas globales.
Y es que para muchas firmas salir del país tampoco parece una opción viable. Huir de Venezuela implicaría tener que rematar los bienes o dejarlos abandonados, como hicieron grandes empresas como Clorox o Kimberly-Clark, algo especialmente doloroso para marcas que durante décadas construyeron su presencia en el mercado.
Por eso es normal ver escenas como las de la planta de FCA en Valencia, a dos horas de Caracas, donde hay camionetas semiensambladas acumulando polvo a la espera de alguna pieza faltante, como parabrisas o retrovisores, de acuerdo con una veintena de empleados parados en la puerta de la ensambladora.
De armar 10.286 unidades en el 2010, la planta pasó a producir cero el año pasado. En lo que va del año sacó unos 150 autos a la calle, mientras el 60 por ciento de su plantilla se queda en casa, según trabajadores y líderes sindicales.
“Lo que nos plantean los directivos es que la intención de la empresa no es irse. Es más difícil reiniciar un negocio nuevamente desde cero que mantenerse y aguantar todo este vendaval de situaciones”, reflexionó Henry Ospina, del sindicato de FCA. “Pero la inquietud está”.
A comor a la fábrica
Aunque se sienten “pseudoempleados”, los trabajadores de las multinacionales al menos se las ven mejor que los venezolanos que, sin empleo, luchan por conseguir algo de los escasos alimentos y medicinas que importa el país.
Según los últimos datos oficiales disponibles, hasta abril del 2016 la mitad de la población activa estaba desempleada, o trabajaba de manera informal en oficios como el de taxista o como cuentapropistas.
Los empleados que se mantienen en sus puestos cobran cerca del 20 por ciento de lo que ganaban y no producen bonos u horas extras. Algunos van a los comedores de las plantas detenidas para tomar almuerzos pagados por las firmas, que intentan mantenerse en pie a la espera de tiempos mejores.
La cafetería de FCA, por ejemplo, abre para brindar almuerzos diarios a 60 de sus 800 trabajadores más necesitados, en un país dónde siete de cada diez personas dijeron haber perdido al menos 8 kilos de peso en un año, según el más reciente sondeo hecho por universidades privadas en 2016.
“Este año he trabajado 6 días”, confesó Pedro Rodríguez, de 44 años, otro empleado con más de dos décadas en FCA. “Pero he venido más veces para ir al comedor, porque es un plato de comida que me estoy ahorrando en la casa”.
“Hay compañeros que dejan de comer la mitad de la comida de aquí y se la llevan a su casa”, dijo en su uniforme con las siglas de la planta.
La industria venezolana está atravesando su peor momento en décadas. Miles de empresas han reducido su producción y al menos dos de cada 10 están paradas por falta de materiales o pedidos, según una encuesta de Conindustria, el principal gremio de fabricantes del país petrolero.
Y las que siguen en pie, operan a un tercio de su capacidad.
Como parte del esquema de subsistencia, las firmas también optan por reducir turnos, nóminas y los días que laboran, buscando estirar su poca materia prima.
“Este año no he producido, pero me han pagado el sueldo”, dijo Núñez, en su humilde casa usando su camisa azul con el logo de Ford, pues ese día de agosto fue citado a la fábrica a fin de conocer un plan para reactivar la producción de 50 camiones de un nuevo modelo.
Finalmente en septiembre se concretó una vuelta a la planta, para producir algunas unidades, pero solo trabajó siete días.
“Nos dijeron: si el vehículo es aceptado en el mercado se viene la producción y si no…”, explicó encogiéndose de hombros. “Ford me ha dado mucha estabilidad para ayudar a mi familia. Pero uno sabe que no es culpa de ellos, sino por la situación del país”, agregó el padre de dos hijos adolescentes.
Poco menos de una decena de firmas globales, como General Mills o la autopartista Dana, vendieron en el último año sus filiales venezolanas, mayormente a empresarios locales que, si bien no quedaron exentos de las dificultades, compraron activos baratos.
Pero, el Gobierno socialista de Nicolás Maduro sostiene que las firmas globales limitan de manera intencional su producción en medio de una “guerra económica” que libran sus adversarios.
Reuters solicitó comentarios al ministerio de Comunicación pero no obtuvo respuesta.
Indemnizado con neumáticos
Ford contó a Reuters que su planta de Valencia apenas había producido unos 400 autos hasta agosto -cuando en el 2012 ensamblaron 17.000 carros- con una fuerza de trabajo limitada y cientos de obreros en casa. Aún así, Ford “no tiene planes de dejar el país”, aclaró la empresa en un correo electrónico.
Buscando oxígeno, la automotriz estadounidense empezó en el 2015 a vender autos en dólares, una práctica permitida en el sector, que les servirían para comprar insumos sin pasar por el control de cambios.
Otras automotrices, como Fiat Chrysler (FCA) y Toyota, le siguieron, pero todas con resultados limitados: los venezolanos con acceso a miles de dólares al contado son pocos.
En los concesionarios, lujosas todoterreno se quedan esperando compradores. La destrucción de la economía de escala y los cuellos de botella en la importación de piezas elevan los precios hasta 20.000 dólares más que en otros países, haciendo de ese mercado uno aún más exclusivo.
La sobreoferta en las tiendas de autos, contrasta con los anaqueles vacíos de los supermercados.
Las firmas de alimentos también tienen que parar varias veces al año sus líneas de producción en espera de materia prima. La gigante de alimentos Nestlé a finales de septiembre detuvo su producción de colados de fruta para bebés porque no tenía envases de vidrios, dijo la empresa.
La firma agregó en un comunicado que a pesar de la suspensión seguirá pagando a sus trabajadores, aunque un representante del sindicato dijo a Reuters que el salario diario no era ni siquiera el equivalente a una botella de refresco.
El Gobierno de Maduro recortó el año pasado a la mitad las importaciones, reaccionando al fin de una mermante bonanza petrolera que según sus críticos, no supo administrar.
El mandatario alega que es víctima de un sabotaje de opositores y empresarios, en medio de una inflación anual que desde hace dos años se mantiene en tres dígitos y una parálisis económica, que devoran los salarios rápidamente.
El consumo, boyante hasta hace un lustro entre los venezolanos que gozaron de compras de vehículos, viajes y bienes de lujo financiados con divisas baratas, cayó un 15 por ciento en el 2016 y se espera que se contraiga otro 25 por ciento este año, según cifras de la firma local Ecoanalítica.
Imposibilitadas para reducir de forma sustancial su nómina, por la ley local que prohíbe los despidos, las empresas han empezado a ofrecer arreglos cada vez más descabellados a cambio de recibir renuncias voluntarias.
En FCA, por ejemplo, la oferta de liquidación viene acompañada de cuatro neumáticos. Consultada sobre su precaria situación, FCA dijo en un correo electrónico que hace “sus mejores esfuerzos para mantener la producción en niveles adecuados a la disponibilidad de insumos”, sin aportar detalles.
Pero hasta agosto, 23 trabajadores, muchos de ellos con el plan de emigrar, habían aceptado las ruedas para revenderlas en un país con una fuerte escasez de estos productos.
“No estamos ganando, ni perdiendo”
La planta de jabones de Colgate-Palmolive, está detenida desde febrero porque, según los trabajadores, la firma no cubre sus costos al producir barras de jabón a menos de 0,05 centavos de dólar, como le exige el Estado.
Desde hace años, el Gobierno fija los precios de productos como la leche y el jabón, que pierden vigencia rápido por la galopante inflación. También fija el tipo de cambio al que vende el dólar en un control de cambio cada vez menos funcional.
Hace poco, Colgate reinició su producción de pasta dental a precio regulado, empaquetada en cajas de cartón reciclado marrón para ahorrar costos. También descartó versiones infantiles o con blanqueador, reduciendo su portafolio de 300 productos a menos de una docena, dijo su representante sindical, Félix Bello.
La compañía estadounidense no respondió cuando Reuters le solicitó información.
Mientras tanto, empaques rojos similares a los de Colgate importados de China, con nombres como “Coigore” o “Connert”, se ofrecen en tiendas a precios 10 veces por encima del regulado.
Otra gigante del cuidado personal, Johnson & Johnson, solo produce protectores diarios femeninos en el país. Años atrás, fabricaba o importaba desde enjuague bucal y jabón hasta champú para bebés y cremas hidratantes.
Aún así, la multinacional acordó mantener el salario y los tres turnos de sus 157 empleados, aunque sólo operen tres de las siete líneas de producción de la factoría, dijo Jaime Guevara, un representante de su sindicato.
“Johnson & Johnson tiene una responsabilidad con nuestros empleados y la comunidad”, agregó una portavoz de la empresa.
Pero aunque haya firmas que siguen apostando a “esperar y ver”, no hay señales claras de que el gobierno de Maduro pueda mejorar las condiciones porque depende de una empresa petrolera en deterioro. En este contexto ha tenido que vender menos divisas, vitales para el flujo productivo de las empresas.
“Pensamos que en algún momento el país debería volver a la normalidad y ya entonces nosotros tendremos una planta armada”, dijo el gerente general de una firma estadounidense de productos químicos, que incluía limpiadores e insecticidas, y que pidió no ser identificado.
La empresa redujo drásticamente su gama de productos y sólo fabrica con materias primas locales, mientras sus trabajadores hacen labores de mantenimientos en la fábrica, como pintar las paredes o cortar la grama.
“No estamos ganando pero tampoco estamos perdiendo. Ni estamos pensando más en eso”, concluyó.
La sombra de General Motors
Pero los gerentes, dirigentes gremiales y sindicatos consultados coinciden en que estas estrategias para comprar tiempo podrían no ser sostenibles por más de dos años.
Y muchos usan la reciente salida de General Motors del país como su fábula con moraleja.
Si bien GM dejó de ensamblar vehículos en el 2015, apenas este año se retiró del todo. La fábrica está abandonada en la zona industrial de Valencia que tiene un 80 por ciento de sus plantas paradas, según el mayor gremio empresarial.
En una visita reciente de Reuters, un grupo de exobreros hacía una sopa en la entrada usando leña. Otros entrenaban a sus hijos en un campo de béisbol. La grama crecía indómita hasta las pantorrillas y el gimnasio albergaba nidos de palomas.
Hace pocas semanas la fabricante estadounidense de pinturas Axalta Coating Systems también cesó su producción en Venezuela por la “situación económica y política” del país, y despidió a sus sorprendidos empleados.
Otras firmas podrían tomar decisiones fundamentales pronto. FCA dijo en su más reciente informe de resultados financieros que, ante la “pérdida de control” que experimentan en su unidad de Venezuela, estarían considerando desconsolidarla de sus resultados globales.
Y para muchas marcas internacionales la desconsolidación ha sido el primer paso antes de partir, o en su defecto, vender.
“Ninguno está exento de lo que está sucediendo”, dijo Carlos Rodríguez, miembro del sindicato de Colgate-Palmolive. “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. Reuters