El presidente 42 de los Estados Unidos es recordado -entre otras- por haber usado la frase “Es la economía, idiota”. Bill Clinton enfocaba su mensaje en temas que importaban a los ciudadanos, como el desarrollo económico, educación y cuidado médico. El mundo aún recuerda aquella famosa apuntación que le hicieran cuando divagaba sobre política, y no se concretaba en el tema que a todos interesaba: “It’s the economy, stupid!”. Atendió la advertencia, habló de economía, ganó las elecciones, fue reelecto.
El Gobierno venezolano, desde 1999, ha escuchado el mensaje, pero lo ha interpretado de manera equivocada. Lo peor no ha sido la mala interpretación, sino que se ha empeñado perturbadora y obsesiva en mantenerla, a pesar del fracaso.
Una economía controlada es ya una tradición -palabra bonita, para no usar la que realmente correspondería. En Venezuela, los gobiernos fundadores y fortalecedores de la democracia tras la caída de Pérez Jiménez, mantuvieron suspendidas demasiado tiempo las garantías económicas, necesario es reconocerlo. La economía fue dando traspiés por décadas entre exigencias de gobiernos controladores y un emprendimiento privado que, aun registrando sus indiscutibles méritos, tenía la tendencia a exigir demasiadas facilidades y protección. Sin embargo, hay que observar que las pocas aperturas no produjeron más quiebras que las de los incompetentes y de quienes dependían en exceso de los Gobiernos, sus ayudas a veces interesadas y corruptas.
Concepto que tampoco era tan nuevo -lo distinto fue la manera desastrosa y colosalmente errada de hacerlo- pues los partidos que habían gobernado desde 1959, además de sus indiscutibles méritos democráticos, habían sido firmes defensores del súper estado, “estado papá” proveedor. La iniciativa privada sobrevivió a pesar de todo, basados en la poco confiable realidad de la riqueza petrolera.
El problema con los revolucionarios que nos gobiernan desde una mayoría de menos del 60 % del 70% que acudió a votar en 1998, es que han hecho importantes, crecientes y fuertes ajustes a la economía, pero no hacia adelante y la modernización, sino hacia atrás, al pasado.
Lo han hecho con argumentos castristas que ya eran obsoletos y periclitados cuando los Castro echaron al sargento Batista del poder y ofrecieron cambios radicales. El marxismo no mostraba éxitos sociales ni económicos en ninguno de los países que gobernaba, al contrario. Y las únicas actividades económicamente poderosas eran del Estado. Con algunos casos cuestionables en los centros de poder político, países hoy -ausentes del yugo comunista-, mucho más prósperos.
China ha llegado al segundo lugar mundial como potencia no sólo basándose en su enorme población, sino en una filosofía de acción que conserva el duro control político dictatorial, y al mismo tiempo incentiva con fuerza la iniciativa privada. Rusia, bajo la dictadura con elementos democráticos de Vladimir Putin, alienta el ánimo y empuje privados incluso en el ámbito petróleo, hoy su primera fuente de ingresos. Vietnam, Cambodia, Mongolia, Polonia, Hungría, República Checa, Eslovenia, Bulgaria, Rumania y demás países que por décadas fueron grises y pobres dictaduras comunistas, hoy progresan, crecen, con problemas como cualquiera, pero dentro de sistemas democráticos y economías libres.
Los comunistas venezolanos, socialistas, chavistas, maduristas, castristas o como quiera llamarlos, han marchado, y lo siguen haciendo, a contramano de la humanidad. No entienden la economía, sólo dictan normas para forzarla a ser como ellos se empeñan en creer que debe ser, y en su obstinación extrema, cegata y miope respecto al entorno mundial, y específicamente a la realidad económica, social y política de los países que nos rodean, llevan a los venezolanos cada día de mal en peor.
El contexto político puede discutirse, llevará a enfrentamientos de mayor o menor intensidad, consigue ser protegida o reprimida por militares y policías, sus diferencias se dirimen en elecciones. Pero la realidad económica se disfruta o se padece cada día, en panaderías, quincallas, mercados populares, farmacias, clínicas y hospitales, auto-mercados, abastos, talleres mecánicos, compra de repuestos, en las empresas que no crecen e incluso cierran sus puertas, sueldos devorados por una inflación que el Gobierno es incapaz de controlar porque la causan sus mismos errores, hurgando en la basura por comida que no pueden comprar, en familias cuyos ingresos no alcanzan para comer tres veces al día, algunas ni siquiera dos, para sólo recordar los ejemplos más mencionados.
La tragedia política y social del castro-madurismo -Chávez ha terminado por ser sólo un slogan en cuñas gobierneras- está siendo rechazada por numerosos gobiernos, parlamentos y dirigentes del mundo, incluyendo casi todos los de Latinoamérica, y al mismo tiempo en economía sigue pegado contra la pared. La economía estatizada que manejan no funciona, los ingresos petroleros siguen bajos y de acuerdo a los entendidos se mantendrán así; la industria privada que ha logrado sobrevivir produce a mínimos de su capacidad instalada, lo que promueve es cada día más escaso y costoso, los sueldos, desde el salario mínimo hasta los de varias cifras no llegan a fin de mes, los programas de ayuda que el régimen castrista anuncia con grandes alardes, como los CLAP, son caros y miserables, programas para un pueblo al cual la revolución cubana ha convertido en mendigo.
La falla permanente de políticos, partidos y gobernantes venezolanos ha sido y sigue siendo la cultura populista y demagógica, desconocimiento y excesivo control de la economía, la concepción de un mega Estado que todo lo puede y del cual todo se espera. Además, desconfiar de la iniciativa privada a la cual mucho se ha controlado y poco exigido. La solución chavista-madurista orientada por castristas comunistas, ha sido aún más drástica y execrable: el Gobierno controla todo, el Estado es todo y para manejarlo no hacen falta conocimientos sino lealtad y obediencia.
Aunque no lo crean, no es la política, es la economía.
@ArmandoMartini