«Pero te quiero,
país de barro,
y otros te quieren
Y algo saldrá
de este sentir»
Julio Cortázar
El 16 de octubre habremos superado una de las más vergonzosas campañas políticas de nuestra historia contemporánea donde ha prevalecido el chantaje, la ofensa y la sinrazón de los politiqueros que, en sus legítimas aspiraciones electorales, han dejado de lado el problema de fondo de nuestro país: el desmantelamiento de la República y la concreción de un Estado fallido y forajido, de evidente naturaleza totalitaria, caracterizado de forma inédita por su condición de narcotraficante. Esta campaña de las elecciones regionales que ha convocado la ilegítima asamblea constituyente, previa subordinación y ratificación de todas las “autoridades” del consejo nacional electoral, no ha sido sino una burda estafa a la sociedad que meses antes se había movilizado y pagó con el sacrificio incunable de sus jóvenes.
La estrategia del narcochavismo ha sido perfecta estos años y ha encontrado en todo momento mejores aliados. Se ha disfrazado con el andamiaje democrático a la dictadura y la mayoría de actores políticos lo han aceptado en función de sus propios intereses. Esta dolorosa realidad no consigue explicarse por sí misma y parece haber arrastrado consigo a muchos ciudadanos que en su rabia, en su desespero, en su propia crisis, muchos habituados a esta enorme catástrofe, creen que el ejercicio del derecho a votar resolverá todo una vez más y que posiblemente no tendremos alegato para aceptar que la realización de dicha elección es una aparente rectificación del régimen –como tantos actores opositores lo han pedido- y que en Venezuela todo empieza a encaminarse por la solución pacifica, electoral y constitucional. Pero ¿realmente es así? Son legítimas unas elecciones establecidas en la lex superior, la Constitución chavista de 1999, pero pierden su naturaleza legítima cuando las adelanta y las decreta una seudo institución tan espuria como la constituyente, previa subordinación del consejo nacional electoral a su írrita autoridad. ¿Y hay rectificación? ¿Realmente quienes hoy alardean de su vocación democrática para defender el derecho al voto este 15-O creen que está o estará en juego el poder del régimen? Si así lo creyeran no quedaría sino repetir la delirante elegía bolivariana: hemos arado en el mar. Y lo que es peor, el sacrificio ha sido en vano.
No admitir que la dirigencia opositora, agrupada en la MUD, lleva años instalada en la incompetencia, es parte del problema. Así como no advertir la inanidad de la Asamblea Nacional que pasó por la declaratoria del abandono del cargo y no convoco al “vicepresidente de la república” a su juramentación; que declaró la ruptura del orden constitucional y no se apegó al artículo 333 para conformar un Gobierno de Transición. Sin duda que para ello parecieron ser obviadas las reglas constitucionales que justifican hoy las elecciones regionales. Y así por el estilo, sin recordar los tristes episodios de diálogo de 2016, la desincorporación de los diputados de Amazonas, previo desconocimiento de la legitimidad de los magistrados del tribunal supremo de justicia.
Visto así es normal y también legítimo, término tan abusado en estos días, que se opte por el derecho a abstenerse, no por complicidad con el régimen o porque quienes lo hacen son tarifados de Cuba, sino como otro método legítimo de protesta. ¿Pero qué se gana absteniéndose? En principio nada, las elecciones son un hecho real y concreto que, salvo algo excepcionalmente grave, va a realizarse y debemos dar todas las peleas. Esta lógica es normal para quienes de forma vehemente desacreditan con su supuesta vocación democrática el abstencionismo por el que optan hoy miles de venezolanos. Aunque la realidad es otra. La abstención sólo confirma en los abstencionistas sus principios políticos y, ¿por qué no?, sus convicciones éticas sobre la posible solución a esta tragedia, es decir, la fractura definitiva con el statu quo y el desalojo de la dictadura. Y aunque en política no hay nada escrito y casi siempre se realiza la máxima de aquel personaje novelesco según la cual como vaya viniendo, vamos viendo, todos los caminos parecen conducir a una sola puerta de salida: fracturamos y no retornamos en esa fractura o nos condenamos, sin derecho a réplica, a esta tragedia de forma indefinida. Por muy grave que es la crisis humanitaria de Venezuela, no hay, no existe, una certeza absoluta de que en nosotros no va a consumarse una segunda Cuba, pese a los esfuerzos que muchos hagan nacional o internacionalmente. El aplazamiento que de forma insistente hacemos de lo que debemos hacer para echar del poder al narcorégimen nos sigue condenando.
No podemos seguir despilfarrando la energía cívica en la agenda que de forma consecuente impone el chavismo. Digo el chavismo, este proyecto que se consuma es chavista, maduro nada es. Y estas elecciones consumen gran parte de esa energía porque lejos de llevarnos a la solución de los problemas reales sólo nos acercan más al abismo insondable de la desintegración como nación y al enfrentamiento ya tantas veces realizado, tan doloroso, tan injusto.
Desde 16 de octubre todo seguirá igual. ¡Qué novedad! Los enfermos continuarán muriendo por la escasez de medicinas, los niños muertos de hambre, los venezolanos que comen perros y gatos en estas calles, la inflación que frustra todas las aspiraciones de progreso de millones de venezolanos, la destrucción absoluta del aparato productivo, el colapso total de PDVSA, el endeudamiento y el desmantelamiento sin freno de nuestra nación en el que no piensan detenerse los indeseables.
Ese país de barro, de tantas miserias, de tantos niños malparidos por no tener futuro alguno, es al que debemos responder después de este 15 de octubre en el que estoy convencido, sin creerme dueño del circo, sino como un joven de apenas 29 años, con legítimo derecho a reclamar para mí y mi generación un destino mejor, que se habrá participado en una sórdida conspiración para sostener al régimen, revistiéndole del yelmo democrático al que no podremos denunciar por la mera existencia de no sé qué tantos gobernadores. El 16 de octubre seremos más pobres y habremos hecho quizá un lamentable ridículo que pretende desmentir nuestra propia historia y nuestra identidad.
Que sea ley de vida dominguera: quien quiera votar, que vote. Si la historia lo acusa, guarde silencio. Si la razón se impone sobre el abstencionismo y estas elecciones dan la estocada final al narcorégimen, los abstencionistas callaremos y aceptaremos la acusación. Ah, ¿y frente a la abstención qué hacer? ¿Qué se propone? Esa respuesta está en la conciencia, si queda, de cada venezolano y en la ruta trazada por la propia Asamblea Nacional, ruta que inició la mayor revolución democrática desde abril y hasta julio de este año.
Robert Gilles Redondo