Llama la atención que en Francia, cuya intelectualidad izquierdista tradicionalmente rinde culto a las figuras revolucionarias de ultramar, solo uno de los diarios, L’Humanité, órgano oficial del Partido Comunista Francés, haya destacado como noticia el cincuentenario de la muerte de Ernesto Guevara el pasado 9 de octubre. El partido francés, que ya no pregona el bolchevismo como en los tiempos de Maurice Thorez y en 2013 hasta cambió la hoz y el martillo por una estrella de cinco puntas, tituló su homenaje ¡Hasta siempre comandante!. Sin ocultar viejos resabios, exaltó aquel famoso juramento del Ché: “…delante del viejo y añorado camarada Stalin, no daré tregua hasta que los pulpos del capitalismo sean destruidos”.
El tiempo y las evidencias de la miseria que acompasa todos los ensayos comunistas, han carcomido la esencia original del mito de este pretendido redentor de los explotados, presto a empuñar su espada por los pobres en cualquier continente. Para los jóvenes, que en ninguna parte del mundo representan el hombre nuevo preconizado por el discurso comunista, más preocupados hoy por el emprendimiento que por formar parte de una hueste proletaria, la figura de Guevara puede representar cualquier cosa menos ese destilado de resentimiento que expresara en aquel discurso ante la Conferencia Tricontinental de 1966: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de sus limitaciones naturales al ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.”
Hasta las franelas con el rostro de este pionero del aventurerismo contemporáneo han pasado de moda, los jovenes prefieren pagar algo más por una camiseta que estampe el nombre de Cristiano Ronaldo o de Neymar Junior.