El artista Giuseppe Arcimboldo, con sus “pinturas ridículas” y sus monstruosos retratos a base de plantas y animales, centra por primera vez una muestra en Roma que recorre sus obras y revive su visión fantasiosa en la Europa renacentista.
EFE
La exposición, mostrada hoy a la prensa, permanecerá abierta en el palacio Barberini de la capital desde mañana hasta el próximo 11 de febrero y se compone de una veintena de autógrafos, bocetos y pinturas del autor, e incluso dos vidrieras que realizó en 1556 sobre Santa Catalina para el Duomo milanés.
Completan la colección numerosas piezas que sirven para trazar el contexto en el que despuntó, como tapices, retratos de sus mecenas, como Fernando I de Austria, y preciosos tratados naturales, en constante evolución por los seres que seguían llegando desde aquel Nuevo Mundo que a la postre se conocería como América.
Sus organizadores señalaron que es la primera vez que Roma acoge una muestra de Arcimboldo, una auténtica rareza debido, según ellos, a la dificultad de obtener prestadas sus obras, procedentes de urbes como Viena, Estocolmo, Houston, Múnich, Florencia o Milán.
La comisaria, Sylvia Ferino-Pagden, explicó a Efe que tradicionalmente el artista ha sido considerado un “anticlásico” pero a su parecer encarna en realidad el “otro Renacimiento”, “una visión más amplia” de aquella época que “no se basa solo en el Clasicismo sino también en el Naturalismo”.
La muestra está articulada en seis secciones en las que destacan las “cabezas grotescas” o “retratos ridículos”, dibujos de personas conformados por elementos naturales como plantas, vegetales o animales, pero también libros, como el caso de “El Librero” (1562).
En estas obras, redescubiertas en el siglo XX y pronto adoptadas como el antecedente más remoto del Dadaísmo o del Surrealismo, destacan dos elementos: su gusto por lo fantástico o lo grotesco y su interés por el estudio de la naturaleza, según la experta.
Puede verse por ejemplo “El Agua” (1566), el retrato de un hombre conformado por alrededor de sesenta especies distintas de peces, “El Aire” (1566), compuesto por aves, o su célebre “La Primavera” (1573), en el que más de ochenta tipos de flores configuran la faz de una mujer.
La experta destaca de Arcimboldo su “fantasía artística” ya que, subraya, por entonces solo se hablaba de la fantasía en un “sentido platónico, como una ilusión que no convenía seguir”, dando mucha más importancia a “lo real o realista”, sostiene.
La primera sección de la muestra alude a los años de juventud del artista, al exhibir obras de contemporáneos como Cesare da Sesto o piezas de joyería o mobiliario, con el objetivo de recordar aquel Milanesado como uno de los lugares más apegados al lujo del Viejo Continente.
Prosigue reviviendo el traslado de Arcimboldo a Viena para formar parte de la corte de los Habsburgo, a quienes demostró su capacidad artística mediante retratos como el de la archiduquesa Ana (1563), hija del emperador Maximiliano II.
Recorriendo los jardines botánicos del Sacro Imperio, Arcimboldo compuso algunas de sus obras más recordadas, como la personificación de “Las Cuatro Estaciones” y “Los cuatro elementos”: fuego, tierra, aire y agua.
Una de las secciones más interesantes es la dedicada a las salas de las maravillas (wunderkammern) y los estudios naturales, nutridos con preciosos corales y raros huesos logrados tras el descubrimiento de América y la apertura de nuevas rutas comerciales hacia Oriente.
En sus paredes pueden apreciarse uno de los juegos del sorprendente Arcimboldo, sus “Cabezas reversibles”, bodegones que, una vez girados, adquieren el aspecto de rostros humanos, como es el caso de “El cocinero” (1570) o “El Hortelano” (1590).
Clausura la exposición una sección dedicada a las conocidas a sus “pinturas ridículas”, impregnadas por una enorme ironía y que le sirvieron para retratar, como conceptos, a algunos gremios como el el caso de “El Jurista” (1566), un sabio formado por sesudos ensayos y códigos legales.