El régimen chavomadurista cierra finalmente toda salida electoral y democrática a la gravísima crisis que sufre Venezuela.
El gigantesco fraude electoral del 15 de octubre, mediante el cual se apropió de 18 gobernaciones, y el posterior acoso a que han sido sometidos los demás gobernadores de la MUD, comprueban -una vez más- el carácter dictatorial del régimen de Maduro y desnudan sus verdaderas intenciones, que no son otras que las de profundizar el control total y absoluto sobre Venezuela y sus instituciones.
No contento con esta perversidad fraudulenta, ahora se apoyará en la misma para convocar elecciones de alcaldes, legisladores regionales y concejales, aprovechándose así del descontento depresivo del electorado opositor. Redondeará entonces la funesta tarea de controlarlo todo, esta vez afincándose en la desmoralización del adversario.
Por tales circunstancias, el título de este artículo, que tomo en préstamo del libro del exiliado cubano Armando Valladares -donde narra el calvario que sufrió como preso político de la tiranía castrocomunista-, tal vez revele el estado de ánimo actual de muchos venezolanos. Sin embargo, al agregarle ambas interrogantes, aludo a muchísimos otros para quienes esta lucha debe continuar y ganarse.
Porque lo peor que podríamos hacer ahora quienes enfrentamos la dictadura chavomadurista sería no hacer nada. Lo peor que podríamos hacer es desconsolarnos y desesperanzarnos. Lo peor sería quedarnos paralizados y desmovilizarnos, y creer que esta lucha es “contra toda esperanza”. Eso es, precisamente, lo que el régimen quiere que hagamos.
Lo peor que podríamos hacer ahora es rendirnos. Esa es una opción que debemos desterrar, si queremos liberar a Venezuela y trabajar más adelante por su reconstrucción. Muchos demócratas cubanos se rindieron en 1959, muchos se fueron y ya van para 60 años de férrea y brutal dictadura castrocomunista. Aquí no ha pasado ni puede pasar lo mismo. Rendirse y entregarse sin combatir sería traicionarnos nosotros mismos y traicionar a nuestros hijos y a sus hijos.
La única opción, entonces, es continuar la lucha. Continuarla en todos los frentes posibles y a lo largo y ancho de Venezuela. Porque, ciertamente, sería una estupidez no aprovechar nuestra condición de mayoría sobre el régimen para seguirlo debilitando. Alguien me dirá que esto no es así porque acaban de “ganar” las elecciones de gobernadores. Precisamente, que se hayan declarado “vencedores” mediante un fraude monstruoso constituye la mejor demostración de que se saben débiles y huérfanos del apoyo de la gran mayoría de los venezolanos.
Si no fuera así, si en realidad fueran mayoría indiscutible, lo lógico sería no haber apelado a mecanismos fraudulentos, como mudar centros de votación entre “gallos y medianoche”, sin avisar a los cientos de miles de electores afectados e impedirles así su derecho a votar. O la grotesca ilegalidad de no cumplir con la sustitución de candidatos, a fin de inducir a error a millones de votantes que no estaban informados y sufragaron por aspirantes ya retirados en apoyo del ganador de las primarias de la MUD.
Si fueran mayoría en los hechos tampoco se hubieran aprovechado del Plan República para detener testigos y dirigentes opositores que protestaron las irregularidades del CNE. Tampoco hubieran aplicado la “operación morrocoy” en entidades donde sabían de la evidente mayoría opositora. No hubieran impedido el tradicional uso de la tinta indeleble en todos los procesos electorales, ni que cientos de miles de multicedulados votaran varias veces en distintas mesas, en base a un Registro Electoral Permanente elaborado al gusto del régimen.
Hay que prepararse entonces para las venideras cruzadas en todos los frentes, pero conscientes de las trampas y fraudes. Denunciarlos no tiene por qué desmoralizar a nadie. Todo lo contrario: hay que luchar en su contra y derrotarlas.
Hay que elevar la moral de cada combatiente, desterrar pesimismos y disponernos a no dejar el campo de batalla, como lo quiere el régimen para quedarse ellos solos. Por supuesto que nadie pide a los que no se consideren aptos para lo que viene, que se queden. Nuestro combate exige a los más decididos y corajudos. Así de simple.
Por lo demás, esta lucha no tiene término fijo. Puede concluir pronto o dentro de un tiempo. Y esto debe quedar claro porque enfrentamos a un enemigo que tiene todo el poder y carece de todo tipo de escrúpulos.
Bolívar nunca se fijó plazos en su lucha contra el todopoderoso imperio español, ni los primeros cristianos frente al imperio romano, por citar dos casos conocidos y nunca comparables con el régimen chavomadurista, que hoy es una fiera herida de muerte, a la que hay que pelear con inteligencia.
@gehardcartay
El blog de Gehard Cartay Ramírez