Gehard Cartay Ramírez: Ni resignación ni desesperanza

Gehard Cartay Ramírez: Ni resignación ni desesperanza

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El régimen madurista juega a la resignación y la desesperanza de sus opositores para derrotarlos.





Lo grave es que no faltan algunos de ellos que lo secundan, la mayoría de buena fe, y también unos cuantos mercenarios. Si algo ha practicado siempre el sistema comunista, con cierto éxito, son sus campañas para desmoralizar a los adversarios, mediante el terror, la mentira y cualquiera otra pulsión sicológica.

Así por ejemplo, en el siglo XX y durante 70 años, los comunistas convencieron a casi todo el mundo de que la Unión Soviética era una potencia económica, con avanzada tecnología y un nivel de vida envidiable para sus habitantes. Cuando en 1990 se derrumbó como un castillo de naipes, sin que se disparara un solo tiro ni hubiera heridos o muertos, se comprobó que todo aquello había sido una descomunal mentira.

La historia desnudó entonces a los comunistas soviéticos, pues nunca fueron una potencia económica, ya que no pudieron siquiera dar comida a su gente y superar la pobreza, ni diversificar su producción y satisfacer las necesidades colectivas. Su supuesta tecnología estaba muy por detrás de las estadounidense y europea. Si acaso, tuvieron éxito en la audaz misión de poner al primer hombre a orbitar la tierra, por allá por los años sesenta, pero hasta allí llegaron, pues Estados Unidos los superó en esta materia y en todas las demás. La Unión Soviética se acabó y Estados Unidos continúa siendo la primera potencia mundial.

Por casi dos décadas, los comunistas también nos vendieron la idea de que la Cuba castrocomunista era poco menos que un paraíso terrenal. Propagaban sus “logros” en salud, educación y deportes, e intentaban convencernos que, inclusive, algún día superarían a los gringos en materia de desarrollo y progreso. La realidad demostró con creces que todo aquello era burda propaganda: hoy Cuba es un país pobre, atrasado en muchos sentidos, sin comida y con hambre, amén de la tragedia de sufrir una dictadura terrible como pocas.

Los comunistas chinos ocultaron por casi 40 años las hambrunas que mataron a más de 30 millones de habitantes bajo la dictadura de Mao, lo que ponía de relieve su fracaso en todo sentido. Tuvieron que cambiarse a una economía de mercado capitalista, a finales del siglo pasado, para tratar de superar tanta miseria y estimular a emprendedores privados, a fin de fortalecer su economía.

Aquí mismo en Venezuela el régimen chavomadurista repite mentiras similares: que si lograron la meta de “cero pobreza”, que si “pleno empleo”, “reducción” de la mortalidad infantil y de los niños de la calle, “cero analfabetismo”, “eficiencia” en la industria petrolera y en la producción industrial, “soberanía alimentaria” y muchas cobas más. Basta mirar a los lados para comprobar esas colosales mentiras, pues estamos en el camino de Cuba: sufrimos una dictadura perversa, mientras aumentan el hambre, la desnutrición, el desempleo, el atraso generalizado y las enfermedades, cerniéndose sobre nosotros una gigantesca crisis humanitaria.

Y así como han usado tales campañas para afincarse en el poder y engañar pendejos –que todavía hay muchos, por desgracia–, también las utilizan para desmoralizar a sus adversarios. Junto al abuso inescrupuloso de su poder ilegítimo y violento, al margen de la Constitución y las leyes, han venido cerrando los espacios democráticos y electorales para confirmar su condición de régimen dictatorial.

En paralelo, no han descartado ningún tipo de acciones para desmoralizar a los opositores, aplastándolos y humillándolos, así como al chantaje y la extorsión contra quienes puedan utilizarlos. Está muy fresco, apenas la semana pasada, el espectáculo de unos gobernadores electos por la oposición, a quienes se les chantajeó con el inconstitucional argumento de que tenían que juramentarse ante su espúrea Constituyente, so pena de ser destituidos (¿?), como en efecto lo hicieron con el del Zulia, quien no se doblegó.

Todas estas grotescas actuaciones persiguen golpear al elector opositor y desmoralizarlo, al atentar contra sus dirigentes, ya sea por las vías del chantaje o de la destitución, todas ellas absolutamente inmorales e inconstitucionales. Al someterlos o perseguirlos, envían simultáneamente un mensaje amenazador al elector: si sojuzgaron a sus elegidos, entonces el voto de quienes lo hicieron nada vale. Ergo: votar no resuelve nada.

Si caemos en este error, el paso siguiente es la resignación y la desesperanza, después la desmoralización, luego la desmovilización y finalmente la muerte de la protesta popular. Y es que allí está el objetivo del régimen: doblegarnos a todos y reducirnos a nada. Por eso es que no podemos desestimar ningún instrumento de lucha, ya sea el voto, la protesta popular y cualquier otro medio legítimo para salir de este nefasto régimen.

Lo peor que podríamos hacer sería hundirnos en la resignación y la desesperanza.

@gehardcartay

El blog de Gehard Cartay Ramírez