No pudo evitar acariciarle el rostro. Era un desconocido, es cierto. Pero al mismo tiempo sentía que lo conocía mejor que a nadie en el mundo. Lilly Ross veía las facciones de su marido Calen Rudy Ross, solo que estaban en el cuerpo de otra persona, Andy Sandness.
Estos dos hombres no solo quedaron unidos por el mismo rostro. Además, comparten trágicas historias que marcaron irremediablemente sus destinos.
Ambos tomaron la decisión de suicidarse. Ross, pegándose un tiro en la sien el año pasado. Sandness, disparándose un escopetazo debajo de la barbilla en 2006. El primero murió, pero el otro sobrevivió, aunque con el rostro completamente desfigurado.
Después de atravesar innumerables cirugías de reconstrucción facial y de usar prótesis que se le salían, Sandness había perdido toda esperanza de tener una vida normal. Pasaba la mayor parte del día recluido, sin dejarse ver por nadie.
Hasta que un médico de la Clínica Mayo, de Rochester, Minnesota, le dijo que existía la posibilidad de que le hicieran un trasplante, que solo había que encontrar al donante adecuado. Esa persona era Ross, con quien coincidía en edad, factor sanguíneo, color de piel y estructura facial.
Lilly había decidido donar todos los órganos de su difunto esposo, pero la idea de ceder también su rostro le generaba muchas dudas. Temía sentirse horrorizada de verlo en otro hombre. Sin embargo, pudo más su deseo de ayudar y, sobre todo, de mostrarle a su hijo que el padre aún podía hacer algo por los demás.
El esperado y temido encuentro con Sandness se produjo 16 meses después de la exitosa operación, que duró más de 56 horas. Fue en la Clínica Mayo.
Sus miedos se desvanecieron rápidamente. Sin los ojos de su marido y con mejillas que habían adquirido una forma distinta, era claro que no se trataba de la misma persona. Lo que vio fue a un hombre que había renacido gracias al trasplante, y eso la llenó de satisfacción. “Me hizo sentir muy orgullosa”, contó a AP.
Sandness no lograba contener la emoción. No es fácil la vida del trasplantado, ya que debe someterse a un estricto régimen de medicaciones para evitar que su cuerpo rechace el injerto, además de todos los ejercicios que debe hacer para que los músculos faciales respondan correctamente. Pero sin dudas que se trata de vida.
“Antes no me mostraba en público. Odiaba ir a grandes ciudades. Ahora estoy abriendo mis alas y haciendo todas las cosas que me perdí, como ir a restaurantes y a bailar”, contó Sandness. Un renacido.