Todavía la MUD, ni sus partidos “Primero Justicia”, “Voluntad Popular” y “Acción Democrática” se han dignado darle una explicación al país sobre la derrota colosal que sufrieron en las elecciones regionales, cuando salen a anunciarnos que están listos para iniciar nuevas negociaciones con Maduro con miras a lograr garantías que justifiquen su participación en las elecciones presidenciales.
En otras palabras que, Maduro es un raro espécimen político que puede ejecutar fraudes electorales como los del 30J y el 150 por puro divertirse y ver cómo se comporta su adrenalina ante tragedias nacionales como la frustración de millones de electores que concurrieron a unos comicios confiados en que el gobierno y la oposición respetarían los resultados.
Pero, por puro divertirse también, Maduro, puede hacer lo contrario: ir a unas elecciones presidenciales para, como Dios y la Constitución mandan, observar casi con carácter sagrado unas reglas que hace casi un mes, o unos meses o años atrás, violó como le dio la gana.
Los gestores de tan magno milagro son los diputados, Julio Andrés Borges y Luís Florido, el primero presidente de la Asamblea Nacional y el segundo Secretario de Relaciones Internacionales del mismo organismo e involucrados directamente en todos los diálogos y negociaciones emprendidas entre el gobierno y la oposición en el último año y que han resultado en fracasos tan colosales, como las regionales.
O, lo que es lo mismo, que los hombres que vinieron ayer a proponernos embarcarnos en otras negociaciones o diálogos con Maduro, son dos expertos en fracasos de diálogos y negociaciones, como que fueron los primeros chicharones de los que se celebraron en Punta Cana, del que se realizó en la Rinconada y de no sé cuantos más que intentaron hacerse sin resultados.
Ah, pero ahora es distinto, seguro que saldrán a decirnos los muchos defensores que siempre encuentran en los medios y la redes los promotores de este tipo de fracasos que, no pueden llamarse “anunciados”, porque son fracasos antes de anunciarse.
Y la razón es que, lo que está en juego es la presidencia de la República y seguro que Maduro va a preferir ser electo en unas elecciones honestas y pulquérrimas, donde se respeten escrupulosamente la Constitución y las Leyes y no en otras que vuelvan a pasar a la historia como de las más fraudulentas que se han ejecutado en todos los tiempos y países.
“Una cosa” agregarán “es que a unos piches gobernadores y alcaldes haya que ayudarlos con votos que no existen y otra es que el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, vaya a ver sujeta su reelección a la más mínima sospecha de que hubo fraude”.
De modo que, la mesa está servida para que un nuevo equipo de negociadores integrado por tres cancilleres amigos de la oposición (al parecer los de Chile, Paraguay y México) y tres del gobierno (sin identificar), se sientan quizá bajo la bendición Papal y fragüen el milagro de que, después de 19 años de chavismo y 4 de madurismo, Venezuela tenga por fin las primeras elecciones presidenciales limpias y confiables.
Tal como prometió Ramos Allup sucedería con las regionales, pero sin que hiciera falta ninguna negociación con Maduro, “pues dictadura, aunque sea marxista, sale con votos y si los electores solo esperan la orden para volcarse a depositar sus sufragios, entonces la derrota de la dictadura es un tiro al piso” según reza la “Doctrina Ramos”.
Únicamente que ahora sí, como el gobierno sabía que tenía en contra el 80 por ciento del electorado, pues instrumentó una matraca de fraude, uno que comenzó fijando un plazo de apenas mes y medio entre la convocatoria y la elección (de modo que la oposición no tuviera tiempo de organizarse ni hacer campañas) y continuó con los cambios de los centros de votación a un día de realizarse el evento, interfiriendo el REP, llevando a cabo migraciones de cientos de miles de votantes y cortando las comunicaciones, vía celular, entre los testigos y los centros de datas.
Todo lo cual, no sucederá en las presidenciales, entre otras cosas, porque Maduro tiembla ante la crisis nacional (hiperinflación del 800 por ciento anual, desabastecimiento de alimentos y medicinas del 85 por ciento, default y sanciones internacionales de las multilaterales y Estados Unidos que pronto nos ganará la calificación de estado paria, forajido y en bancarrota.
En otras palabras que, las razones que según Borges, Florido y Ramos Allup, motivarían a Maduro a entrar en razón, a bajarse los pantalones y aceptar que en febrero, abril, julio o diciembre tiene que salir de Miraflores y entregarle el gobierno al ganador.
Lo que no entienden Borges, Florido y Ramos Allup es que todo lo que sucede en Venezuela (hiperinflación, deflación, estanflación, default, desabastecimiento y hambruna) transcurre de acuerdo a un guion que se propone desarraigar en la psicología, la cultura y la moral venezolanas los valores del capitalismo y la democracia que significan progreso, competencia, y calidad de vida, hasta dejarlas reducidas a una sobrevivencia de esclavos en la que masa viviente recibe mendrugos y andrajos a cambio de entregar su individualidad y su libertad.
Un guión que prevé el default, las sanciones y hasta es posible que una guerra internacional, pero en la perspectiva de no perderla si se logra permanece en el poder (como sucedió en Irak con Saddan Hussein en la invasión norteamericana del 90) y la derrota puede usarse como un instrumento que remache a un más las cadenas de los esclavos, de los sometidos.
De ahí que, cualquier evento, sean diálogos, negociaciones o elecciones que no se transformen en peligros para la dictadura, pueden ser bienvenidas y aun deseadas.
La historia de Cuba naufragando con una de las dictaduras más feroces que conoce la humanidad, imponiéndose a embargos, invasiones y sanciones, debería sonarle muy clara a los negociadores venezolanos si entendieran que para salir de una dictadura marxista hay que hacer algo más que votar y negociar.
A las pruebas de las movilizaciones de calle del 2014 y de mediados de este año habría que remitirse, cuando de verdad el pueblo hizo crujir los cimientos de la dictadura y bajo el convencimiento de que solo el pueblo poner derrocar a los tiranos y obligarlos a recurrir a diálogos y negociaciones, pero no para cumplirlos, sino para ganar tiempo.
Lo vivió la oposición y el pueblo venezolano en aquel primer diálogo de julio del 2014, cuando la crisis de violación de los derechos humanos fue de tal magnitud que, forzó a la comunidad internacional a inmiscuirse en los asuntos internos de Venezuela para que gobierno y oposición se sentaran a encontrarle una salida a la crisis.
Y se sentaron, pero no se la encontró, porque Maduro, dialogando, no hizo sino boicotear el diálogo, baipasearlo, barajarlo, postergarlo y así la situación terminó como había empezado: una dictadura consolidándose y una posición tratando de convertirse en la valla que contuviera la tiranía y rescatara la democracia.
Pero aquella experiencia se integró a los modos vivendi y operandi de los dictadores, los cuales, tan pronto se ven en dificultades, en crisis de las que resulta cuesta arriba escaparse, se refugian en diálogos y negociaciones que, si encuentran receptividad de la otra parte, es una forma fácil y lo menos costosa posible para sobrevivir en lo único que saben: despotizar y oprimir a los pueblos.
Lecciones también de los diálogos de Punta Cana, de los de la Rinconada y otros más que no sirvieron para nada, pero que, sorprendente, han olvidado Borges, Florido y Ramos Allup en una alocada, como incomprensible disposición para cometer errores que ahora si pienso van determinar el fin de sus carreras políticas.
Porque es que se puede dialogar, negociar, fracasar incluso, pero no con el mismo individuo que repetidamente te ha tomado por tonto.
Caso en el cual, la negociación se confunde con la claudicación.