Todos los regímenes socialistas o comunistas, sin excepción, han terminado en grandes fracasos, luego de producir tragedias humanitarias absurdas.
Lo grotesco es que esos mismos regímenes prometieron algo que parecía lo más próximo al paraíso terrenal. Prometieron más libertad, derechos humanos, bienestar y progreso. Pero cuando llegaron al poder esos mismos partidos comunistas o socialistas degeneraron en totalitarismos criminales y violadores de los derechos humanos, e hicieron retroceder sus pueblos, condenándolos al atraso, el hambre y la pobreza.
Así fue en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que se constituyó con Rusia y sus vecinos, luego en la China de Mao Tse Tung, los países de la Europa Comunista, la Cuba castrocomunista, el Chile de Allende, Vietnam, Corea del Norte, Laos y la Nicaragua sandinista.
El gran error del socialismo o comunismo –ambos son lo mismo, como lo anotó alguna vez Fidel Castro– estriba en que nunca quiso reconocer la primacía de la persona humana sobre el Estado, a fin de que éste estuviera a su servicio. Hizo exactamente todo lo contrario: someterla al poder omnímodo de aquél. Al convertir al Estado en lo esencial y poner todo lo demás a su servicio, contrarió el orden natural de las cosas, y allí está la clave su estruendoso fracaso como sistema político, económico y social.
Porque lo única verdad es que la persona humana es el alfa y omega de todo. Y es a su servicio que deben estar el Estado, la economía y todo cuanto le concierne como centro de la creación. Desconocer esta realidad supone ir a contracorriente de la naturaleza humana, lo que justifica entonces el derecho a la rebelión, como lo proclamó en su momento Santo Tomás de Aquino (1225-1274).
De tal manera que allí está el gran error conceptual del socialismo o comunismo. Lo que sucede es que casi siempre se han presentado con un falso ropaje humanista, en virtud de que son –insisto– una ideología colectivista en esencia, que privilegia al Estado y no al ser humano en sus derechos y deberes. Por ello siempre sacrifican la libertad, la propiedad privada y la iniciativa particular, con lo cual derivan, indefectiblemente, en dictaduras y tiranías de la peor especie.
Esa perversión ha traído como consecuencia grandes tragedias humanitarias, que han costado centenares de millones de vidas humanas, muchas más que las producidas por la guerras o por el genocidio nazi. Desde los fusilamientos en masa de campesinos por órdenes de Lenin en los inicios de la revolución soviética, pasando por las prácticas criminales estalinianas posteriores, hasta las grandes hambrunas tanto en la Rusia como en la China comunistas, sin dejar de lado el paredón castrista al mando del Ché Guevara o las matanzas colectivas del dictador camboyano Pol Pot, el socialismo comunista siempre figurará entre los grandes crímenes contra la humanidad.
Sin embargo, al final y por mandato de la historia, invariablemente desaparecen, a veces de manera fulminante, como sucedió con la URSS o la Europa comunista, y otras mutando hacia economías de mercado, con una oligarquía comunista al frente del Estado como sucede hoy en China y Vietnam.
Ahora mismo, Venezuela se adentra en una experiencia similar, a pesar de vivimos en pleno siglo XXI y de que nuestro destino superior debiera ser otro en virtud de sus riquezas naturales y demás potencialidades, todas ellas capaces de asegurarnos progreso y bienestar, si fueran otros los gobernantes. Por desgracia, sufrimos ahora un serio retroceso en esa lucha histórica por nuestra superación.
La llegada al poder de unos militares golpistas y aventureros, acompañados por seudointelectuales marxistas y comunistas, hoy convertidos casi todos en ladrones y peculadores del tesoro público, ha significado la destrucción de la Venezuela en ascenso que éramos hasta 1998. Hoy la han convertido, paradójicamente, en una nación hambrienta y empobrecida, a pesar de ser una de las más ricas del mundo en materia de recursos naturales, entregados a mafias rusas, chinas, cubanas e iraníes, en conjunción con la cúpula podrida que manda.
Frente a este cataclismo, dicho sea sin exagerar, hay todavía algunos compatriotas que preguntan ¿qué va a pasar?, como si fueran de otro país, en lugar de preguntarse (y responderse) la pregunta válida: ¿qué vamos a hacer?, algo que a todos nos envuelve, y a la que Santo Tomás dio respuesta hace ya varios siglos…
@gehardcartay
El Blog de Gehard Cartay Ramírez