Quince navidades. Se dice fácil, pero cuando ese tiempo ha transcurrido en prisión, acusados por un delito no cometido, la realidad se vuelve gris, publica El Carabobeño.
Por Carolina González
Este diciembre, los policías metropolitanos sentenciados por la muerte de 2 de las 19 personas asesinadas durante los sucesos de Puente Llaguno, el 11 de abril de 2002, se enfrentan a su décima quinta navidad en prisión, específicamente en la cárcel de Ramo Verde.
Con todos los derechos procesales vencidos, ningún juez se ha atrevido a hacer valer los beneficios que el Código Orgánico Procesal Penal y la Ley de Redención Judicial de la Pena por trabajo y estudio otorgan a cada procesado de este país, independientemente del delito cometido.
Ya no se trata de si son culpables o no, que no lo son. Todas las pruebas presentadas en el tribunal durante el juicio más largo de la historia, que se extendió por más de tres años, fueron refutadas por la defensa y también por funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc).
Aún así fueron condenados a penas que van entre los 16 años y 8 meses y los 30 años de cárcel. Ya tienen 14 años, siete meses y 15 días tras las rejas. Catorce días del padre, catorce cumpleaños y, si no se pone freno a esta injusticia, acumularán 15 navidades alejados de sus seres queridos.
Contar sus historias no es sencillo. Hay un drama subyacente en cada una de ellas. Vistas desde sus ópticas, o desde las de sus familiares, la tristeza y la impotencia no pasan desapercibidas.
Ilusiones rotas
En esta historia hubo un punto de quiebre: La navidad de 2007. María Pascastillo, esposa del comisario Marco Hurtado, la cuenta. Todos la vivieron.
Ese año, un decreto con fuerza y rango de Ley otorgaba Amnistía a todos los presos vinculados con los hechos del 11 de Abril de 2002, en aquellos delitos en los cuales no se haya incurrido en ofensa de lesa humanidad.
Los policías metropolitanos fueron condenados por delitos comunes: Homicidio calificado en complicidad, homicidio calificado en grado de complicidad correspectiva, lesiones personales graves y leves en complicidad correspectiva y uso indebido de arma de fuego.
Establecía el artículo 2 del decreto de Amnistía que: “Conforme a lo dispuesto en el artículo anterior, se extinguen de pleno derecho las acciones penales, judiciales, militares y policiales, instruidas por cualquiera de los órganos del Estado, tribunales penales ordinarios o penales militares, que se correspondan exclusivamente con los hechos a que se refiere el artículo anterior”.
Ese 31 de diciembre, como los anteriores, los familiares de Marco Hurtado, Arube Pérez, Héctor Rovaín, Erasmo bolívar y Luis Molina, culminaron la visita. Cuando se retiraban de la cárcel, los escucharon: “No se vayan, espérennos, vamos a salir en libertad”.
La celebración fue inmediata: Lágrimas, abrazos, sonrisas, una inmensa felicidad, que se vio truncada a las 10:00 p.m., cuando la diputada Yajaira de Forero los ubicó en la realidad. “Según la fiscal Luisa Ortega Díaz, los cinco funcionarios de la PM no serán beneficiados con la Amnistía, porque ellos incurrieron en delitos de lesa humanidad”. La sentencia no respaldaba la afirmación de Ortega Díaz, pero eso no importó.
Este fue el único 31 diciembre en el que, aunque las familias estaban todas reunidas en Ramo Verde, nadie se dio el feliz año. Todos se fueron, todos se encerraron en sus cuartos, todo el mundo lloró. Esta historia aún no se supera.
Para Marco Hurtado ha habido muchos momentos difíciles, otros no tanto. En un tiempo en el que las visitas a la cárcel de Ramo Verde no estaban restringidas a familiares directos, él recibió una sorpresa. Hermanos, tíos, abuelos, primos se fueron al penal a celebrar, junto a él, los 15 años de su hija, Chiquinquirá. Ella, vestida de princesa, con tiara y guantes, pudo bailar el vals con su papá, en la antesala del piso cinco, una pequeña sala que albergó a decenas de espectadores. “Nunca pensé que vería esto”, le decía a sus familiares.
La experiencia de Arube Pérez
La Navidad es la época más dolorosa para el cabo primero Arube Pérez. “Aunque trato de alegrar a mi familia, pienso en que las horas pasan muy rápido y que, llegado el momento, tendré que dejarlos ir”.
A Arube Pérez se le rompe el corazón. Saber que no pasará otro año con ellos es lo más duro. Aún recuerda el día que una de sus hijas le preguntó: “Papá, ¿a ti te gusta esta casa?. Cuenta su esposa, Yamileth Hernández, que Pérez le respondió que no. Cuando la niña le dijo, en su inocencia por no saber que estaba preso, ¿entonces por qué no te vienes con nosotros?, rompió en llanto.
Todos los años, mes a mes y día día, he tratado de agotar los medios legales para ayudarlo a salir de allí, atestiguó Yamileth Hernández. Los momentos de recreación en su familia cambiaron, ahora la cita es en Ramo Verde. “Ya no hay días de playa, no hay viajes. Nuestros días libres son para él y los más fuertes, por tristes, son los 31 de diciembre. El intenta hacernos sentir bien, pero es triste llegar a la hora de despedirnos y verlo quedar detrás de esos muros. No paramos de llorar”.
Con la fe puesta en Dios
El inspector jefe Héctor Rovaín abrazó la religión cristiana en la cárcel. Un duro golpe, la muerte de su madre el 7 de junio de 2013, lo marcó. No pudo verla viva.
Desde esa fecha también perdió el contacto físico con su padre, Maximiliano Toro, aquejado de cáncer de próstata y ciego. Hace un mes volvieron a verse. El anciano hizo un esfuerzo sobrehumano y soportó el viaje desde Guarenas a Los Teques. Así pudo abrazar a su hijo, después de más de 4 años. El reencuentro, cuenta su prima Raquel Rovaín, fue enternecedor.
Lágrimas y abrazos caracterizaron la jornada. El compartir se extendió todo el día, los cuentos que no habían compartido, las caricias de un padre a su hijo que estaban pendientes. Todo, después de cuatro años.
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