En diciembre de 1917 —este mes se cumplen cien años desde entonces—, el general británico Edmund Allenby tomó el control de Jerusalén, que era defendida por turcos otomanos. Allenby bajó de su caballo y entró a la Ciudad Vieja a pie, a través de la Puerta de Jaffa, por respeto a su condición sagrada.
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A lo largo del siglo, Jerusalén ha sido disputada de distintas maneras: no solo por judíos, cristianos y musulmanes, sino también por poderes externos y, por supuesto, por los israelíes y palestinos modernos.
Tal vez sea oportuno que el presidente Donald Trump parezca haber elegido esta semana para anunciar que Estados Unidos reconoce a Jerusalén como la capital de Israel, a pesar de las preocupaciones de líderes de los países árabes, Turquía e incluso aliados cercanos como Francia.
Los conflictos en torno a Jerusalén se remontan a miles de años —que abarcan los tiempos bíblicos, el Imperio romano y las Cruzadas—, pero el conflicto actual es claramente una historia del siglo XX con raíces en el colonialismo, el nacionalismo y el antisemitismo. The New York Times pidió a varios expertos que llevaran a los lectores a través de momentos fundamentales del siglo pasado.
1917-48: El mandato británico
“Para los británicos, Jerusalén era muy importante. Ellos son quienes establecieron Jerusalén como una capital”, comentó Yehoshua Ben Arieh, geógrafo histórico en la Universidad Hebrea de Jerusalén. “No era capital de nadie desde el tiempo de los Templos Primero y Segundo”.
Las tres décadas de gobierno británico posteriores a la marcha de Allenby en Jerusalén vieron una afluencia de colonos judíos atraídos por una visión sionista de la patria judía, mientras que la población árabe local se ajustó a la realidad del colapso del Imperio Otomano, que había gobernado la ciudad dese 1517.
“Paradójicamente, el sionismo se retiró de Jerusalén, en especial de la Ciudad Vieja”, señaló Amnon Ramon, investigador principal del Jerusalem Institute for Policy Research. “Primero, porque Jerusalén era vista como un símbolo de la diáspora, y, segundo, porque los sitios sagrados para la cristiandad y el islam eran vistos como complicaciones que no permitirían la creación de un Estado judío cuya capital fuera Jerusalén”.
Para los árabes, agrega Ramón, “había todavía algo de conmoción por no estar en el Imperio otomano. Había un reordenamiento de la sociedad. La aristocracia palestina local, las grandes familias de Jerusalén, emergieron como líderes del movimiento nacional palestino, que repentinamente se vio confrontado con la migración judía”.
La oposición a esa migración dio lugar a varios disturbios mortales para los palestinos, mientras los judíos se enfurecían con el gobierno británico y las restricciones migratorias impuestas en 1939 (las mismas que impidieron el ingreso a muchos judíos que huían del Holocausto). Después de la guerra, en 1947, Naciones Unidas aprobó el plan de separación que establecía dos Estados —uno judío y uno árabe— en el que Jerusalén quedaba gobernada por “un régimen internacional especial” al que debía su condición única.
1948-67: Una ciudad dividida
Los árabes rechazaron el plan de separación y un día después de que Israel proclamara su independencia en 1948, los países árabes atacaron al nuevo Estado. Fueron derrotados. Entre la violencia de las milicias y las multitudes de ambas partes, una enorme cantidad de judíos y árabes fueron desplazados.
Jerusalén estaba dividida: la mitad occidental se volvió parte del nuevo Estado de Israel (y su capital, bajo una ley israelí que se aprobó en 1950), mientras que el lado oriental, incluyendo la Ciudad Vieja, estaba ocupado por Jordania. “Para los palestinos, se vio como un elemento unificador”, comentó Michael Dumper, profesor de Política de Medio Oriente en la Universidad de Exeter en Inglaterra.
En sus inicios, el Estado israelí dudaba sobre centrarse demasiado en Jerusalén, dada la presión de las Naciones Unidas y de las potencias europeas, según Issam Nassar, historiador de la Universidad Estatal de Illinois.
1967-93: Las dos guerras y la intifada
Ningún otro suceso ha moldeado de manera tan definitiva la lucha moderna por Jerusalén como la Guerra de los Seis Días de 1967, en la cual Israel no solo derrotó a los ejércitos invasores árabes, sino que además se hizo del control de la Franja de Gaza y la península del Sinaí de Egipto; la ribera occidental y el este de Jerusalén de Jordania y los altos del Golán de Siria.
Las imágenes de los soldados israelíes que rezan en el Muro de los Lamentos, al que se les había negado el acceso durante el gobierno jordano, quedaron selladas en la conciencia nacional de Israel.
La victoria del partido de derecha Likud en 1977, bajo el liderazgo de Menajem Beguin, ayudó a materializar este nuevo énfasis en Jerusalén como parte integral de la identidad de Israel.
Como parte de este cambio, la importancia simbólica de Jerusalén se intensificó. Su lugar en la historia judía se enfatizó en desfiles militares y planes de estudios. A los estudiantes de todo Israel se les llevaba allí en visitas escolares. Este proceso culminó en 1980, cuando los legisladores aprobaron un proyecto de ley que declaraba que “Jerusalén, completa y unida, es la capital de Israel” (aunque Israel estuvo a punto de anexar a Jerusalén este, en una estrategia que muy probablemente habría motivado la furia internacional).
1993 a la actualidad: Oslo y más allá
Los Acuerdos de Oslo de 1993 establecieron la creación de una Autoridad Palestina para gobernar la ribera occidental y la Franja de Gaza, mientras que dilataban una resolución sobre los temas álgidos: las fronteras, los refugiados y la condición de Israel. En el casi cuarto de siglo que ha transcurrido desde entonces, las probabilidades de que haya un acuerdo de paz duradero parecen cada vez más vagas.
Una visita del político de derecha Ariel Sharon en 2000 al complejo sagrado conocido por los judíos como el Monte del Templo y por los musulmanes como la mezquita Al Aqsa y la Cúpula de la Roca, dio lugar a enfrentamientos violentos y desató una segunda insurgencia palestina que cobró las vidas de unos tres mil palestinos y mil israelíes en el transcurso de cinco años.
Los palestinos afirman que los pobladores judíos han invadido Jerusalén este y que Israel ha complejizado el problema al revocar los permisos de residencia. A pesar de ello, la composición étnica de la población de Jerusalén se ha mantenido árabe entre un 30 a 40 por ciento.
“Jerusalén era una ciudad sagrada para tres religiones, pero el momento en que crecieron dos naciones en la tierra de Israel —el pueblo judío y el pueblo árabe local—, ambas aceptaron a Jerusalén. No era tanto que Jerusalén las necesitara, sino que estas naciones necesitaban a Jerusalén”, dijo Ben Arieh.