No imagino una realidad más cruel, detestable y patética que un plato navideño deshabitado de lo tradicional y lo congruente con las fechas. Pero tristemente, no quedan ni siquiera filamentos en la memoria de los años de suculentos manjares, sobre una mesa atiborrada de antojos de la cocina venezolana.
Este año va mucho más lejos, que sustraerle algún exceso a los brindis o que se haga en falta algún insumo cotidiano. Simplemente, no existe un bolsillo familiar que sostenga esta rutina festiva, con un presupuesto pulverizado para la época decembrina.
La Navidad ha quedado inmolada por el hervidero político. Atrás quedó ese aire entusiasta, sedoso y sublime para planificarlo todo. Era común organizar los gastos, en un protocolo triunfal y conmovedor en los que participaba la mayoría de los miembros de la familia, para seleccionar cada una de las exquisiteces de la cena del 24 de diciembre.
Actualmente el adquirir un pan de jamón se vuelve tan cuesta arriba, que en la repartición no quedaría un bocado completo para todos. Las hallacas no han resultado fácil para poderlas elaborar, con las cazuelas bulliciosas, la masa formada con el tesón de la perfección, el envoltorio acompasado y los cánticos emocionales de la congregación familiar.
Hoy estas hallacas son un galardón de las decisiones precisas. Están contadas para los días principales, si es que se han conseguido los ingredientes completos o pudieron a fin de cuentas realizarlas. Ese es el entrevero para estos días atestados más de depresiones que de celebraciones placenteras. Es la consecuencia directa de un gobierno que, más allá de ser escaso de sesos, carece de los elementos fundamentales del humanismo.
Se me revuelve el alma por la imposibilidad en el país, de aglutinar en la mesa a un pernil bien horneado; la ensalada de gallina con un notable aderezo; las hallacas con todos sus componentes; el queso holandés que tiene más bien los calores caribeños o un jamón planchado con sus guindas; mientras se canturrean los aguinaldos diversos o las gaitas delirantes para celebrar el último mes del año.
Pero sólo se conocen las cifras abominables del hambre extrema que atosiga a Venezuela. Según la Organización No Gubernamental “Ciudadanía en Acción”, más de un millón 200 mil venezolanos viven actualmente en una desnutrición crónica, llegando apenas a consumir 40 por ciento de las calorías y escasamente 10 por ciento de las proteínas.
Quién tiene sus sentidos puestos en decorar el hogar con las fachas entusiastas de luces titilantes y árboles esbeltos, cuando la preocupación verdadera está en sobrevivir y no perder algún hijo por no contar al menos, con una de las comidas obligatorias del día.
Nuestro país se caracterizó por hacer de la Navidad la celebración de dos meses festivos. No existía un hogar sin las costumbres eternas de adorar al niño en su nacimiento o brindar con buenos augurios el año por llegar, con la algarabía suprema de las bromas felices y el centellar de los fuegos de artificio en un cielo despejado de dudas.
Hoy se ha desperdigado ese habitual componente de hacer de la época decembrina, la excusa perfecta para regalar abrazos y enderezar el humor con una copa de ponche crema o un dulce de lechosa.
Pero la estrella de Belén sabrá dirigir el camino de un futuro próspero y calmar el retorcimiento del alma. Quizá el regalo más espléndido que podrá hallar alguno de nuestros hijos en los escondrijos peculiares donde se esconde el regalo del niño Jesús, sea el de un país nuevo para estrenar, lleno de justicia, libertad y buenas costumbres democráticas.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
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@Joseluis5571