Existen escenas injustificables en un planeta que Dios se encargó de entregarle riquezas por doquier. Países donde sus habitantes permanecen en una emergencia humanitaria, es una clara muestra de injusticia. Cada año, tres millones de niños mueren por causa de la desnutrición que destruye su sistema inmunitario.
Es terrible el anuncio de las Naciones Unidas hace pocos días. Concluye que el hambre en el mundo aumenta sin freno alguno. La padecen un 11 por ciento de la población global y todo ello debido a los encarnizados conflictos políticos, el cambio climático y el pésimo manejo económico.
Tampoco es justo olvidar los cambios positivos, la UNICEF ha explicado la introducción de algunos cocteles milagrosos. Lo difícil es que llegue a todos, pero se agotan vías para que puedan globalizarse. He allí una tarea.
Existen en la actualidad 160 millones de niños que sufren desnutrición crónica y 17 millones severa. El paso de un escalón a otro es fácil, en esa escalera los últimos peldaños son adultos con graves enfermedades, lo cual afecta el desarrollo social.
La desnutrición requiere una intervención holística donde los países participencon todas sus fuerzas.
Esta situación debe ser considerada a la luz de la sostenibilidad. El modelo de producción de alimentos debe preservar las energías renovables y rescatar la solidaridad.
Es un tema para la discusión que debe olvidar el resto de asuntos que nos dividen en un mundo globalizado. Los organismos internacionales, con experiencia en la materia, deberían asumir esta problemática con nuevas metodologías, para lo cual cuentan las redes sociales, valiosos instrumentos para la creación de conciencia y proyección social.
En esos tramos perniciosos debe anteponerse una luz que nos conmueva. Algo así señaló un pediatra en un hospital de Etiopía: “No hay escasez de comida en el mundo, hay escasez de justicia”.