Venezuela era un país con tantas características positivas que nos diferenciaban del resto de nuestros vecinos latinoamericanos; por una parte, teníamos una gran cantidad de recursos naturales, y por otra, contábamos con una población de un carácter emprendedor impresionante, con grandes niveles de emprendimiento y superación. Este venezolano que se caracterizaba por ser confiable y solidario, una persona de palabra -tanto que darla era tan importante hasta para cerrar un negocio sin hablar de cualquier otro compromiso. Con el tiempo, ha cambiado cómo nos vemos y el cómo nos ven, en otras palabras, internamente habíamos perdido la confianza hasta dentro de nuestras personas más cercanas, sin hablar de la desconfianza que hemos generado en los países vecinos y hasta en los lejanos.
Esta desconfianza que abarca desde lo social hasta lo político ha impregnado significativamente todo nuestro ser. Nos ha convertido en personas con valores un poco distorsionados, prevaleciendo siempre nuestro beneficio, creando una burbuja de culpas y de inconformidades porque simplemente no tenemos en quien confiar. Desconfiamos hasta de nuestra sombra.
Esta desconfianza es más visible y está más latente en el área política y, en el mayor número de los casos, a nivel gubernamental. La insistencia en esta distorsión social, creada por un modelo político que se alimenta de ella para poder sostenerse, surgió a través de triquiñuelas, mentiras y falsas expectativas que han generado y exacerbado más la desconfianza de la población y han salpicado hasta nuestros conductores opositores, es necesario decirlo.
Ejemplo palpable: las últimas elecciones. El 10 de diciembre el gobierno afirmó que 9 millones de personas ejercieron su derecho a elegir; sin embargo, nadie las vio. Eso no se puede esconder, ese número no es invisible. No hay manera de constatarlo por las irregularidades y la falta de garantías del proceso electoral. Pero todo eso está hecho con un fin muy específico:seguir generando desconfianza, y como resultado de ella, apatía.
Antes no se podía mentir. De igual manera ocurrió con la elección del 30 de julio para laconstituyente. Por un lado, el grupo oficialista a golpe de trampas, mentiras y violaciones legales, la impusieron y, por nuestra parte, en la búsqueda de la verdad, hemos generado falsas expectativas y siempre defendido la legalidad y el deber ser. Pero al hacerlo, hemos caído en su juego de distorsión para llevarnos a la desconfianza.
Para los que tenemos creencias religiosas, la convicción religiosa nos da legitimidad, confianza y fe, pero una cosa muy distinta es la política, puesto que ésta se basa en resultados visibles y concretos. Se puede tener fe en las ideas, en los principios, pero la política no es una religión. La política debería ser una herramienta para que un grupo de personas de manera organizada ejerzan su poder ciudadano, y así generar confianza y bienestar en una población. “Hay que ver para creer”.
Tenemos que generar de nuevo la solidaridad que ha sido reiteradamente golpeada por este régimen y así retomar la buena fe y la confianza entre nosotros. Lo anterior nos permitirá transitar un nuevo camino, generar un cambio de adentro hacia afuera y desde los niveles más a bajos de la sociedad hasta los más altos y eliminar ese accionar devaluado que ha generado desconfianza hasta dentro de los aliados o de los que tenemos un mismo objetivo, que es la Venezuela próspera. Trabajemos nuevamente juntos por ella y por nosotros.
@freddyamarcano