Los enfrentamientos entre las milicias tribales y el ejército en la región de Kasai, en el centro de la República Democrática del Congo, han dejado un saldo 1.400.000 desplazados y miles de muertos, reseña Infobae.
El conflicto comenzó en agosto de 2016 cuando un líder tribal fue asesinado por las brutales fuerzas de seguridad, y en represalia las milicias comenzaron a matar a todos los que creían colaboradores del estado congoleño.
En definitiva, fue la chispa que hizo estallar un resentimiento entre las tribus y el gobierno central que llevaba años.
La cadena británica BBC realizó una investigación en la zona para ahondar en la brutalidad del conflicto y el sufrimiento de los habitantes de esta región central de África.
“La sangre de mis hermanos está hablando”, dijo “Papá” Isaac , un traductor local de la ONU, oriundo de la ciudad de Tshimbulu, que guió a los corresponsales por Kasai y el horror.
“Los militares estaban enterrando los cuerpos. Vimos dónde se detenían y cómo cavaban para enterrar los cadáveres. Algunos no tenían más de 12 años. No sólo mataron a la milicia. Mataron a personas inocentes”, fue el testimonio de una mujer que se les acercó.
Su hijo de 12 años estaba entre los enterrados.
El hambre está golpeando con fuerza esta región, especialmente entre los desplazados, que incluyen a 850.000 niños. Y las milicias continúan su campaña de decapitaciones masivas, mientras los soldados se ensañan, también, con los pobladores, a quienes creen miembros de las tribus violentas.
Una mujer fue desnudada, violada, golpeada y luego decapitada por la milicia Kamuina Nsapu, que además había obligado a su hijastro a punta de pistola a que ultrajara de ella.
En tanto Prosper Ntambue, un activista que dirige un registro de votantes, fue atacado por representar al estado. Decapitaron a su hija y su yerno, quien había cometido además el crimen de ser ingeniero y trabajar para el gobierno central construyendo caminos.
“Sus hijos quedaron huérfanos y se quedaron aquí. Ahora yo me ocupo de ellos”, dijo Ntambue.
Kasai es también el nombre de un río, que en los últimos años se ha convertido en un sitio donde el ejército se deshace de los muertos en sus matanzas.
“Los militares capturaban personas y las arrojaban al río. La gente comenzó a huir y esconderse. Los seguían, los mataban y los tiraban al agua”, relató un hombre.
Una mujer perdió a tres de su cuatro hijos a manos de la milicia Bana Mura. El ejército no quiso ayudarla.
“Vi a personas con machetes, pistolas y palos. Estaban decapitando personas, cortando brazos y piernas, rajando vientres. Tuve que trepar sobre cadáveres para huir”, relató.
En tanto las violaciones están a la orden del día, sin importar la edad de las mujeres.
“No descubrí hasta después que mi hija había sido violada. Hay una gran amargura en mi corazón por el hecho de que mi hija haya sido deshonrada. Ella es solo una niña”, explicó otra madre.
Lo único que se interpone entre la población, el ejército y las milicias es la ONU. Cerca de 20.000 cascos azules están apostados en el país, pero esta fuerza, de por sí insuficiente, perderá pronto a 3.000 efectivos debido a los recortes en los aportes de Estados Unidos a las misiones de paz.
Además el destino es también extremadamente peligroso para estas tropas, y 15 soldados fueron asesinados sólo durante la semana pasada.
“Simplemente imaginen lo que sucedería si no estuvieran aquí”, explicó Charles Frisby, jefe de la ONU en Kasai, a la BBC.