Definitivamente, los rituales y usos en la dinámica política de los pueblos son muy importantes y esenciales para la democracia, sistema este que, como sabemos, es intrínsecamente defectuoso y frágil, y que demanda de sus actores expresiones claras de convivencia civilizada, con vistas al mantenimiento de un bien muy preciado: la siempre amenazada gobernabilidad.
La democracia no solo se manifiesta en el ejercicio real y cotidiano del poder, en la conducta de los gobiernos, en sus ejecutorias administrativas de cara a los ciudadanos.
Dicen también mucho de este sistema y su vitalidad, las formas, el talante y los gestos de quienes son sus actores. Los modales adecuados, el lenguaje respetuoso y la tolerancia política en la competencia entre adversarios miden la madurez y fortaleza de una democracia.
¡Cuánto echamos hoy en falta en esta Venezuela agobiada tales procederes políticos depurados!
Esta semana presenciamos una reiteración más de ellos al concluir las elecciones presidenciales chilenas, en las que resulto triunfante el presidente Sebastián Piñera.
Sana envidia sentimos al ver a unos contendores -el ganador y el perdedor- reunirse y saludarse pública y cordialmente, una vez conocidos los resultados de la elección. Gobierno y oposición dialogando y deseándose lo mejor para un periodo presidencial que se iniciara en breve.
Oír los discursos, tanto del ganador como del perdedor, en los que no solo se reconocen las resultas del proceso, sino también la disposición de ambos de consultarse y colaborar en todo aquello que vaya en beneficio de su país, es un ejemplo patente de cómo en ese país hermano se concibe la política.
Chile en este sentido es un ejemplo a seguir en la región.
En nuestro país, crispado por la polarización y el fomento perverso de los enfrentamientos políticos y el odio desde las instancias del poder, es lamentable y vergonzoso ver supuestos líderes insultar y difamar a través de cientos de medios estatales a los adversarios.
La labor pedagógica de la política está echada a un lado. No importan las formas ni la retórica comedida y considerada de cara al rival político. La mentira burda es moneda corriente. No hay debate serio, mucho menos dialogo sobre la crisis y sus problemas. Los estadistas brillan por su ausencia.
La barbarie se ha impuesto. Del estado venezolano se ha apoderado una mafia depredadora, inescrupulosa y primitiva, a la que muy poco le importa el país, sino sus bolsillos. A tal punto ha llegado esta grave situación, que ha habido necesidad de que fuerzas externas a la Nación intervengan para ayudar a salir del lodazal profundo en que estamos sumergidos.
Lo que vimos en Chile en estos días, en medio del desastre que vivimos los venezolanos, nos dice que cotas altas de coexistencia política pueden ser alcanzadas, que podemos aspirar a ellas y lograrlas también.
Nos queda aún camino por recorrer para alcanzar un ambiente político de esa naturaleza. Ese objetivo deseable no es quimérico. Sin haber sido perfecto, y con los naturales problemas de toda democracia, los venezolanos lo tuvimos antes de que llegara la ola destructora de la tiranía populista militarista que nos oprime.
La libertad la recuperaremos y esperamos que los nuevos políticos hayan sabido asimilar la lección y aprendido de los verdaderos estadistas el saber sobreponerse a los intereses mezquinos y comportarse civilizadamente.