De acuerdo a F.A. Hayek el rasgo fundamental que comparte cualquier doctrina que se considere genuinamente liberal es que la sociedad es un orden espontáneo de origen evolutivo. En contraste con otras tradiciones que consideran que la sociedad, la economía o las instituciones son el resultado de un diseño humano consciente y deliberado que puede ser modificado y rediseñado a voluntad.
Por lo tanto, una sociedad libre es producto de un orden espontáneo, no planificado ni diseñado por el ser humano. Un orden político que se desarrolló inicialmente en Inglaterra a finales del siglo XVII hasta finales del siglo XIX. Y donde, David Hume, Adam Smith, Edmund Burke, T.B. Macaulay y Lord Acton son considerados entre sus representantes más representativos en Inglaterra; cuyas ideas de libertad individual sometida a la ley, inspiró en sus orígenes a los movimientos liberales de Europa continental y, constituyó la base de la tradición política americana, mediante importantes pensadores, tales como Benjamin Constant y Alexis de Tocqueville en Francia; y, James Madison, John Marshall y Daniel Webster en los Estados Unidos.
Por cierto, huelga advertir que, este liberalismo hay que distinguirlo del “otro”, de espíritu racionalista constructivista, presente en la Europa continental (principalmente en Francia), dado que es algo muy diferente; ya que al final, en lugar de defender la limitación de los poderes del gobierno llegó a sostener el ideal de unos poderes ilimitados de la
En palabras de Hayek, “se han producido dos tradiciones diferentes de la teoría de la libertad: una, empírica y carente de sistema; la otra, especulativa y racionalista. La primera basada en una interpretación de la tradición y las instituciones que había crecido de modo espontáneo y que solo imperfectamente eran comprometidas. La segunda, tendiendo a la construcción de una utopía que ha sido ensayada en numerosas ocasiones, pero sin conseguir jamás el éxito”. (Los fundamentos de la libertad; pp. 82-83).
Más aún, de acuerdo a nuestro autor, el primer tipo de liberalismo (el verdadero) es muy respetuoso de la tradición y reconoce que todo conocimiento y toda civilización se basa en ella; mientras que el segundo desprecia la tradición, pues considera que la razón, considerada aisladamente, es capaz de proyectar la civilización. El primero es un credo que confía en la abstracción sólo como un medio capaz de extender los ilimitados poderes de la razón; mientras que el segundo se niega a pensar tales límites y cree que la razón, por sí sola, es capaz de proveer soluciones concretas.
De ahí su advertencia: “es probable que nunca haya habido ningún intento de hacer funcionar una sociedad libre con éxito sin una genuina referencia a las instituciones que se desarrollan, por las costumbres y los hábitos y por todas esas seguridades de la libertad que surgen de la regulación de antiguos preceptos y costumbres. Y, aunque parezca paradójico, es probable que una próspera sociedad libre sea en gran medida una sociedad de ataduras tradicionales”. (Ibídem; p. 93)
Para Hayek, nos comprendemos mutuamente, convivimos y somos capaces de actuar con éxito para llevar adelante nuestros planes, porque la mayor parte del tiempo los miembros de nuestra civilización se conforman con los inconscientes patrones de conducta, muestran una regularidad en sus acciones que no es el resultado de mandatos o coacción y a menudo ni siquiera de una adhesión consciente a reglas conocidas, sino producto de hábitos y tradiciones firmemente establecidas. Lo que él llama “nuestros instintos morales, sentimientos espontáneos” que se han venido forjando a lo largo de muchos años de manera inconsciente “transformándose en una forma de vida”. (Ponencia: Los fundamentos éticos de una sociedad libre, Chile. 1981)
De hecho, Hayek pensaba que, en algunos casos, siempre que las convenciones o normas no fueran observadas con la frecuencia suficiente para que la sociedad funcionara sin estridencias, era necesario asegurar una uniformidad similar mediante la coacción. Aunque a veces la coacción podía evitarse porque existía un alto grado de conformidad voluntaria, lo que significaba que esta última podía ser una condición del funcionamiento beneficioso de la libertad. En sus propias palabras: “hay una gran verdad que jamás se han cansado de subrayar todos los grandes apóstoles de la libertad con excepción de la escuela racionalista: la libertad no ha funcionado nunca sin la existencia de hondas creencias morales, y la coacción sólo puede reducirse a un mínimo cuando se espera que los individuos, en general, se ajusten voluntariamente a ciertos principios.” (Los fundamentos de la libertad; pp. 94-95).
Sirva entonces esta aclaratoria, al momento de escuchar los discursos y propuestas del estamento político, de manera que podamos identificar aquellos que: i) Nos plantean verdaderas ideas de libertad de los que plantean más dependencia del Estado; ii) Nos dicen que una de las funciones del gobierno es planificar la economía, y no lo que realmente le corresponde: obedecer las leyes y las instituciones; iii) Nos venden ideas de “progreso” menoscabando la tradición y la moral, de los que creen en el desarrollo integral de los ciudadanos, reivindicando la moral y la ética como pilares fundamentales para el libre desarrollo de la sociedad. En resumen, aquellos que realmente persiguen la libertad y el desarrollo de los venezolanos, de los que buscan dilapidar nuestros fundamentos morales (respeto a la dignidad de la persona, a la familia) y llevarnos por un camino de servidumbre continuado.